Con su liderazgo y su agresiva estrategia, Amílcar había
salvado a Cartago de los mercenarios sublevados. Sin embargo, la ciudad estaba
empobrecida, había perdido casi todas sus posesiones fuera de África y tenía
que pagar a Roma una cuantiosa deuda de guerra. Fue entonces cuando el bárquida
se embarcó rumbo a las lejanas tierras de occidente en pos de recuperar para su
patria la gloria y el poder perdidos.