LAS CAUSAS DE LA GUERRA
Se dice que cuando el rey Pirro de Epiro dejaba la isla de Sicilia miró hacia atrás y dijo a los que estaban a su alrededor: “Amigos míos, ¡qué campo de batalla para cartagineses y romanos estamos dejando atrás!”. No sabemos si el epírota realmente llegó a pronunciar esta frase, pero da a entender que los antiguos historiadores (en este caso Plutarco) habían dado como inevitable un enfrentamiento entre Roma y Cartago. Pero lo cierto es que hasta el año 264 a.C. las relaciones entre las dos ciudades-Estado habían sido amistosas. Polibio cita un total de tres tratados, el primero de ellos en 508-7 a.C., con el nacimiento de la República romana, en el que se establecían fuertes restricciones a los comerciantes romanos en Libia y Cerdeña, pero garantizaban los mismos derechos en los territorios cartagineses de Sicilia y reconocía el poder de Roma y sus aliados en el Lacio. Al segundo Polibio no le pone fecha, pero seguramente sea el mismo al que hacen referencia Livio y Diodoro para el año 348 a.C. El tercero y último, firmado en 279-8 a.C., básicamente consistió en la promesa de apoyo mutuo contra Pirro cuando este acudió a Italia en ayuda de la ciudad helena de Tarento, en guerra contra Roma [ver los artículos GUERRAS PÍRRICAS, 280-275 a.C. La Batalla de Heraclea y GUERRAS PÍRRICAS, 280-275 a.C. La batalla de Ásculo]. Las fuentes no se ponen de acuerdo si realmente este último se llevó a cabo en la práctica, e incluso algunos autores (Livio Per. 14, Dion Casio fr. 43’ 1; Orosio 4, 3’ 1-2 ) acusaron a Cartago de enviar una flota en ayuda de Tarento en 272 a.C. mientras los romanos la asediaban. Esto, de ser cierto, levantaría grandes suspicacias en Roma. Zonaras (8, 6), en cambio, nos cuenta que la flota cartaginesa tan solo acudió en apoyo de una facción de la ciudad en contra del general Milo, que Pirro había dejado allí antes de regresar a Epiro, y que en cuanto la ciudad fue entregada a los romanos sus barcos se alejaron sin más.
Fue la disputa por la posesión de la ciudad de Mesana la que iba a desencadenar el más largo conflicto de la antigüedad clásica. Para entenderlo tenemos que remontarnos unos años antes.
Debido a los constantes enfrentamientos entre Cartago y griegos por el control de Sicilia y la constante irrupción de tiranos en las ciudades de estos últimos, fue más que habitual la llegada de mercenarios a la isla. Italia se había convertido en una fuente inagotable de mercenarios, ya fueran etruscos, brucios, lucanos, samnitas o campanos. En algún momento de su reinado (304-289 a.C.) Agatocles de Siracusa se hizo con los servicios de un numeroso grupo de estos últimos, descendientes de las tribus de las colinas de habla osca, y los instaló en la ciudad otorgándoles tierras. A la muerte de Agatocles se desató en Siracusa una cruenta lucha por el poder con la consiguiente inestabilidad social. En este contexto los mercenarios campanos reclamaron poder participar en la elección de magistrados, lo que equivalía a reclamar la ciudadanía plena, a lo que los siracusanos se negaron. La disputa se recrudeció, llegando a las armas, y solo tras largas y duras negociaciones se llegó al acuerdo “de que dentro de un tiempo determinado los mercenarios deberían vender sus posesiones y salir de Sicilia” (Diodoro 21, 18’ 1). En 288 a.C. los mercenarios campanos abandonaron Siracusa de conformidad con el acuerdo y se dirigieron al Norte para cruzar el angosto estrecho que separa Sicilia de la Península italiana. Llegaron así a la ciudad de Mesana. Esta se encuentra situada en la costa nororiental de Sicilia, dominando uno de los lados del estrecho, sirviendo de paso natural entre la isla y la península, por lo que sus habitantes estaban más que acostumbrados a que grupos de mercenarios pasaran por allí para volver a sus hogares cuando su contrato había terminado. Sin embargo, en esta ocasión estos mercenarios decidieron asesinar a los hombres de la ciudad, hacerse con sus esposas y repartirse las tierras, tomando el control absoluto de Mesana. Se hacían así, con suma facilidad, con una de las más ricas y estratégicas ciudades de Sicilia. A partir de entonces se hicieron llamar Mamertinos, hijos de Mamers, el equivalente osco del dios romano Marte, para mostrar que solo se declaraban súbditos de la divinidad a la que se consagraban [ver el artículo MAMERTINOS, 288-264 a.C. Auge y caída del Estado mercenario].
En 280 a.C., ante el temor de un ataque, precisamente, de Pirro, la ciudad de Rhegio, situada frente a Mesana, al otro lado del estrecho, pidió a los romanos ayuda y una guarnición. La fuerza enviada estaba compuesta por 4.000 campanos al mando de Decio, que guardó la ciudad por un tiempo. Pero ambicionando el éxito mamertino y con la cooperación de estos, expulsó o masacró a los ciudadanos que debía proteger, haciéndose con el control de la ciudad. Los romanos estaban muy disgustados, pero no podían hacer nada en ese momento, puesto que estaban ocupados en la guerra contra Pirro.
No mucho después, en 278 a.C., tras dos cruentas batallas en suelo italiano y ante la perspectiva de que los romanos serían mucho más difíciles de vencer de lo que él había pensado, el famoso rey epirota se trasladaba a Sicilia llamado por los siracusanos para combatir a los cartagineses [ver el artículo GUERRAS PÍRRICAS, 280–275 a.C. La Guerra en Sicilia y la Batalla de Benevento]. En una fulgurante campaña logró arrinconar a los cartagineses en el extremo occidental de Sicilia. Pero su frustración por no poder tomar Lilibeo, el último bastión púnico, y sus desavenencias con sus aliados hizo que regresara a Italia a seguir combatiendo a los romanos. Así pues, a la marcha de Pirro, Sicilia se hallaba sumergida en el caos y el desorden político. Las dos grandes potencias, Cartago y, especialmente, Siracusa, habían visto limitadas enormemente sus áreas de influencia y, además, esta última atravesaba una grave crisis política. Los mamertinos se lanzaron rápidamente a rellenar ese vacío de poder, actuando como “protectores” de las ciudades griegas a cambio de fuertes tributos, atacando a aquellas que se negaran.
Pero en el año 270 a.C. la ciudad de Rhegio fue tomada por el cónsul Cayo Genucio. La mayoría de los campanos cayeron en el asalto final, luchando desesperadamente, pero 300 fueron capturados y enviados a Roma, donde los cónsules los condujeron al foro y allí, de acuerdo con la costumbre romana, fueron azotados y decapitados. Con esto se cumplían dos objetivos: por un lado intimidar a cualquiera que pensara traicionar la confianza romana; por otro, recuperar, en la medida de lo posible, su reputación con los aliados. Perdían así los mamertinos a sus más fieles e importantes aliados. Además, sobre las mismas fechas surgió en Siracusa la figura de Hierón, que con una serie de maniobras militares, políticas y matrimoniales se hizo con el poder absoluto de la ciudad. Y en 264 a.C. derrotó contundentemente a los mamertinos a orillas del río Longano. Al conocerse la noticia de la derrota en Mesana cundió el pánico, algunos abogaban por rendirse a Hierón, pero otros prefirieron pedir ayuda en el extranjero.
A partir de aquí las fuentes muestran versiones sensiblemente distintas. Según Diodoro (22, 13’ 7-8) fue el general cartaginés Aníbal el que tomó la iniciativa para dar asistencia a los mamertinos. Su flota fondeaba en la cercana isla de Lipara y de inmediato acudió a Hierón, supuestamente para felicitarlo por su victoria. En cambio, su intención era distraerlo mientras secretamente introducía una guarnición en Mesana, levantando así la moral mamertina a la vez que aseguraba una buena posición para los intereses de Cartago. Evidentemente esto no podría haberlo realizado sin la aprobación de, al menos, parte de los mamertinos. Hierón, muy probablemente indignado pero sin fuerza suficiente para un enfrentamiento con los púnicos no tuvo más opción que retirarse a Siracusa, eso sí, siendo proclamado rey a su llegada (Polibio 1, 9’ 8). En cambio, Polibio (1, 10’ 1-2) afirma que algunos de los mamertinos pidieron ayuda a los cartagineses, mientras que otros mandaron una embajada a Roma. Y Zonaras (8, 8) complementa a Polibio, aduciendo que la ayuda a Cartago solo se pidió por la tardanza de los romanos.
Pero lo cierto es que como nos dicen las fuentes, Aníbal actuó inmediatamente después de la derrota mamertina en Longano y para cuando la embajada llegó a Roma y el Senado empezó a debatir si debía prestar su ayuda a los mamertinos ya se conocía que Cartago había introducido una guarnición en la ciudad.
La intervención cartaginesa en Mesana no suponía un proyecto especialmente original u osado, ya que durante Siglos se habían mostrado muy activos en Sicilia e incluso con anterioridad se habían hecho con el control de la ciudad, aunque finalmente, por unas razones u otras, siempre se habían tenido que retirar hasta la mitad Occidental de la isla.
En Roma la embajada mamertina ofreció una deditio, es decir, “rendir la ciudad”. Esto suponía la rendición formal de su comunidad y todos sus bienes al poder del pueblo romano. Esta era una fórmula legal más fuerte que el foedus y mucho más que cualquiera de los tratados de amistad que existían entre Roma y Cartago. Algo similar había ocurrido en 343 a.C. cuando Capua ofreció una deditio a Roma tras ser derrotada por los samnitas, a su vez aliados a los romanos, lo que dio origen a la Primera Guerra Samnita.
Para el Senado romano tomar una decisión sobre si debía asistir a los mamertinos no era fácil. Por un lado la adquisición de Mesana abría interesantes oportunidades y evitar que Cartago la controlara es presentado por Polibio (con exceso de dramatismo, eso sí) como crucial. Sin embargo, era evidente que incurrirían en una grave contradicción si ayudaban a los mamertinos, puesto que pocos años antes habían castigado con la tortura y la muerte a sus propios hombres por haber tomado a traición la ciudad de Rhegio. Además, acceder a la petición de ayuda los pondría en contra no sólo de los exiliados mesanos, sino con todo el mundo griego, incluidas las recién adquiridas poleis de la Magna Grecia, que tenían estrechas relaciones con los griegos de Sicilia.
Finalmente, según nos cuenta Polibio (1, 11’ 1-2), aunque el Senado rechazaba enviar ayuda, la actuación de los cónsules de aquel año, Apio Claudio y Marco Fulvio, decantó la balanza hacía el lado de la intervención, convenciendo a la plebe argumentando que conseguirían un enorme botín si acudían en apoyo de los mamertinos. Sin embargo, teniendo en cuenta el sistema de votación con el que funcionaba la asamblea de la Comitia Centuriata (encargada de declarar la guerra entre otras cuestiones), en la que en la práctica el poder recaía en las clases más altas, es imposible que se aprobara la intervención militar sin un gran apoyo de estas. Es evidente, por otra parte, conociendo como funcionaba la política en Roma, en la que la gloria personal era más que fundamental para acceder a las magistraturas, que los cónsules estarían ansiosos por acudir allí donde hubiera posibilidad de alcanzarla. Y es evidente también, conociendo la economía de rapiña que practicaban los romanos, que aquella eran una gran oportunidad de lucrarse en las ricas tierras sicilianas, donde lograrían gran botín y numerosos esclavos que vender.
En teoría, la embajada mamertina reclamaba ayuda contra Hierón, algo extraño teniendo en cuenta que la situación había sido salvada por Aníbal. ¿o es que la embajada reclamaba ayuda contra Cartago? Quizás parte de los mamertinos se sintieran incómodos bajo la protección cartaginesa, previendo que sus días de saqueo y extorsión a sus vecinos acabarían bajo el yugo de una potencia comercial interesada en contar con puertos y vías seguras para los mercaderes. O quizás distintas facciones de la política mamertina buscaran el favor de diferentes potencias extranjeras para hacerse con el gobierno de la ciudad (aunque su política exterior se viera reducida a la nada).
Los romanos enviaron a Apio Claudio al frente de un ejército consular de cerca de 20.000 hombres con la orden de pasar a Mesana y prestarle ayuda. Al parecer, el cónsul envió una avanzadilla por mar para que llegara al teatro de operaciones con rapidez mientras él, con el resto del ejército, marchaba más lentamente desde Roma a Rhegio. Zonaras (8, 8) nos da el nombre del tribuno militar que lideraba este destacamento: Cayo Claudio. Muchos historiadores modernos lo han puesto en duda debido al parecido del nombre entre el cónsul y el tribuno y porque Polibio no menciona nada de esto.
Una vez en Rhegio, Cayo Claudio trató de cruzar el estrecho con su pequeña flota, pero “debido al número y habilidad de los cartagineses” y a las fuertes corrientes de las aguas perdió algunas de sus naves y apenas si logró regresar a salvo a Rhegio. El oficial al mando de la guarnición cartaginesa en Mesana, Hanón, deseando echar la responsabilidad de romper la paz a los romanos, devolvió los trirremes capturados y a los cautivos, al tiempo que “amenazó con que nunca permitiría a los romanos ni siquiera lavarse las manos en el mar” (Zonaras 9, 1).
Pero poco después, los mamertinos lograron expulsar a la guarnición cartaginesa de la ciudadela “en parte con intimidaciones y en parte con engaños” (Polibio 1, 11’ 4), al tiempo que Cayo Claudio, familiarizado ya con las corrientes del estrecho logró cruzar con sus hombres y establecerse en la ciudad.
Los cartagineses crucificaron al desafortunado Hanón convencidos de que había entregado la acrópolis por cobardía y negligencia. De inmediato la flota cartaginesa tomó posición junto al cabo Peloríade (actual Capo di Faro), desde donde podrían vigilar cualquier intento de cruzar el estrecho por parte del grueso de tropas romanas, aún de camino. Al mismo tiempo, Cartago envió a Sicilia a otro Hanón, este hijo de Aníbal (no sabemos si el mismo Aníbal que comandaba la flota), y habiendo reunido las fuerzas en Lilibeo, avanzó por la costa Norte de la isla hasta Solus, una ciudad de origen fenicio a pocos Km. al Este de Panormos. Diodoro (23, 1’ 2) nos cuenta que Hanón, cuando regresó a su campamento tras negociar una alianza con Akragas (Agrigento) y establecer una guarnición allí, se entrevistó con unos enviados de Hierón y acordaron asediar Mesana y hacer la guerra a los romanos a menos que estos abandonaran Sicilia, lo que nos hace tomar como cierta la narración de Zonaras y la existencia de la avanzadilla liderada por el tribuno Cayo Claudio.
Las tropas bajo Hanón no debían ser muy numerosas, quizás un pequeño contingente libio que lo acompañó desde África y un puñado de miles de los mercenarios que actuaban como guarnición en las ciudades bajo control cartaginés en Sicilia. Con este pequeño ejército cercó Mesana, acampando en un lugar que Diodoro llama Eunes y Polibio Synes, seguramente al Norte de la ciudad, donde podría dar cobertura a la flota. Mientras tanto, Hierón, fiel al acuerdo firmado, acampó frente a la ciudad, junto al monte llamado Calcídico, seguramente una prominencia al Sur de Mesana, cerrando la salida de la ciudad por allí.
Apio Claudio, una vez llegado a Rhegio envió emisarios tanto a Hierón como a los cartagineses. Quizás pretendiera hacer un último esfuerzo por evitar la guerra o quizás su intención era distraerlos mientras el ejército cruzaba el estrecho con la ayuda de las naves (penteconteras según Polibio) proporcionadas por Tarento, Locri, Elea y Neapolis. Pero en cualquier caso, ni Hierón, que argumentaba su derecho a hacer la guerra a los mamertinos por la destrucción de Gela y Camarina años atrás y por haberse apoderado de Mesana de forma tan impía; ni los cartagineses, que se veían con derecho a controlar Mesana al haber sido solicitada su ayuda con anterioridad y que veían la injerencia romana como el motivo por el que su guarnición había sido expulsada, estaban dispuestos a levantar el sitio. Por su parte, Claudio insistía en su fides con los mamertinos y no iba a cejar en su voluntad, quizás también pensando que su fuerza militar intimidaría a los demás. Estando así las cosas, las negociaciones terminaron por romperse.
Para Dión Casio (11, 1-4) las causas de la guerra estaban en la ambición de ambas ciudades de conseguir aún más poder y por el miedo mutuo que se tenían, convencidas de que la única manera de mantener a salvo sus posesiones era conquistar la de los demás. Y aunque Polibio arroja la mayor parte de la responsabilidad sobre los romanos, tachándolos de oportunistas y ávidos de botín y gloria, también se percibe cierto miedo en Roma cuando escribe que era primordial que Cartago no tomara el control de Mesana por el peligro que eso suponía para los romanos, ya que de ese modo tendrían un fácil paso a Italia. Seguramente ninguno de los dos fuera desencaminado, aunque, evidentemente, las causas de la guerra fueron más complejas, entrando aspectos económicos, no solo con la obtención de botín y la venta de esclavos, también la apertura de nuevas rutas o proteger los intereses comerciales de los nuevos aliados griegos del Sur de Italia; la búsqueda de gloria de los cónsules, en especial Apio Claudio, como modo de ascender políticamente; o el orgullo desmedido de Roma como entidad política y nacional, que la impulsaba a no titubear cuando otra ciudad le solicitaba ayuda, incluso cuando su derecho fuera más que dudoso.
Litra de plata con la efigie de Hierón II |
Apio Claudio finalmente consiguió eludir a la flota cartaginesa aprovechando la noche e hizo cruzar su ejército hasta Mesana (Polibio 1, 11’ 9). Frontino (1, 4’ 11) nos dice que el cónsul logró su propósito haciendo correr el rumor de que no podía continuar con la guerra sin el respaldo del pueblo, fingiendo retirarse en barco de vuelta a Italia y aprovechando la relajación de la flota cartaginesa. Esta historia suena algo descabellada, pero no deja de ser posible, sobre todo si tenemos en cuenta la versión de Zonaras (9, 1), en la que nos dice que “al encontrar numerosos cartagineses dispuestos en varios puntos alrededor del puerto con el pretexto de ejercer el comercio, recurrió al engaño para cruzar con seguridad el estrecho, y así logró anclar frente a Sicilia por la noche”. En cualquier caso, lo que es evidente es la incapacidad de las flotas de la antigüedad en establecer bloqueos de forma eficaz, debido a que las naves debían ser sacadas a tierra de forma constante.
Una vez en Mesana, era incuestionable que con el enemigo dominando tierra y mar no era prudente dejarse someter a asedio. Por otro lado, la disposición de ambos ejércitos coaligados, separados por la ciudad, evitaba que pudieran prestarse apoyo si lanzaba un rápido ataque contra uno de ellos.
Así pues, hizo salir a su ejército en orden de combate contra los siracusanos, que por su parte, aceptaron el envite y bajaron de la colina para la pelea. La batalla fue prolongada y dura; y aunque Polibio da la victoria a los romanos, para Zonaras (8, 9) el resultado fue más indeciso, saliendo malparada la caballería romana pero prevaleciendo la infantería pesada. La caballería siracusana se había ganado buena fama a lo largo del Siglo V a.C., sobre todo ante los atenienses en aquella desafortunada (e innecesaria) campaña de 415-13 a.C. En la batalla de Longano, ese mismo año de 264 a.C. Hierón había alineado a 1.500 jinetes por lo que ahora su número debía ser similar. Por su parte, en un pasaje del siguiente año, Polibio (1, 16’ 2) nos dice que los ejércitos consulares se componían de dos legiones, con sus correspondientes alae de aliados itálicos, con 4.000 infantes y 300 jinetes cada una. Y en tiempos posteriores, el mismo Polibio nos dice que la caballería aliada era tres veces más numerosa que la romana, aunque no tenemos pruebas de que durante la Primera Guerra Púnica esto fuera así. Esto nos daría que Apio Claudio podría contar, sobre el papel, con entre 1.200 y 2.400 jinetes, pero debemos advertir que transportar caballos por mar, en aquellas naves estrechas, no era una tarea sencilla, con lo que seguramente el número tendiera a la baja. En cambio, el rey de Siracusa había combatido en Longano con 10.000 infantes, lo que lo situaba en clara desventaja contra Apio, aunque el cónsul debía dejar parte de sus 16.000 infantes en Mesana para rechazar cualquier intento cartaginés de retomar la ciudad.
Quizás tanto Apio Claudio como Hierón tenían motivos para reclamar la victoria, de ahí que el historiador griego pro-cartaginés Filino nos diga que los romanos fueron duramente golpeados y regresaron a Mesana; historia que nos hace llegar Polibio en forma de crítica hacia su autor. Hierón también se retiró a su campamento y calculando que tras este primer envite nada bueno podría sacar, y posiblemente, como nos dice Diodoro (23, 3’ 1) desconfiando de la facilidad con la que los romanos habían logrado cruzar el estrecho custodiado por la flota cartaginesa, decidió volver a Siracusa a toda prisa en cuanto la oscuridad de la noche le ofreció seguridad.
Al día siguiente, animado por la retirada de los siracusanos, Apio Claudio atacó a los cartagineses de madrugada. Zonaras (9, 1) es el único que deja algunos detalles sobre la lucha. El campamento cartaginés se levantaba, según nos dice, en una especie de península que tenía el mar a un lado y pantanos al otro, con una muralla transversal cerrando el estrecho istmo que servía de entrada al mismo. Los romanos trataron de tomar por la fuerza este punto, pero tuvieron que retirarse ante los proyectiles enemigos. Entonces los cartagineses se animaron y salieron precipitadamente del campamento, atravesando el istmo y persiguiendo a los fugitivos. Pero los romanos se repusieron, dieron la vuelta y los derrotaron causándoles numerosas bajas.
Según Polibio (1, 12’ 3) el resto del ejército cartaginés se vio obligado a huir en desbandada a las ciudades cercanas. Pero parece más probable, ya que ninguna fuente nos dice que el campamento fuera tomado, que los hombres fueron rechazados de nuevo a dentro y posteriormente fueran evacuados por la flota y repartidos en guarniciones entre las ciudades aliadas. De hecho, probablemente, en cuanto Hanón tuvo noticias de la retirada de Hierón, planeara abandonar aquella posición tan comprometida. El propio Zonaras nos dice que en aquel lugar, tras la retirada siracusana, los cartagineses estaban aislados y el hecho de que no salieran del campamento a plantar batalla ante el avance de Apio Claudio nos indica que estaban en clara inferioridad numérica.
Por otra parte, que a Apio Claudio no se le concediera celebrar un triunfo a su regreso a Roma nos indica que la batalla contra Hierón no fue decisiva e incluso, como hemos dicho, su resultado pudo ser indeciso, y la que tuvo lugar contra los cartagineses no fue lo suficientemente relevante. En cambio, su colega Marco Fulvio Flaco si aparece en los Fastos Triumphales Romanorum, por su buen desempeño contra los etruscos de Volsinia.
Habiendo levantado el sitio sobre Mesana con éxito, nos dice Polibio (1, 12’ 4) que Apio Claudio avanzó sin temor, devastando el territorio siracusano y el de sus aliados, sin que nadie se le opusiera a campo abierto, llegando incluso a las proximidades de Siracusa, a la que puso bajo asedio. Más adelante (1, 15’ 10), en su crítica a la narración perdida de Filino, nos dice que Apio también puso sitio a la ciudad de Echetla, la cual los historiadores no han podido identificar con seguridad1, pero Polibio sitúa “en el límite de los dominios siracusano y cartaginés”. Muy probablemente a esta misma plaza se refiera Diodoro (23, 3’ 1) cuando hace referencia al asedio de “Aigesta”, en la que el cónsul pierde muchos hombres antes de retirarse a Mesana. Zonaras (8, 9), por su parte, añade ciertos detalles más, informándonos de que Apio, habiendo dejado una guarnición en Mesana, hizo asaltos a la ciudad de Siracusa, cuyos habitantes realizaron algunas salidas a ofrecer batalla, alternando victorias con derrotas, pero que no podía asediarla debido a la escasez de provisiones y a las enfermedades que padecía el ejército.
Aunque pudiera parecer que las fuentes confunden este avance de Apio Claudio con campañas de años posteriores al decirnos que de combatir sin resultados decisivos en los alrededores de Mesana luego avanza unos 160 Km. hasta la propia Siracusa. Sin embargo, Filino era contemporáneo de los hechos y tenía más motivación para ocultar los éxitos romanos que al contrario. Por otra parte, como hemos visto, la fuerza cartaginesa se dispersó para guarnicionar varias ciudades. Los romanos no contaban aún con técnicas de poliorcética lo suficientemente avanzadas como para asaltar con garantías las murallas cartaginesas, obligando a pagar un alto precio en bajas para obtener muy poco beneficio estratégico o tan siquiera de botín (como nos dicen las fuentes al atacar Echetla). Es probable que Hierón hiciera lo mismo que los cartagineses, teniendo en cuenta la densa red de pequeñas fortalezas y pueblos fortificados que había en su territorio. Ante esta situación, Apio tan solo podría tratar de presionar al enemigo para que saliera a campo abierto, saqueando campos cada vez más cerca de Siracusa hasta que el malestar ciudadano empujara a Hierón a presentar batalla. Evidentemente los romanos no podían tomar una ciudad del tamaño y las defensas de Siracusa y asediarla era del todo inútil, no solo por los motivos expuestos por Zonaras, sino por el hecho de que podría ser abastecida sin dificultad desde el mar, al contrario del ejército romano, que estaba realmente lejos su centro de aprovisionamiento. Los combates que registran las fuentes no debieron ser más que escaramuzas entre pequeñas fuerzas dispersas, pues, ninguno de los bandos tenía suficiente margen como para poder permitirse derrotas en varias batallas a gran escala, además de que, como dijimos antes, a Apio no se le concedió ningún triunfo. Por otro lado, Zonaras nos dice que cuando finalmente Apio Claudio se retiró hacia Mesana, cercano ya el final de su mandato, “los siracusanos lo siguieron y mantuvieron el contacto con sus tropas dispersas”, lo que nos hace pensar rápidamente en tácticas de guerrilla por parte de Hierón.
Al llegar el invierno, Apio Claudio Caudex regresó a Mesana, donde dejó una guarnición antes de cruzar el estrecho hasta Rhegio y desde allí a Roma al terminar su consulado. Aunque no había conseguido ninguna victoria deslumbrante, su acierto al derrotar a Hierón y los cartagineses antes de que pudieran darse apoyo mutuo fue clave y que pudiera establecer una cabeza de puente en Mesana fue, sin duda, decisivo.
En la primavera de 263 a.C. los romanos decidieron enviar a Sicilia a ambos cónsules, Manio Valerio Máximo y Manio Otalicio Craso, cada uno al frente de un ejército consular, en total unos 35-40.000, a los que seguramente habría que sumar la guarnición dejada en Mesana, ¿una legión de 4.000 hombres?
Ante tal despliegue de fuerza y el lógico miedo de que sus campos y sus gentes fueran arrasados, gran cantidad de ciudades aliadas a Cartago y Siracusa se pasaron a los romanos. Diodoro (23, 4’ 1) nos da más detalles. Primero los cónsules sitiaron Adrano y la tomaron al asalto. Luego, mientras asediaban la ciudad de Centuripa, llegaron enviados de Halesa para negociar la alianza y más tarde de un gran número de ciudades, incluyendo Catana (Plinio, HN 7, 214; Eutropio 2, 19’ 1) y probablemente Enna y Camarina (Diodoro 23, 9’ 4). De acuerdo con Diodoro fueron 67 ciudades, aunque seguramente esto se trate de un anacronismo basado en el posterior número de comunidades bajo dominio romano en Sicilia. En cambio, Eutropio habla de 52.
Hierón no actuó de forma distinta, y en cuanto los cónsules se acercaron a Siracusa y notando este el descontento de sus ciudadanos por la marcha de la guerra, envió un heraldo con propuestas de paz y alianza. Los romanos aceptaron de inmediato y concluyeron una paz de 15 años. El rey de Siracusa debía entregar sin rescate a todos los cautivos y, según Polibio (1, 16’ 9), pagar la suma de 100 talentos como indemnización; o 200 según Eutropio (2, 19’ 2) y Orosio (4, 7’ 3). Diodoro (23, 4’ 1), en cambio, nos dice que fueron 150.000 dracmas, es decir, 25 talentos. Sin duda esta cantidad es extremadamente pequeña y seguramente se tratara tan solo del pago inicial, restando entonces un pago anual de 5 talentos durante la duración del acuerdo si aceptamos la cantidad total dada por Polibio. A cambio Hierón recibiría la protección romana para gobernar sobre los siracusanos y las ciudades sujetas a él: Acras, Leontino, Megara, Heloro, Netum y Tauromenio.
Quizás pueda sorprender lo barata que le salió comprar la paz a Hierón, pero como nos dice Polibio, los romanos aceptaron debido a la escasez, nuevamente, de sus provisiones, a causa del control que ejercían los cartagineses sobre el tráfico marítimo (aunque también influiría la limitada planificación logística de la campaña) y suponían que Hierón les sería de gran ayuda en este aspecto. Lo acertado de su decisión queda demostrado cuando poco después Aníbal llegó con una fuerza naval a Xiphonia (hoy Augusta), justo al Norte de Siracusa, con la intención de ayudar al rey, pero cuando supo lo que había sucedido se fue.
Después de que el pueblo romano ratificara el acuerdo de amistad con Hierón, nos dice Polibio (1, 17’ 1) que “los romanos decidieron no seguir empleando todas sus fuerzas en la expedición, sino solo dos legiones”. Ahora que Siracusa se había unido a ellos la guerra transcurriría de forma más sencilla y al mismo tiempo, de este modo, las tropas serían más fácilmente suministradas. Esta afirmación, como veremos más adelante, solo puede ser reducida a lo que quedaba de ese año de 263 a.C. Seguramente, sería Manio Valerio Máximo el que se quedara en suelo siciliano. Hay quien ha interpretado que el sobrenombre Mesala (ligera deformación de Mesana) que recibió, fue debido a que al principio de la campaña, al contrario de lo que dicen las fuentes, el Senado solo lo envió a él a Sicilia. Otros, en cambio, opinan que, nuevamente contradiciendo las fuentes y en especial a Polibio, fue él y no Apio Claudio quien levantó el asedio de Mesana. Sin embargo, lo más probable se debiera a que los mamertinos se lo otorgaran al ser quien más activamente luchó contra los siracusanos hasta firmar la paz con Hierón. De hecho, los Fastos Triunphales Romanorum nos indican que Valerio Máximo celebró un triunfo el 16 de abril de 262 a.C. del calendario romano (17 de marzo en el calendario actual) por vencer a los cartagineses y a Hierón, rey de los siracusanos, mientras que su colega Manio Otalicio no recibió ese honor.
En cualquier caso, la actividad militar parece que no se detuvo tras la paz con Hierón. Diodoro nos informa primero de infructuosos ataques romanos a Macella y el pueblo de Adrano; y que después la ciudad de Segesta, sujeta a los cartagineses se reveló hacia los romanos, al igual que Halicyae; pero que los pueblos de Ilarus, Tyrittus y Ascelus (de ubicación desconocida) solo fueron tomados tras asediarlos. Por su parte, los ciudadanos de Tindaris, viendo que quedaban aislados, quisieron también unirse a los romanos, pero descubiertos por los cartagineses los principales ciudadanos fueron encerrados como rehenes en Lilibeo y se llevaron el grano, el vino y el resto de provisiones.
Sin embargo, hay varios puntos que no concuerdan. Por un lado, la ciudad de Macella, si es que su identificación con la actual Macellaro (cerca de Camporeale) se sitúa al Oeste de la isla de Sicilia, muy lejos del campo de operaciones romano, al igual que Segesta y Halicyae, a apenas unos 45 Km. de Lilibeo. Aunque curiosamente, también Zonaras nos dice que Segesta fue tomada sin resistencia, matando a la guarnición cartaginesa y clamando que, al igual que los romanos, eran descendientes de Eneas. Por otro lado, Diodoro ya nos dijo al inicio de la campaña del mismo año que los cónsules habían tomado la ciudad de Adrano. ¿Se había cambiado ahora al bando cartaginés? No parece que la Adrano que conocemos, situada en las faldas del Monte Etna, fundada como colonia siracusana y en la órbita de Hierón al inicio de la guerra, fuera a revelarse en contra de Roma y favor de Cartago, máxime cuando sería una imprudencia hacerlo sin que hubiera un ejército púnico en la isla, al igual que sería insensato declararse neutral. Entonces, ¿la diferenciación que hace el autor entre la ciudad de Adrano que nombra primero y el pueblo, después, quiere decir que se trata de dos entidades diferentes? Lo cierto es que no se ha encontrado evidencia arqueológica alguna ni referencias literarias que apoyen esta teoría, con lo que seguramente se trate de un descuido de Diodoro. Caso distinto es el de Tindaris. En su relato de la guerra entre Hierón y los mamertinos, Diodoro (22, 13’ 2) nos dice que el tirano de Siracusa “después de haber sido recibido con entusiasmo por los habitantes de Abaceno y Tindaris, se hizo dueño de estas ciudades”; y sin embargo ahora la encontramos bajo control cartaginés. De origen griego, la ciudad se encontraba en la costa a pocos Km. al Oeste de Milas y justo al Sur del archipiélago de Lipari, con lo que la flota cartaginesa la habría podido forzar a entrar en alianza con ellos en cuanto Hierón cambió de bando.
Representación panorámica de la antigua ciudad de Agrigento |
Roma había cumplido con creces los objetivos que los habían llevado a Sicilia: habían salvado a los mamertinos y habían conseguido la rendición de Hierón, pero las fuentes no dan registro de que ninguno de los bandos aún en conflicto tuviera interés alguno en firmar la paz. Es evidente que Cartago, pese a la prudencia con la que había actuado al principio, ahora no tenía ningún motivo para permitir que los romanos permanecieran en la isla. Según Polibio (1, 17’ 4) en cuanto se enteraron del cambio de bando de Hierón los cartagineses empezaron a reunir una poderosa fuerza compuesta por “mercenarios extranjeros de las costas opuestas a Sicilia, muchos ligures y galos e iberos en número aún mayor”.
Si esto es cierto, los romanos se enteraron de la concentración de fuerzas cartaginesas antes de que partieran a Sicilia y decidieron tomar la iniciativa, enviando a los dos cónsules de ese año, Lucio Postumio y Quinto Mamilio. Polibio (1, 17’ 7) nos dice también que “al tomar nota del plan de los cartagineses y de su actividad en Agrigento, se decidieron por una iniciativa más audaz, abandonando otras operaciones para dirigir todas sus fuerzas contra esta ciudad”. Sin embargo, viendo el desarrollo de los acontecimientos, es evidente que en Agrigento no había más que un pequeño número de tropas cuando los cónsules la pusieron bajo asedio. Quizás a la guarnición que estableció Hanón al inicio de las hostilidades se le sumaron algunos refuerzos provenientes de parte de la fuerza que bloqueó Mesana, ya que ahora vemos que el comandante es el mismo Aníbal que comandaba aquel contingente.
Hacia junio2 los dos cónsules llegaron a las inmediaciones de Agrigento y acamparon a 1,5 Km. de la ciudad. Esta se levantaba a 5 Km. de la costa, en una meseta rodeada de pendientes pronunciadas en todos sus lados excepto en el Oeste y dominada por una cresta más alta en la cara Norte, en la que en su parte Occidental, proyectándose más allá de la muralla de la ciudad, se emplazaba la acrópolis. Todo el área ocupaba una extensión de algo más de 360 Hectáreas y estaba rodeada por una muralla con 9 puertas. Los ríos Hypsas (actual Drago) al Oeste y Akragas (San Biagio) al Este ofrecían una defensa adicional, los cuales se unían al Sur de la ciudad poco antes de entrar en el mar. Agrigento ocupaba una posición estratégica de gran importancia, al dominar la ruta que atravesaba la isla de Este a Oeste por el Sur, además de las que partían hacia el Noroeste hasta Panormos y hacia el Noreste hasta Enna y Catana, siendo junto a la mencionada Panormos el mejor punto desde el que lanzar un ataque a la parte oriental de Sicilia.
Prueba del escaso número de tropas que defendían Agrigento es la seguridad con la que actuaron los romanos. Como nos dice Polibio, los soldados empezaron a recoger la cosecha con más audacia de la aconsejable, dispersándose en exceso y permitiendo a la guarnición hacer una salida y atacarlos. Rápidamente los romanos fueron puestos en fuga. La tropa cartaginesa se permitió avanzar incluso hasta el campamento enemigo, pero la fuerza de cobertura romana logró contraatacar con éxito gracias a su disciplina y pese a estar en inferioridad numérica, persiguiendo a los cartagineses hasta la ciudad y causándoles grandes bajas, aunque sufriendo muchas a su vez.
A partir de entonces los dos bandos actuaron con más precaución. Los cónsules romanos dividieron sus fuerzas, acampando uno al Oeste de la ciudad, “en el lado que da a Hereclea”, y el otro cerca del templo de Asclepio, que, aunque no se ha identificado, debería estar aproximadamente en el lado opuesto. Fortificaron el terreno entre sus campamentos con una doble trinchera para protegerse tanto de las salidas desde la ciudad como de los ataques desde el exterior, así como para evitar que Agrigento pudiera ser abastecida, como “es habitual en el caso de ciudades sitiadas” (Polibio 1, 18’ 3), además de colocar puestos de guardia en lugares adecuados en el espacio entre campamentos. Las provisiones fueron almacenadas en la ciudad Herbesos, cuya ubicación no ha podido ser identificada, pero que Polibio dice que no estaba lejos de los trabajos de asedio, por lo que no podía corresponder al pueblo del mismo nombre cerca de Siracusa.
Durante 5 meses (Noviembre de 262 a.C.) la situación estuvo paralizada, sin que ninguno de los dos bandos fuera capaz de lograr alguna ventaja decisiva. Pero cuando en Agrigento empezaron a ser presionados por el hambre, Aníbal envió un mensaje a Cartago explicando la situación y pidiendo refuerzos. Según Polibio (1, 18’ 7) había entre los muros al menos 50.000 personas, entre los que habría que incluir no solo mujeres, niños y ancianos, también a muchos habitantes de los campos que se refugiaron allí cuando los ejércitos romanos llegaron a la zona.
Mercenario ibero. |
Sea como fuere, Hanón marchó de Lilibeo a Heraclea Minoa, en la desembocadura del río Halykos (Platani), a apenas 40 Km. de Agrigento, donde concentró a sus tropas y provisiones. Rápidamente surgió la oportunidad de tomar Herbesos, base de suministros romana, según Diodoro por medio de una traición. Como consecuencia, los romanos empezaron a tener también falta de alimentos y según Polibio (1, 18’ 11) “pensaron con frecuencia en levantar el asedio, cosa que habrían acabado haciendo si no hubiera sido porque Hierón puso todo su esfuerzo y medios en disponer para los romanos el avituallamiento adecuado y necesario”.
Hanón, viendo que los romanos estaban sufriendo debido a las privaciones y a que una epidemia había surgido entre ellos, movió a su ejército sobre Agrigento, ordenando a la caballería númida que lo precediese y se acercara a uno de los campamentos enemigos para provocar e intentar que su caballería los persiguiera, ante lo que debían ceder y retirarse hasta reunirse con el resto de fuerzas. El ardid funcionó a la perfección, saliendo la caballería romana y atacándolos con audacia. Los númidas se retiraron hasta unirse con el ejército de Hanón, momento en el que se dieron la vuelta y rodearon al enemigo, matando a muchos y persiguiendo al resto en su huida al campamento. Después de esto los cartagineses acamparon frente a los romanos, ocupando una colina que Polibio llama Torus, a una distancia de 1,5 Km. del enemigo.
Hastati romanos |
Durante los siguientes dos meses (enero de 261 a.C.) no hubo acciones destacables salvo pequeñas escaramuzas diarias. Sin embargo, tras 7 meses de asedio (6 según Diodoro 23, 9’ 1), la situación dentro de Agrigento era insostenible y Aníbal no dejaba de enviar mensajes a Hanón, mediante señales de humo y mensajeros, anunciándole que la población no podía soportar la hambruna y este decidió arriesgarse a resolver el asunto mediante una batalla.
Los detalles sobre la batalla son escasos y nuestras fuentes se contradicen de forma aparentemente irreconciliable. Según Zonaras (8, 10) Hanón se dispuso para la batalla con la expectativa de que Aníbal caería por la retaguardia de los romanos. Pero los cónsules se percataron de su plan y enviaron tropas a tender una emboscada mientras el grueso del ejército permanecía inactivo dentro de las defensas. Los cartagineses se acercaron con desprecio a los atrincheramientos, hasta que al anochecer los romanos se unieron a la batalla tanto desde la emboscada como de las trincheras. Aníbal, mientras tanto, había sido rechazado por los que custodiaban el cerco interior. Esta versión coincide y se completa con uno de los lances contados por Frontino (2, 1’ 4) sobre Lucio Postumio Megelo, en el que el cónsul respondía a los ataques cartagineses sobre las trincheras con tan solo una parte de sus tropas. A la tarde, estando los hombres de Hanón cansados y hambrientos, empezaron a retirarse y entonces Postumio lanzó a sus tropas frescas, que hicieron huir al enemigo.
Sin embargo, Polibio (1, 19’ 7-8) nos dice que “ambos llevaron sus fuerzas al espacio entre los campamentos y se enfrentaron”. Hanón colocó a los mercenarios en primera fila, con los elefantes entre estos y el resto de tropas en retaguardia. Tras una dura lucha la primera línea cartaginesa colapsó, retrocediendo sobre los elefantes y el resto, poniéndolos a todos en desordenada huida.
Es difícil decir cual de las dos versiones es la correcta, aunque se suele preferir la de Polibio. No obstante presenta algunos problemas. La caballería cartaginesa no es mencionada en ningún momento, algo extraño teniendo en cuenta el buen desempeño que tuvo en su enfrentamiento anterior contra la romana y que esta había quedado bastante dañada ¿Por qué no atacó los flancos de los romanos si tenían clara superioridad?. Por otro lado, la posición de los elefantes es difícil de explicar, sobre todo si su número era tan alto como el que dan el propio Polibio o Diodoro. Sobre el primer punto es posible que el accidentado relieve de los alrededores de Agrigento impidiera que pudiera ser desplegada de forma efectiva, aunque sería llamativo que ninguna fuente haga algún comentario sobre esta circunstancia. En cuanto a los elefantes, es posible que no fueran del todo confiables debido a su escasa experiencia o que pensaran usarlos de forma decisiva cuando las lineas romanas empezaran a desordenarse, aunque es igualmente inexplicable que no actuaran cuando la línea de mercenarios comenzó a derrumbarse. En cualquier caso, ambos problemas quedan resueltos si asumimos que efectivamente, tal y como nos dicen Zonaras y Frontino, los romanos no salieron a campo abierto. En este caso, la prudencia aconsejaba no acercar los elefantes a una empalizada con defensores resueltos que podrían acribillarlos con proyectiles, al igual que la caballería, que sería incluso menos efectiva contra esas defensas. Es posible que la emboscada de la que habla Zonaras se tratara en verdad de las tropas de refresco que apunta Frontino y la huida atropellada de los mercenarios se produjera cuando estos, agotados por el largo ataque sin resultados, fueron sorprendidos por la repentina salida de tropas romanas del campamento. Desde luego, no sería de extrañar que un ataque de estas características pudiera poner en fuga a toda la primera línea cartaginesa y dejara sin posibilidad de respuesta a los elefantes.
En lo que si coinciden las fuentes es en que la derrota cartaginesa fue completa. El campamento, todo el bagaje y muchos elefantes cayeron en manos romanas, teniendo los supervivientes que escapar a Heraclea. La descripción de Diodoro sobre la batalla se ha perdido, pero ha quedado la parte en la que nos dice que Hanón perdió en dos batallas (esta y el anterior lance que le fue favorable) 3.000 infantes y 200 jinetes muertos, 4.000 hombres hechos prisioneros y 8 elefantes muertos y 33 discapacitados debido a las heridas. Son cifras bastante precisas y no hay motivo por el que dudar de ellas; pero resulta curioso que si atendemos a los datos que el propio Diodoro nos da sobre el total del ejército cartaginés vemos como, aún con las bajas, tendría una fuerza superior a los romanos (56.000 – 7.200 = 48.800), pero, en cambio, si tomamos los datos de Orosio, el ejército de Hanón habría quedado maltrecho (31.500 – 7.200 = 24.300), y eso sin contar las deserciones que seguramente se ocurrirían en los siguientes días, justificando que no pudiera operar más en los alrededor de 11 meses que quedaban de año.
El propio Diodoro también nos dice que los romanos perdieron 30.000 hombres de infantería y 540 jinetes a lo largo de todo el asedio. A priori parece una cifra exageradamente alta, sobre todo teniendo en cuenta que entre ambos ejércitos consulares quizás no llegaran a los 40.000 hombres. Pero hay que tener en cuenta que el propio Diodoro (23, 7’ 1) nos dice antes que “las tropas que, unidas a las romanas, sitiaron Agrigento, y algunas de las cuales se dedicaron a cavar fosos, otras a construir empalizadas, ascendían a 100.000”, dando a entender que las ciudades sicilianas ahora aliadas a Roma cedieron tropas. Sin embargo, aún siendo probable este punto, la cifra de 60.000 auxiliares es del todo descabellada, debiéndose contar en realidad más bien por cientos que por miles y en cualquier caso con poco valor combativo. De otro modo no se entendería la pasividad romana. Por otro lado, no debemos olvidar que la fuente de Diodoro es Filino, ciudadano de Agrigento y pro-cartaginés, que en su crónica inflaría al ejército romano para justificar la derrota. Quizás debamos asumir que las bajas romanas, la gran mayoría por hambre y enfermedad durante los 7 meses de asedio, fueron unas 12.000, o dicho de otro modo el 30% del ejército. En cualquier caso, a pesar de lo que dice Eutropio (2, 19’ 3), ninguno de los cónsules celebró un triunfo por esta victoria, por lo que el asedio debió ser realmente terrible para los romanos.
La situación era desastrosa para los cartagineses. Hanón fue destituido de su cargo, “despojado de sus derechos cívicos y multado con 6.000 piezas de oro” (Diodoro 23, 9’ 2). Sin embargo, el comandante de la guarnición, Aníbal, supo aprovechar la euforia y el cansancio de los romanos para hacer salir a sus mercenarios de Agrigento. Alrededor de la media noche hizo llenar las trincheras con cestas llenas de paja y logró retirarse a salvo sin que el enemigo lo viera. Zonaras (8, 10) nos hace saber otra versión menos creíble, en la cual tan solo Aníbal logra escapar, siendo los demás asesinados, algunos por los romanos y la mayoría por los propios agrigentinos. En cualquier caso, cuando amaneció, los romanos se dieron cuenta de lo que había sucedido y tras molestar levemente a la retaguardia de Aníbal, entraron sin oposición en la ciudad y la saquearon, vendiendo a todos como esclavos, 25.000 según Diodoro (23, 9’ 1).
Los romanos habían conseguido una importante victoria, pero en varias ocasiones habían estado al borde del colapso. Polibio (1, 20’ 1) nos dice que cuando la noticia de lo ocurrido en Agrigento llegó al Senado romano empezaron a pensar en que no se limitarían a mantener la seguridad de los mamertinos, sino que harían todo lo posible por expulsar por completo de Sicilia a los cartagineses. Pero lo cierto es que el enorme despliegue de tropas romanas y de sus aliados durante la toma de la ciudad indica ya desde antes esa voluntad. Se puede pensar, no sin razón, que aunque Cartago no tenía ningún ejército en la isla antes de que Hanón llegara a Lilibeo después de 5 meses de asedio, su modus operandi habitual consistía en estancar la ofensiva enemiga guarneciendo sus bien defendidas ciudades hasta disponer de un ejército para contragolpear mientras la superioridad de su flota impedía que aquel pudiera ser abastecido (así había ocurrido contra los tiranos siracusanos Dionisio I y Agatocles y más recientemente contra Pirro de Epiro) y que, por tanto, era esencial para Roma actuar con energía y decisión y sin cuartel. Pero no es menos cierto que ninguna fuente nos habla de conversaciones para alcanzar la paz. Si la razón de la guerra era garantizar la seguridad de los mamertinos debido a la fides romana, ya de por si cuestionable, esto se había logrado al expulsar a la guarnición cartaginesa de Mesana, derrotar a las fuerzas que la asediaban y alcanzar la paz con Hierón. En todo caso, las graves dificultades por las que pasaron las tropas romanas durante el largo asedio de Agringento desveló al Senado la necesidad de construir una flota que protegiera las rutas de abastecimiento desde Italia hasta el teatro de operaciones y disputara el dominio del mar a los cartagineses.
Por Alejandro Ronda
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1Se especula que pudiera corresponder al pueblo medieval de Occhiolà, destruido en un terremoto de 1693, a 4 Km. de la actual localidad de Grammichele.
2Polibio (1, 17’ 9) nos dice que en el apogeo de la siega.
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ResponderEliminarMadre mía la cantidad de bibliografía que manejas, lo cual es lógico para estar tan bien documentado. Estuve en el 2009 en el Valle de los Templos en Agrigento y me empapé de su historia y de esa famosa batalla durante la Primera Guerra Púnica, leyendo sobre esa victoria de Roma, la esclavitud de su población, las cosechas de trigo y la edificación de nuevos templos, pero al leer tu artículo me he dado cuenta que desconocía muchas cosas que, de saberlas ahora, hubiera disfrutado de ese lugar mucho más y mejor. La información es poder. Enhorabuena, Alejandro, por tanta erudición.
ResponderEliminar¡Por Diodoro de Sicilia! se me olvidó poner mi nombre al comentario anterior: Jesús Callejo, viajero y aficionado a la buena historia. A la espera de más artículos-reportajes de talo alto nivel
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Jesús!!
ResponderEliminarMe honra que lo hayas leído y más aún que te haya gustado.
El valle de los templos es sencillamente espectacular. No por nada el poeta beocio Píndaro (Piticas 12, 1) escribe sobre Agrigento: "Te lo suplico, ciudad amante del esplendor, la más hermosa de la tierra, hogar de Perséfone; tú que habitas la colina de las viviendas bien construidas sobre las orillas de Acragas".
Si bien es cierto que Píndaro escribió esto bastante antes de la época que nos ocupa (490 a.C.), hay que tener en cuenta que la mayor parte de los templos cuyos restos podemos ver hoy día (el de la Concordia es uno de los mayores y mejor conservados de órden dórico) se construyeron justo después de esa fecha, gracias a la prosperidad (y como conmemoración) que se alcanzó tras la derrota cartaginesa en Himera en el 480 a.C., gracias, en parte, al tirano de Agrigento, Terón. Con lo cual la ciudad se llegó a embellecer aún más.
Sin embargo, los cartagineses la tomaron en el 406 a.C. y la destruyeron poco después (se han encontrado signos de incendios en algunos templos). La ciudad fue reconstruida y repoblada, aunque ya no recuperó todo su esplendor... Y como se puede leer en el artículo los romanos la tomaron y vendieron a sus habitantes como esclavos (y seguramente alguna cosa romperían por el camino).
Un saludo!!