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lunes, 9 de marzo de 2015

DE BELLO GALLICO. César contra los Helvecios, 58 a.C.


La Guerra de las Galias, violenta lid de ocho años consecutivos por el control de los pueblos celtas de Europa, fue el evento que catapultó a César a los primeros planos de la política romana.  La misma tuvo como primer episodio, el enfrentamiento entre las legiones romanas comandadas por Cayo Julio César y el pueblo celta de los Helvecios. Proponemos entonces, tratar aquí esta lid inaugural, analizar lo que entendemos por sus causas y consecuencias mas notorias; dar cuenta de sus aspectos mas relevantes y controvertidos; y poner la piedra inaugural sobre el tratamiento de otro de los grandes eventos de la historia antigua.




Cayo Julio César
Prolegómenos.
El relato de Cayo Julio César sobre los hechos ocurridos durante su proconsulado en la Galia Trasalpina, en el año 58 a.C., no dan cuenta de algunos eventos (probablemente estrategicamente omitidos por César) que ayudan a comprender todo el entramado político y social de Roma por aquel entonces, y mucho mejor, las reales motivaciones de César detrás de sus acciones en la Provincia. La construcción de los hechos que hace César en su relato, parece buscar por sobre todas las cosas, construir un casus belli que justifique sus acciones y engrandezca su figura. César no da puntada sin hilo, y nada parece dejar a la imaginación del lector ocasional. Sin embargo, una lectura detenida puede arrojar algunas fisuras. Sobre todo si esta es acompañada de la lectura de fuentes adicionales.
Si seguimos el relato de César en su obra De Bello Gallico, todas las motivaciones para emprender la guerra contra el pueblo celta de los Helvecios, se encuentran en el noble deber de protección de los territorios romanos en la provincia de Galia Narbonense[1], y los pueblos aliados de la región. Según César, los Helvecios no conformes con las “doscientas cuarenta millas de largo, con ciento ochenta de ancho” que tenían por territorio, porque a todas luces tan pequeño país no podía  contenerlos, tanto “por ser muchos sus habitantes como por su valor y la reputación de sus hazañas militares” (Caes. Bgall 2) deciden pues lanzarse, no ya en búsqueda de nuevos y mejores territorios, sino más bien, a la conquista y dominación de toda la Galia, puesto que no menos le cabía a tan glorioso pueblo. Ponían a la cabeza de este objetivo, según César, a un noble helvecio, de gran fama aparentemente, llamado Orgetórix[2]. Para César, peligraba la integridad del territorio romano, y el de sus aliados. Y por lo tanto, no tenía más remedio que asumir su defensa. Este era su casus belli.
Según César, en el punto tres del Libro I, este noble y famoso galo, había persuadido al secuano Cástico (hijo de Catamantáledes, rey secuano y amigo de Roma), y el eduo Dumnórix (hermano de Dividiaco y casado con una hija de Orgetórix, “primera” persona de su patria, y cercano a Roma también), de que aliados sus pueblos con los Helvecios, nada impediría el dominio de la Galia. Vemos como la confabulación, según César, involucra ahora a otros dos pueblos galos además de los Helvecios. Y para colmo, aliados de Roma. Algo que, como veremos luego, sin dudas era muy conveniente para sus ambiciones.
Jefe galo. Idílica imagen para
Orgetórix.
Pero en el punto siguiente (Libro I, punto 4) los acontecimientos se precipitan y ponen en aprietos a los argumentos de César. Aunque mucho no parece preocuparle. Ocurre que Orgetórix pierde la vida. Y para César esto se debe a que su confabulación, evidentemente oculta al resto del pueblo de los Helvecios, es dramáticamente revelada y, enfurecidos, exigen la inmediata detención de Orgetórix para someterlo a juicio y condenarlo a muerte. No pudiendo soportarlo, Orgetórix se quitaría la vida.
Ahora bien, si César esta en lo cierto, toda motivación de los Helvecios por migrar y conquistar la Galia se desvanecería con la muerte de Orgetórix. Sin embargo, el propio César nos cuenta que esta pérdida “no fue obstáculo para que decidiesen llevar a cabo la resolución concertada de salir de su comarca” (Caes. Bgall. I, 5). Y algunos puntos más adelante, nos señala el sitio donde habían depositado la vista los Helvecios: “los Helvecios estaban resueltos a marchar (…) hacia el país de los Sántonos, poco distante de los tolosanos” (Caes.Bgall I, 10). ¿Cómo se explica esta contradicción? ¿Qué ocurrió realmente con Orgetórix? No es fácil explicarlo, pero intentaremos dar una respuesta más adelante.
Para colmo, una vez en movimiento, y ya sobre la frontera en el río Ródano (límite del país de los Helvecios con la Galia Narbonense) lo primero que hicieron los Helvecios fue solicitar el paso, pacíficamente, por los territorios romanos (Caes. Bgall. 1,7) ya que muy pocas opciones de ruta segura tenían. Puesto que teniendo en cuenta semejante migración y su destino, les era mucho mas fácil atravesar el país de los Alogobres (Galia Narbonense) solo un pequeño tramo, que cruzar con sus bagajes el monte Jura, hacia los secuanos. Esto, evidentemente, no los convierte en una nación agresora, que busca la conquista y dominación de territorios. Los invasores no suelen pedir permiso.
Pero, atento a la oportunidad, César les niega el paso. Entonces, resueltos a migrar, pues ya no podían regresar a sus tierras, terminan eligiendo los galos el camino más complicado (a través del monte Jura) por el territorio de los secuanos. Y aun así, sin invadir la provincia romana, César los persigue y los fuerza a la batalla.
Entonces, si la sola lectura de De Bello Gallico arroja estas dudas y contradicciones, éstas se acrecientan aún mas sobre todo cuando incluimos el repaso de todas las fuentes disponibles que tratan el asunto.


El país de los Helvecios en la actual Suiza.


Cuadro de Charles Gleyre, artista Suizo (1806-1874).
 Los Helvecios (Tigurinos) fuerzan a los romanos
a pasar bajo el yugo.
Contradicciones.
Solo es secundado César, en su casus belli, por Paulo Orosio (que sabemos es una fuente tardía), cuando en su “Historiae Adversus Paganos” dice que los helvecios “tenían  esperanza de hacerse maestros de toda Galia en brazos de un príncipe, Orgetórix” (Oros.7, 3). Pero el resto de las fuentes parecen ir en otra dirección.
Para Plutarco solo se trata de otra migración de pueblos bárbaros en busca de nuevos territorios donde asentarse, sin el ánimo de conquista o dominación de toda la Galia que enuncia César. El historiador griego, en su “Vidas Paralelas”, pone que “los Helvecios y Tigurinos (notar la diferenciacion de la parcialidad de los Tigurinos como si fuera otro pueblo) que habían prendido fuego a sus doce ciudades y cuatrocientos pueblos y fueron avanzando a través de esa parte de la Galia que ya era sojuzgada por los romanos, como antes Cimbrios y Teutones lo habían hecho. A éstos se pensaba que no eran inferiores en valor y en número igual, siendo trescientos mil en total, de los cuales ciento noventa mil eran hombres de armas” (Plu.Caes.XVIII). Al compararlos con Cimbrios y Teutones, Plutarco define al hecho, entonces, solo como una migración. Aunque sin informar los motivos de tal mudanza, pudiendo deberse a la presión de los germanos, o que su territorio les quedaba chico. Tampoco indica su destino. Todo esto lo abordaremos más adelante.
Apiano habla simplemente de incursión (Apian.Gall.15,3), la cual justificaría la reacción de Cesar. Pero informa de doscientos mil Helvecios y Tigurinos en movimiento, lo que para una simple incursión parece demasiado (luego analizaremos mejor estos números). Por lo tanto, no parece estar en lo cierto, entonces, el de Alejandría.
Divicón, el gran líder Helvecio.
Pero Dion Casio es contundente cuando en su “Historia de Roma” primero dice, textual: “Mientras esto sucedía en la ciudad, César no encontró hostilidad en la Galia, porque todo era absolutamente tranquilo. El estado de paz, sin embargo, no continuó, porque primero estalló la guerra en contra de él (César), pero por su propia voluntad, y luego otra se añadió (suponemos que se refiere a la guerra contra los germanos de Ariovisto), por lo que su mayor deseo se cumplió de hacer la guerra y ganar éxito para todo el período de su mandato” (Dio 37,4,31-1).
¡Hay César! Ahora vamos conociendo un poco mejor tus motivaciones. Continúa Dion Casio diciendo que “Los helvecios, que eran fuertes en número y no tenían tierra suficiente para su gran población, no estaban dispuestos a enviar una parte para formar una colonia por temor a que si se separaban podrían estar más expuestos a las ataques por parte de las tribus con quienes tenían conflictos; en cambio, decidieron migrar todos juntos, con la intención de establecerse en un país más grande y mejor, y quemaron todos sus pueblos y ciudades, para que ninguno deba lamentar la migración” (Dio 37,4,31-2).
La teoría de la migración, entonces, gana terreno. Pero lo que ahora queda en evidencia, es la propia ambición de César, en pos de la gloria personal. Y no ya la de un supuesto príncipe galo, Orgetórix, con ambiciones desmedidas. Probablemente era la intención de César plantear el asunto de esa manera, ocultando su obsesión por lograr el triunfo y riquezas personales. Porque para Dion Casio, no es otro que César el responsable de la primer guerra (la que nos toca, contra los Helvecios). Y para colmo asegurando que esto era su mayor deseo. Pues la busca y la provoca.
Es necesario en este punto, retroceder algunos años en el tiempo, y analizar algunos hechos (aunque velozmente) de la carrera pública de César y sus avatares que explique un poco más sus propias ambiciones.

Foro de César en Roma. Inició su construcción en el año 54 a.C. a partir del
botín obtenido durante la conquista de las Galias, y fue inaugurado en el 46 a.C.
dos años después de Farsalia. Según Suetonio, el costo del terreno fue de cien
millones de sestercios, e inicia la serie de Foros Imperiales de Roma.
Consideraciones sobre el consulado de César, año 59 a.C .
Debemos recordar que para lograr su consulado del año 59 a.C., César se vio obligado a maniobras desesperadas. Cumplido su cargo de propretor en Hispania Ulterior (61 a.C.) tuvo que correr hacia Roma aun antes de la llegada de su reemplazo, abandonando así a la provincia, para poder presentar su candidatura en los comicios del año 60 a.C. para el cargo de Cónsul a efectivizarse en el año siguiente (59 a.C.).  A punto estuvo de no poder hacerlo, puesto que aún ostentaba un “imperium”, por lo cual no podía ingresar a Roma. Finalmente lo logra, y a pesar de la oposición de algunos optimates, como el caso de Catón (recordemos que César abrevaba en el bando popular), y es elegido por el voto (y la aparente ayuda de Pompeyo) para ejercer la magistratura de Cónsul junto al optimate Bíbulo (Marcus Calpurnius Bibulus)[3].
Ya con su consulado consagra la ley agraria que tanto necesitaba Pompeyo para sus hombres. La ley había sido trabada en el Senado Romano, para aprobarla se necesitaba un apoyo de entidad. No sorprendió entonces que el propio Pompeyo (Cneo Pompeyo Magno) hablara a favor de dicha ley, si tomo a todos por sorpresa que también lo hiciera el aristócrata Craso (Marco Licinio Craso). Delataba este hecho el pacto hasta ahora secreto entre estas tres importantes figuras: el Primer Triunvirato ¿Qué pretendía cada uno?
Legionario romano. Reconstrucción según
las reformas de Mario.
Pues lo de Pompeyo ya lo mencionamos, la ley agraria que permitiera a sus tropas hacerse con tierras. Craso necesitaba un mandato proconsular que le proporcionara la gloria que no había conseguido en su guerra contra Espartaco, pero por ahora se conformaba con la sanción de una ley en relación a los arrendamientos de tierra en Asia, y la formación de una comisión evaluadora del reparto de tierras para veteranos, que encabezaría el mismo. César, en tanto, buscaba un mando proconsular que le permitiera alcanzar la tan ansiada gloria, amen de riquezas en cantidad para poder saldar sus serias deudas acumuladas.
La elección de las provincias donde llevaría a cabo su mandato proconsular recayó en Galia Transalpina (Galia Narbonense) e Iliira. Sería un mandato de cinco años, algo de por si bastante irregular[4], y mandaría cuatro legiones (números VII, VIII, IX y X). Se añadiría Galia Cisalpina, tras la inesperada muerte de su gobernador, Cecilio Metelo (Quintus Caecilius Metelius Celer) quien había sido cónsul en el año 60 a.C. 
Interesantes palabras acerca Lucio Floro (Epitome de la historia de Tito Livio)  para entender mejor este momento cuando dice que “(…) Asia después de haber sido sometida por el poder de Pompeyo, la fortuna vino a entregar a Cesar lo único que quedaba por ser conquistado en Europa. Los que aún quedaban fuera, el más formidable de todas las razas, los galos y los germanos, y también los británicos (…)”. Suetonio cuenta que “de entre todas las numerosas provincias que había, hizo (César) la de los galos su elección, como el más probable para enriquecerse y aportar material adecuado para los triunfos” (Sue.Caec.22.1). A lo que agrega más adelante “Después de esto, él (César) no dejó escapar ningún pretexto para la guerra, por más injusta y peligrosa que esta sea, busco la pelea, así como con los aliados, como con naciones hostiles y bárbaras” (Sue.Cae.24.3).
Queda mas que claro que la guerra con los Helvecios respondió más a la ambición personal de César, que a cualquier otro tipo de especulación. Como se desprende de todas las citas analizadas, incluidas las del propio César, no solo los Helvecios migraron nada más que en búsqueda de nuevas y mejores tierras donde asentarse, sino que, incluso, intentaron evitar a toda costa el enfrentamiento contra Roma. Y que es César, en su afán de gloria, el que provoca desesperadamente la confrontación en una provincia pacífica, pero que le abrirá las puertas de su mayor ambición, la Conquista de las Galias, aún si esto implicaba hacer la guerra incluso a los aliados de Roma. Guerra que será el vehículo que lo depositará en los primeros planos de la política romana.

Los planes Helvecios.
El pueblo celta de los Helvecios (una confederación de tribus), habitaba para la época que nos toca un cantón que se comprendía entre la rivera sur del alto Rin, que los hacía vecinos de los germanos; el lago de Ginebra (y el naciente del Rodano) y los Alpes, que los separaba de los dominios romanos; y el monte Jura, que limitaba con el cantón de los galos Secuanos. Lo conformaban diversas parcialidades o tribus, siendo las más conocidas o poderosas la de los Vervigenos y la de los Tigurinos[5]. Como citamos al inicio del artículo, su territorio constaba de “doscientas cuarenta millas de largo, con ciento ochenta de ancho” (Caes. Bgall 2).
Al parecer, al frente de los Helvecios, aún se encontraba su gran líder Divicón (de origen en la parcialidad de los Tigurinos). El mismo que algunos años atrás dirigió a sus compatriotas en la migración que compartieron con Cimbrios y Teutones (recordemos que antes vivían en Germania, ver cuadro anexo) y llevó a derrotar a las armas romanas en varias oportunidades[6]. Recordemos que esta primer migración, desde la Germania (al norte de Recia), lo habían hecho previo quemar todas sus posesiones para hacer más fácil la partida. Y evidentemente esa migración la habían ejecutado con gran éxito, puesto que solo habían cosechado victorias.
Pasados menos de 50 años de asentados en el cantón de la actual Suiza. Resuelven nuevamente migrar, poniendo sus ojos en el país de los galos Sántonos, al norte de Aquitania, a orillas del Atlántico. El fin de la presente migración, con todo lo analizado parece no tener dudas. Una migración en busca de mejores tierras. Y el motivo de porque lo hacen, y con el completo de sus gentes, debemos balancearlo entre las distintas opciones manejadas.
Es muy probable que no estuvieran del todo contento con sus territorios de la actual Suiza, evidentemente más pequeño que el anterior en Germania y rodeado de enemigos. Dion Casio sugiere que manejaron la idea de dividirse y migrar solo una parte. Opción descartada ante el supuesto de que esto los debilitaría y haría mas accesibles a los ataques enemigos.  Agregamos nosotros que el país de los Sántonos ya lo conocían de su anterior raid junto a los Cimbrios y Teutones. Por otra parte, solo llevaban viviendo en su cantón en la actual Suiza, menos de cincuenta años. Podríamos aducir que la actual migración, no es otra cosa que la continuidad de la anterior desde Germania.
Entonces, descartada la teoría de la movilización por conquista de la Galia, resueltos a migrar nuevamente su población al completo, resuelven, según César, poner “fuego a todas las ciudades, que eran doce, y a cuatrocientas aldeas, con los demás caseríos; queman todo el grano, excepto lo que podían llevar consigo, para que, perdida la esperanza de volver a su patria, estuviesen más dispuestos a las contingencias. Mandan que todos se provean de harina para tres meses. Inducen a sus vecinos los rauracos, tulingos y latobrigos a que sigan su ejemplo, y quemando las poblaciones se pongan en marcha con ellos” (Caes.Bgal.1,5)[7]. Ademas, reciben por compañeros a los Boyos “establecidos al otro lado del Rin” (que evidentemente aún continuaban viviendo en la actual Bohemia, a pesar de sus distintas migraciones), y que en ese momento invadían el país de los galos Nóricos (al norte de los Alpes y el este de Recia) y sitiaban su capital.


Unas memorias, escritas en caracteres griegos, encontrada en el campamento de los galos tras la victoria romana, informaba que el total de la movilización incluía doscientos sesenta y tres mil helvecios, treinta y seis mil tulingos, catorce mil latobrigos, veintidós mil rauracos, treinta y dos mil boyos (ver cuadro). En total César habla de trescientas sesenta y siete mil personas movilizándose. Siendo los de armas portar, noventa mil guerreros. Ciertamente aquí las fuentes no ayudan a esclarecer el asunto de estos números. Ofreciendo una variedad de cifras que hacen pensar en las de César como las más lógicas, aunque muy controvertidas igualmente.

En definitiva, reunidas esta cantidad de gentes, se convocaron para el 28 de marzo del 58 a.C. frente a la orilla del Ródano, con la intención de cruzar al país de los Alóbroges, con quienes habían hecho las pases recientemente, y donde había un puente junto a la ciudad de Geneva (actual Ginebra) capital de estos galos de la Galia Narbonense. Camino más sencillo y cómodo para sus bagajes por sobre la otra opción que tenían, cruzar el monte Jura hacia el país de los secuanos.



Primeros contactos. El cruce del Ródano.
Al enterarse César de la movilización de los Helvecios y sus aliados, parte aceleradamente de Roma, puesto que al parecer aún se encontraba allí[8], y a marchas forzadas pasa a la Galia Ulterior y se presenta en Ginebra. Da orden a toda la provincia de aprestarles el mayor número posible de milicias (creemos que llegó a reunir veinte mil auxiliares galos, entre ellos cuatro mil de caballería), ya que no había en la Galia Ulterior mas que una sola Legión (probablemente la número IX), pues las otras tres estaban en Véneto[9]. No debemos pensar que esto desacredita los planes de César que hemos comentado anteriormente. Su decisión de encomendarse a la conquista de las Galias era firme. Pero la migración de los Helvecios lo tomaba por sorpresa, y aun no preparado. Por el contrario, César supo ver rápidamente la oportunidad que se le presentaba con este suceso fortuito.

César y Divicón en el puente del Ródano.
La primer orden de César es mandar a cortar el puente por la parte de Ginebra. Enterados los Helvecios, mandan al punto, dos embajadores “de la gente mas distinguida de su nación, dirigidos por Numeyo y Verodocio, para indicarle que su propósito era pasar por la provincia sin agravio de nadie, por no haber otro camino; que le rogaban no lo tomase a mal” (Caes.Bgall. 1,7). A César no le pareció prudente negarse, sobre todo cuando le vino a la mente el destino de Lucio Casio Longino[10] en manos de los mismos bárbaros. Tampoco creyó mucho (o tal vez “decidió” no creerles) que al dejarles pasar, se contuviesen los galos de “hacer mal y daño”. Entonces para dar tiempo a la reunión de las milicias solicitadas, respondió que se tomaría tiempo para pensarlo. Y los cito nuevamente para el 13 de abril.
Los galos Helvecios deben ser los invasores mas educados del mundo. Primero pidiendo permiso para dar rienda suelta a sus correrías. Luego, aceptando el plazo de César, posponen el cruce del Ródano hasta la fecha solicitada. Mientras tanto César dedica a cada hombre de su legión y milicia, para tirar un vallado y su foso correspondiente, a manera de muro, de diecinueve millas de largo (por casi tres kilómetros) y dieciséis pies de alto (apróx 5mts). Desde el lago Leman (donde nace el Ródano) hasta el monte Jura (ver esquema). La apresurada fortificación fue ejecutada a conciencia, algo en lo que César destacará a lo largo de toda su carrera (con el cerco de Alesia como máximo ejemplo). Constaba de varios reductos fortificados y la tropa se repartía de trecho en trecho.
Cumplido el plazo (y acabados los cercos, obviamente) César responde a los embajadores helvecios que, “según costumbre y práctica del pueblo romano, él a nadie puede permitir el paso por la provincia, y que si ellos presumen abrírselo por sí, habrá de oponerse” (Caes.Bgall.1,8). Qué conveniente por parte de César recordar esta “costumbre y práctica del pueblo romano” en esta segunda entrevista y no en la primera.
Como Divicón no tenía un pelo de tonto, entendió el engaño y burla a su buena fé. Y por medio de barcas y balzas, lanzó a sus hombres sobre las defensas romanas en la margen del río. Lo hicieron por donde el río corría manso, y lo intentaron de día y de noche; pero siempre fueron repelidos gracias a la bién dispuesta defensa y fortificación romana. Quedábales a los galos, el difícil camino a través del monte Jura hacia el país de los secuanos.



Manda Divicón un enviado al eduo Dumnórix (recordemos, el mismo eduo con el que Orgetórix supuestamente planeo apoderarse de toda la Galia) para recabar por su intermediación el beneplácito de los secuanos, sobre quienes tenía influencia, tal vez por alguna relación con el ya mencionado Cástico (el otro confabulado con Orgetórix según César). El objetivo es logrado, y previo intercambio de rehenes, se aseguran el paso los helvecios con la promesa de que no serían acosados por los secuanos durante su paso; y prometiendo a la vez que su tránsito por ese país no sería aprovechado para cometer alguna tropelía.
Enterado César de lo resuelto entre helvecios y secuanos, y avisado de que las miras estaban puestas en el país de los Santones, y aduciendo que esto era poco distantes de los tolosanos que caen en la jurisdicción romana, resuelve no dar por terminado el asunto en los eventos del río Ródano y, dejando a Tito Labieno al mando de las fortificaciones, marcha a Italia (Galia Cisalpina) “donde alista dos nuevas legiones (XI y XII); saca de los cuarteles otras tres, que invernaban en los contornos de Aquileia (en Véneto), y con todas cinco, atravesando los Alpes por el camino más corto, marcha hacia la Galia Ulterior” (Caes. Bgal. 1,10). Las tres legiones que invernaban en Aquilea (probablemente las número VII, VIII y X), sumada a la que estaba en la Narbonense (probablemente la número IX), suman las cuatro legiones con las que contaba César para su proconsulado[11]. Eran sus cuatro legiones veteranas, que habían actuado con él en España, y por lo tanto en las que mas confiaba.



Elige volver a la Galia Narbonense por el camino mas corto. Esto es, cruzando los Alpes por el camino de Ocelos a los galos voconcios (ver mapa). Encuentra cierta resistencia entre los galos montañeses de los centrones, grayocelos y caturigos, y a todos los derrota. En siete días de marcha, ingresa a la Galia Ulterior, por el país de los voconcios; desde allí conduce su ejército a los alóbroges, y de estos a los segusiavos, que son el primer pueblo tras la frontera del Ródano con la Galia libre.
Los Helvecios habían pasado del país de los Secuanos al de los Eduos y, según César, lo sojuzgaban. Al parecer, y siempre según César, los eduos no podían hacer frente a los invasores y solicitan la ayuda de César. En realidad todavía no habían llegado al país de los Eduos, sino que transitaban el de los galos ambarros, facción de los eduos cercana a los Allóbroges (ver mapa como Ambairi), y aparentemente lo arrasaban. Se suman a estas solicitudes de socorro, noticias que le llegan de los alóbroges que tenían haciendas del otro lado del Ródano. Estos pueblos al parecer, defedían dramáticamente sus heredades del furor enemigo.
Atento a todas las deducciones anteriores, esto suena más a excusa y justificativo para emprender la persecución de los helvecios fuera de los territorios romanos, que a cosa comprobable, teniendo en cuenta además la relación del eduo Dumnórix con los helvecios y sus mediaciones con los secuanos. Esta claro que no quería César dejar salir con las suyas a los helvecios, y que arriben al país de los Santones sin tener su merecido, por lo que decide atacarlos lo antes posible.

Batalla del Arar.
Iban pasando los Helvecios en balsas y barcones el río Arar, un afluente del Ródano, tarea que les demando alrededor de 20 días, cuando son sorprendidos en pleno cruce por tres legiones romanas. Ya habían logrado pasar tres cuartas parte de sus gentes, puesto que todavía restaba cruzar la facción de los Tigurinos, oportunidad que no dejan pasar las tropas romanas que, acometiendo furiosa y sorpresivamente sobre este cantón, lo deshace completamente, logrando solo unos pocos huir y esconderse en los bosques cercanos. Ya habíamos informado que este era uno de las principales facciones de los helvecios (uno de los cuatro en los que estaba dividió Helvecia). Responsable en el pasado de la humillante derrota de Lucio Casio Longino, el cual queda vengado.
La velocidad del ataque, y lo sorpresivo de la aparición de las legiones, dejó estupefacto a los galos. Los Tigurinos hicieron lo que pudieron y fueron aplastados, siendo el resto de sus camaradas tristes testigos de la masacre, no pudiendo hacer mucho en su ayuda.
Antes de continuar, debemos señalar que el responsable de esta acción parece no ser César, quien habría despachado estas tres legiones, con la tarea encomendada, bajo el mando de su legado Tito Acio Labieno. Principal lugarteniente de César en la guerra de las Galias. Pero César, en su relato, asume como propio el mérito de la victoria.
Aunque Dion Casio y Polieno también adjudican la victoria a César; Plutarco y Apiano son muy claros al señalar a Labieno como responsable de la derrota de los Tigurinos.
Con todas sus defectos a cuestas, César no es de “robar” victorias a sus subalternos. El relato de las Galias de hecho es ejemplo de cómo César no tiene problemas en contar como delega tareas y felicita las victorias de sus oficiales. Lo que ocurre con Labieno, debemos encuadrarlo, tal vez, en la conocida traición que en un futuro próximo ejecutará al pasarse al bando Pompeyano. En este caso, César decide no festejar los triunfos del traidor Labieno. Al menos en esta parte de su obra.Volviendo al relato de los acontecimientos, inmediatamente después de la victoria contra la parcialidad de los Tigurinos, parece que César se hace presente y sin perder tiempo, manda construir un puente sobre el Arar, y conduce a su ejército a la otra orilla.
Espantados aún por la reciente derrota, al ver la velocidad con la que los romanos cruzan el río, los helvecios y sus aliados acuerdan enviar una embajada a César, con Divicón a la cabeza quién habló a César en estos términos: “Que si el pueblo romano hacía paz con los helvecios, estaban ellos prontos a ir y morar done César les mandase y tuviese por conveniente; más si persistía en hacerles la guerra, se acordase de la destrucción del ejército romano de Casio, y del valor de los helvecios (…)” (Caes. Bgal. 1.13).
César responde que aceptaba la paz si los helvecios le aseguraban con rehenes cumplir con lo dicho, y reparar los daños hechos a Eduos y sus aliados, además de a los Alóbroges. Divicón cerraría la entrevista diciendo “Que de sus mayores los helvecios habían aprendido la costumbre de recibir rehenes, no darlos; de lo que los romanos eran testigos” (Caes.Bgal.1,14). Dicho esto se despidió, y al día siguiente alzan los reales y se ponen en marcha. La batalla definitiva pronto tendría lugar.




Reveces para César.
Puestos en marcha los Helvecios, César despacha a su caballería compuesta por cuatro mil galos reclutados en la provincia y entre los Eduos y sus aliados, para que observasen hacia dónde marchaban los enemigos. Tanto ardor habían puesto en esta tarea que no pudieron evitar toparse con quinientos jinetes de la caballería helvecia que los ponen en fuga. Semejante victoria, provoca gran entusiasmo en los helvecios y provocan a César a una batalla ahí mismo. César rehusa por el momento, y se contenta con estorbar al enemigo en sus acciones de forraje, pillajes, etc. Manteniendo una prudente distancia de cinco millas con la retaguardia enemiga.
Mientras tanto solicitaba César todos los días a los Eduos el trigo que por acuerdo con la República le tenían ofrecido y que comenzaba a escasear. Tampoco quería entretenerse en talar los campos enemigos, puesto que en primer lugar no era época de “granar” en los campos. Amen de que esta tarea le impediría seguir de cerca de los enemigos. Mientras, los eduos lo entretenían con evasivas, y ya comenzaba a sospechar César de la lealtad de los eduos.
Manda llamar los principales de esa nación, Diviciaco y Lisco, y les canta las cuarenta. En fin, Lisco suelta la lengua, y delata el pensamiento de sus compatriotas: “Ya que no podemos hacernos señores de la Galia, más nos vale ser vasallos de los galos que de los romanos” (Caes.Bgal.1,17). Intuyo César que Lisco acusaba sin mencionarlo a Dumnórix, hermano de Diviciaco, y solicitando entrevistarlo en privado, hace retirar a Diviciaco, y compele a Lisco a contar todo.
Se entera así César que Dumnórix (Dumnorige), de gran crédito y popularidad entre los suyos, y que mandaba a su sueldo una guardia de caballería de quinientos jinetes, tenía acuerdos los helvecios, e incluso estaba casada con una princesa de esa nación (hija de Orgetórix). Sabía Cesar que este eduo comandaba el contingente de caballería que los eduos habían enviado en apoyo de los romanos. Y que su escuadrón había sido el primero en retirarse en el último choque. Descubre también que este noble eduo fue el responsable del acuerdo entre helvecios y secuanos para el tránsito de los primeros por el territorio de los segundos. Y que por lo tanto, también estaba detrás de los atrasos con las entregas de trigo.
Pensó por un momento César en mandar a ejecutar a Dumnórix. Pero temía que esto pusiera a los eduos en su contra. Entonces, despidiendo a Lisco, manda llamar César a Diviciaco y luego de unos fuertes reproches le ordena que elija él que castigo merecía su hermano.
Deshecho en disculpas, y suplicando por la vida de su hermano, resuelven ambos convocar a Dumnórix, y luego de echarle en cara todo lo que había descubierto, le perdona aduciendo la intervención de su hermano, y le pone espías para observar todos sus movimientos y tratos. Por el momento este galo rebelde evitaría seguir confabulando contra las intenciones de César.
Llega en ese momento el informe de que los Helvecios habían hecho alto en la falda de un monte, distante ocho millas del campamento romano. Por lo que César planea atacarlos allí mismo.  El plan consistía en que a medianoche, Tito Labieno, con dos legiones y prácticos de la senda tomaría la cumbre de aquella elevación. Unas horas después, César se aproximaría todo lo que pudiera sin ser detectado por los enemigos para atacarlos entre ambas fuerzas al amanecer. Labieno tenia instrucciones de César de no atacar hasta vera caer las tropas de éste sobre el campamento enemigo.
Al amanecer, y cuando César desplegaba sus tropas para el ataque, recibe el reporte de Considio (que conducía la vanguardia de exploradores y caballería). Éste le informaba que la cumbre que debía de tomar Labieno, estaba cubierta de tropas enemigas. Así lo podía informar por haber cerciorado sus armas e insignias. César aborta el ataque, y ordena sus tropas en una elevación del terreno, a milla y media de distancia del enemigo, esperando por noticias de Labieno.


En blanco puede notarse el camino elegido por los Helvecios tras la negativa de César. Teniendo en cuenta su relato, este camino pudo haber bordeado los montes Jura por el norte del río Ródano directo al país de los galos Ambarros (Ambairi).
César para intentar ahorrar tiempo, cruza los Alpes desde Ocelum al país de los galos Voconti en la galia Narbonense,
trayendo con él cinco legiones.

Muy avanzado el día, y perdida la oportunidad de ataque, recibe un nuevo informe de sus exploradores, que por poco lo hacen caer de espaldas. Ahora resulta que las tropas que ocupaban la cumbre, eran las de Labieno que esperaba inmóvil la aparición de César ¿Será que acompañaban a Labieno también los auxiliares galos, y esto produjo la confusión de los exploradores romanos? No esta claro, para César el temor le jugo una mala pasada a Concidio. Y lo que quedó del día lo dedicó a seguir a los Helvecios a distancia.
A esa altura de la campaña, y con la escasez de provisiones, César buscaba una rápida batalla que terminara el asunto. No produciéndose esta, decide retirar sus tropas a Bibracte, la capital de los Eduos. Ciudad populosa y que juzgó bien provista. Cuando los helvecios detectaron a los romanos, y a la vista de que estos habían rechazado un combate que se les había presentado favorable (a los romanos), creyendo que esto era por temor a las armas helvéticas, y que además, atentos a la escasez de alimentos en los romanos, podrían intentar evitar su aprovisionamiento. Se lanzan pues en persecución de César y comienzan a picar su retaguardia con gran osadía.
Viendo la oportunidad de batalla, y aunque se daba en una situación no planificada, César decide enfrentar a los helvecios. Reúne a sus tropas en un collado vecino, y hace avanzar la caballería contra la vanguardia de los helvecios, para lograr ganar tiempo y así ordenar a su infantería lo mejor posible. Iniciaba de esta forma, la batalla de Bibracte[12].

Batalla de Bibracte.
Según su relato de la batalla (poco aportan las demás fuentes), César coloca a sus cuatro legiones veteranas a mitad de la colina con su característico acies triplex; detrás, prácticamente en la cima, y a modo de retaguardia, coloca las dos legiones recientemente reclutadas en el norte de Italia (y por lo tanto inexpertas), y los auxiliares galos que probablemente cerraban los flancos de estas. De este modo, todo el cerro quedaba cubierto de hombres. Los bagajes, quedan a cargo de la retaguardia que, por otra parte, apura la construcción de unos atrincheramientos.
En tanto, los Helvecios fueron acercando sus batallones, reúnen sus carros en un solo lugar, y cuando consideraron que tenían suficientes guerreros, se dispusieron para el combate. En la batalla del Arar los Helvecios habían perdido una buena parte de sus tropas, recordemos que la facción de los Tigurinos había sido completamente destruida por Labieno. Pudiendo haber perdido poco menos de diez mil guerreros.
Así que, lo que quedaba de ellos (Vervigenos y otras facciones de los helvecios) mas los Latobrigos y Rauracos (en un número cercano a treinta mil guerreros), cerraron filas para recibir la caballería romana (los galos aliados a Roma), la rechazaron sin dificultad y se lanzaron a la carrera en una densa formación colina arriba. Boyos y Tulingos, venían por detrás a cierta distancia (César los magnifica en quince mil guerreros, nosotros creemos significativamente menor).

La caballería romana pasa a la retaguardia, y César ordena (creemos que solo a los equites romanos) que todos los jinetes dejen sus monturas, incluso el mismo rechaza un caballo, pues se combatiría a pie. En ese momento cargaban cuesta arriba los galos, que fueron recibidos por una lluvia de pilum que los deshizo por completo, antes incluso de llegar a las manos. Acto seguido, los legionarios blandiendo sus espadas, cargaron cuesta abajo y trabaron lucha con los helvecios.
César nos cuenta una curiosa anécdota que complicaba aún mas las cosas a los galos. Al parecer ocurría que “varios de sus escudos sería traspasado y atados por un solo pilum; y como el hierro se doblaba y retorcía, no podían desprenderlas, ni luchar cómodamente con el brazo izquierdo así bloqueado. Por lo tanto, muchos de ellos, después de inútiles esfuerzos, se reducían a soltar el broquel y así luchar a cuerpo descubierto” (Caes.Bgal.1,25). En estas condiciones, la infantería romana no tendría dificultad en hacer gran carnicería entre los galos. Finalmente, desfallecidos de las heridas, comenzaron a ceder, y se retiraron a un monte a una milla de distancia.
Las legiones avanzaron entonces en su persecución colina abajo. En ese instante, los Boyos y Tulingos que venían por detrás y no habían participado del primer choque, tuercen su rumbo ejecutando una maniobra de flanqueo que tomo a los romanos por sorpresa y amenazaba también su retaguardia. Al ver esto los helvecios, que ya habían ganado la altura y se hacían fuertes allí, deciden renovar el ataque para comprometer nuevamente de frente a las legiones. Tomados así  de frente y de flanco (en el llano entre ambas colinas), y con la retaguardia amenazada, César ordena que la tercer línea del acies triplex de cada legión, gire sobre sus pasos y tome a los galos que se incorporaban en la lucha.
De esta manera, los romanos se vieron obligados a luchar en dos frentes. Las dos primeras líneas tomando a los helvecios, latobrigos y rauracos; mientras que la tercer línea hacia lo propio con boyos y tulingos. Así estuvieron peleando buen rato, en una lucha feroz y prolongada. Hasta que los galos no resistieron mas las armas romanas y se retiraron, unos nuevamente a la altura, los otros a sus bagajes donde continuaría la batalla.
César informa que no habría desbandada, y que la batalla que había comenzado a las siete de la mañana, se prolongaba aún al caer la noche, volviéndose particularmente violenta en el campamento galo (que habían fortificado con sus carromatos) el cual, dispuesto en una elevación, permitía a los galos lanzar con precisión una lluvia de dardos que hería a los romanos. Allí, también se comprometía en la lucha el resto de la población, cuenta Plutarco que incluso las mujeres e hijos de los galos ofrecieron una feroz resistencia. Con gran dificultad, los romanos lograron finalmente tomar el campamento pasando a cuchillo a buena parte de los no combatientes. Capturando incluso de una hija y un hijo de Orgetórix.
Ocultos por la noche, unos ciento treinta mil galos, según César, logran escapar (ver cuadro 1 para los sobrevivientes según las distintas fuentes). Y sin detenerse, al cuarto día llegan a la frontera de los galos Lingones. Estos fugitivos no pudieron ser perseguidos por los romanos. César había decidido esperar por tres días para recuperar a los heridos y enterrar a sus muertos (estableciendo campamento en lo que luego se conocerá como Telonnum). Decisión que demuestra hasta que punto estuvieron comprometidos los romanos en la batalla.

Reconstrucción de Bibracte, capital de los Eduos.
Epílogo.
César enviara unos correos a los Lingones, intimándolos a que “no los socorriesen con bastimentos ni cosa alguna, so pena de ser tratados como los helvecios” (Caes.Bgal.1,26), y pasados tres días, marchó él mismo con todo su ejército en su persecución.
Los helvecios sobrevivientes, que sufrían necesidades debido a la falta de todo tipo de provisiones, envían emisarios a César para pactar una rendición. Este les exigió la entrega de rehenes y todas sus armas, y también les pidió la restitución de los esclavos fugitivos.
Al parecer, unos seis mil hombres[13] de la facción helvecia de los Vervigenos (la más poderosa tras los Tigurinos), lo que quedaba de ellos o los mas orgullosos, no estaban de acuerdo con este pacto y se negaban a entregar las armas. Se escabullen entonces del campamento galo, y se retiran en dirección al Rhin, pensando que no sería notada su falta entre la multitud de prisioneros. No fue así. Enterado, César ordenó a todos aquellos por cuyas tierras estos huían, que fueran tras ellos y los hicieran volver. Y una vez traídos ante César, este comenta que “se los trató como a enemigos”. Lo que entendemos nosotros es que fueron hechos esclavos[14]. Sin embargo, el resto fue puesto bajo su protección.
A continuación, a “helvecios, tulingos y latóbrigos mandó que volviesen a poblar sus tierras abandonadas” obligándolos a reconstruir sus ciudades. Y atento a que habían perdido todo abasto “ordenó a los alóbroges que los proveyesen de granos”. El objetivo de esto era impedir que aquel país de tan buenas tierras cultivables, así desamparado y baldío, tiente a los germanos del otro lado del Rhin y vengan a ocuparlas con sus gentes. Y que con esto, entonces, hiciesen mala vecindad con los romanos. Acto seguido, ordenó a los Eduos que recibiesen por iguales a los Boyos, y le dieran cabida en sus tierras, asentándose éstos en el oppida de Gergóbina.

Busto de Cayo Julio César.
Museo Arqueológico de Nápoles
Final. 
Finalizada la guerra una multitud de representantes de toda la Galia vinieron a congratularse con César. Suplicándole además, que “les concediese grata licencia para convocar en un día señalado Cortes Generales de todos los estados de la Galia, pues tenían que tratar ciertas cosas que, de común acuerdo, querían pedirle”. Bien sabemos de lo que se trata: un pedido de ayuda ante la intervención en los asuntos de la Galia por parte del germano Ariovisto (ver artículo).
En cuanto a los helvecios sobrevivientes, las fuentes registran algunas de sus acciones luego de su guerra con Roma. Por César sabemos que en el 52 a.C., en razón del asedio de Alesia, estos galos envían ocho mil guerreros en apoyo de Versingetórix. Aún les quedaba ganas de seguir peleando después de haber recibido semejante paliza. Eutropio[15], en su Breviarium Historiae Romanae, nos cuenta que Céasr “sometió a los helvecios, que ahora se llama Sequani” (Eut.Brev.Libro 6). Lo que nos permite deducir que, tras semejante merma poblacional, y atento a la vecindad de su país con el de los secuanos, algún tipo de relación profunda con estos pudo haberse dado, al tiempo que ambas poblaciones terminaron por confundirse, prevaleciendo la de los secuanos.
Para Cesar, la victoria significó el despegue tan soñado para su carrera. La conquista de las Galias se la abría a sus pies. Su mayor anhelo se hacía realidad, no solo por los acontecimientos que se le presentaban en suerte y sabía aprovechar, sino también por los que él mismo provocaba. Solo César conocía los límites de sus ambiciones, pero sí sabemos que no dejará nada por hacer en pos de cumplir sus objetivos en mente.
Más adelante (año 56 a.C.), una nueva reunión entre César, Pompeyo y Craso en la ciudad de Lucca (Etruria), definiría el panorama político de Roma para los siguientes años. Allí se establece que César renovaría su mandato proconsular por cinco años más, lo que le permitiría completar la conquista de las Galias. También se pactó que Pompeyo y Craso se presentarían a las elecciones para el consulado del año siguiente. Todo eso bajo la atenta mirada de Marco Tulio Cicerón (ver Suetonia, César 24.1).
De esta forma César lograba una continuidad inusitada en sus empresas personales, extendiéndose durante más tiempo que cualquier otro romano antes de su tiempo (ver Suetonio, César 24,1). A la vez que lo alejaba de sus enemigos en Roma.

Autor: marvel77

    Fuentes antiguas.
    -        Cesar, Commentarii de bello Gallico.
    -        Plutarco, Vidas Paralelas: Cesar.
    -        Suetonio (Gaius Suetonius Tranquillus), Vidas de los   doce césares.
    -        Apiano, Historia de Roma. Guerra de las Galias.
    -        Dion Casio, Historia de Roma.
    -        Paulo Orosio,  Historiae Adversus Paganos.
    -        Lucano, Marco Anneo (M. Annaeus   Lucanus), Pharsalia.
    -        Livio. Períocas
    -        Eutropio, Breviarium historiae Romanae.
    -        Amiano Marcelino, Historia Romana.
    -        Polieno. Estratagema.
    -        Cicerón, De Provinciis Consularibus.
    -        Estrabón, Geografía.
    -        Juliano. Los Cesares.
    -        Floro, Lucio Anneo. Epítome de la historia de Tito   Livio.
    -        Veleyo Patérculo. Compendio de la Historia romana.



[1] Galia Narbonense, llamada así por ser su capital la ciudad de Narbona (Colonia Narbo Martius), colonia romana fundada en el año 118 a.C. Llamada también por César, Galia Ulterior.
[2] Orgeto-rix o Orcheto-rix, del gálico orge, “matar”, y a su vez, del indoeuropeo “per-g” (golpear).
[3] Aunque miembro de la aristocracia romana, este político y militar de la tardía república romana, era de origen plebeyo. Fue un gran opositor a las políticas de César durante el consulado que compartieron, aunque termino siendo completamente anulado y opacado por este, al punto que el año de su consulado fue recordado como el año de “Julio y César”. Tras la muerte de Craso en Carras, apoyaría a Pompeyo en el conflicto de este con César.
[4] Recordemos que un mando proconsular, solía durar solo un año. Los cinco años otrogados a César son otra muestra de los beneficios del pacto con Pompeyo y Craso.
[5] Posidonio (político, astrónomo, geógrafo, historiador y filósofo griego del siglo II y I a.C.) menciona a los Tigurini y los Tougeni como parcialidad de los Helvecios, que asociados a los Cimbrios, emprendieron la famosa invasión de las Galias y los territorios romanos. Sobre los mencionados en segundo lugar, los Tougeni, se debate si identificarlos con los germanos Teutones, siendo en este caso, un error de Posidonio incluirlos dentro de los Helvecios. Ver menciones de los escritos de Posidonio, a través de Estrabón 7.2.2.
[6] Una de ellas, se fijará en la memoria de los romanos. La victoria en la batalla de Burdigala en 107 a.C. donde serán aplastadas las legiones del cónsul Ravila (Lucio Casio Longino) por los propios Helvecios (precisamente la parcialidad de los Tigurinos), y obligadas las tropas sobrevivientes a pasar bajo el yugo. Configurando una humillante derrota que Roma no olvidara fácilmente.
[7] Dion Casio y Orosio también se hacen eco de esta costumbre de los Helvecios de quemar sus posesiones antes de migrar (Dio 37.4.31.2 y Oros. 6.7.3) aunque no la magnifiquen. Plutarco coincide con César al mencionar doce ciudades y cuatrocientos pueblos incendiados (Plut.Caes.18).
[8] Durante su proconsulado, los enemigos de César en Roma desplegaron una intensa política en su contra. Apenas concluido el consulado de César, Cayo Memmio y Lucio Domicio Enobarbo movieron un procesamiento en su contra que no prosperó. Y mas tarde lo mismo intentaría Lucio Antistio, también sin éxito. A partir de allí César procuraría que se nombre a sus mas “cercanos” partidarios en diversas magistraturas para evitar mas oposiciones. Interesantísimo tema que preferimos omitir tratar en esta ocasión, pero que vale la pena al menos mencionar. Ver Suetonio, César: 23,1.
[9] Las legiones VII, VIII y X apostadas en Aquileia (Véneto) respondían probablemente a lo que por aquel entonces se entendía como el mayor peligro en la zona para los dominios romanos. Y esto no es otra cosa que el poderoso reino Dacio de Burebista. Luego de que este rey bárbaro apoyara a Pompeyo durante la Guerra Civil, Julio César planeará atacarlo. Guerra que no se llevará a cabo debido a la muerte de César ¿Será que César tenía esto planeado desde mucho antes? Su elección de la Galia Narbonense e Iliria como provincia, implica que esta podría ser una posibilidad.
[10] Sabemos que César tiene un motivo cuasi “personal” con los Helvecios, que alimenta un poco mas su encono que estos galos. En la batalla de Burdigala en el año 107 a.C. moriría el legado Lucio Pisón (Lucio Calpurnio Pisón Cesonino) abuelo del suegro de César y que portaba el mismo nombre.
[11] Las legiones VII, VIII y IX (junto a la VI) fueron creadas en España por Pompeyo. La X fue creada por Julio César en el año 61 a.C. cuando era gobernador de Espania Ulterior. Fueron llamadas con el tiempo de diversa manera. La VII fue primero bautizada Macedónica y luego Claudia, la VIII fue llamada Augusta, la IX fue conocida como Hispana, y X fue llamada equestris luego del episodio con Ariovisto.
[12] Esta batalla ocurre, no en las cercanías de Bibracte, como su nombre sugiere, sino de camino a este oppidum de los galos Eduos. Se especula su localización en Montmort, en las inmediaciones de Telonnum (Tolón o “Toulon Sur Arroux”).
[13] Vale decir que el número de sobrevivientes que menciona Estrabón (Estrab.7,3) tras Bibracte, se parece mucho a esta cifra de César. Pensamos que el geógrafo confunde el total de sobrevivientes con la cifra de galos que persiste en huir.
[14] Dion Casio cuenta que “fueron fácilmente aniquilados por los aliados de los romanos por cuyo territorio pasaron” (Dio. 37, 4, 33).
[15] Funcionario romano  en la corte del Imperio Romano de Oriente en tiempos de los emperadores Teodosio y Arcadio.

3 comentarios:

  1. Nuevo artículo en Anábasis Histórica Web! Esperamos que sea de tu agrado.
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  2. Un estudio muy interesante, esta vez sobre los helvecios. Reconozco sólo haber leído a Polieno y los Comentarios de la guerra de las Galias, y nada más. De todas formas, siempre me han parecido dichos Comentarios un poco exagerados en cuanto al número y a veces un tanto críptico, como si quisiese ocultar parte de su genio militar. Casi tan fanfarrón como la frase -digna de un celta- "Tenemos por costumbre recibir rehenes, no darlos".

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  3. Gracias Mario por tu comentario!
    De Bello Gallico es una obra estupenda, invalorable como documento, pero César es muy hábil en el arte de ocultar alguna cosa, o sobrevalorar situaciones a veces nimias. Es obligado contrastarlo con otras fuentes, pero teniendo en cuenta que la mayoría de estas tampoco es la panacea. Plutarco, Suetonio, y Floro vienen a traernos datos muy interesantes, pero siempre para ayudarnos a entender situaciones puntuales. Para lo global sobre el conflicto sigue siendo indispensable la obra de César.
    Saludos y gracias por tu interés.

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