Nada más terminada la Primera Guerra Púnica, Cartago tuvo que enfrentarse a un peligro aún mayor, pues rebelados sus propios mercenarios en el corazón de su territorio, ya no luchaba por mantener o ampliar sus posesiones más allá del mar, sino por su propia supervivencia. Amílcar Barca se erigió en este conflicto como protagonista principal de los hechos y salvador de su patria. Es además el episodio mejor documentado de su vida, donde se puede observar con mayor detalle sus habilidades como general.
"Tres años y cerca de cuatro meses duró la guerra de los extranjeros con los cartagineses, guerra que excedió muchísimo en crueldad y barbarie a todas las otras de que tenemos noticia."
Polibio (1, 88' 7)
Infante libio |
Cartago, Amílcar y el Ejército de Sicilia en 241 a.C.
Como pudimos ver en la Primera Parte, Cartago asumía el final de este año totalmente derrotada por
Roma. Había perdido todos sus territorios en Sicilia y el esfuerzo que había
hecho en la guerra había dejado a la ciudad con las arcas vacías y teniendo que
asumir ahora el pago de la indemnización de guerra: 2.200 talentos eubeos de
plata a pagar en cuotas anuales durante los próximos 10 años, más otros 1.000 talentos
a pagar de inmediato[1].
La población ciudadana se había visto afectada en número, por las batallas, y
económicamente, cortadas las rutas comerciales marítimas durante largos años.
La campiña se vio arrasada con la invasión de Régulo (255-4 a.C.) y las
comunidades libias y númidas subordinadas a Cartago eran un hervidero debido a
la flagrante subida de impuestos.
Por su parte, Amílcar Barqa regresaba a su patria habiendo
perdido parte de su prestigio político y militar (ambos tan unidos en la
antigüedad). Es cierto que no fue derrotado en Sicilia y que con escasos
recursos infligió continuas pérdidas a los romanos amén de ser un continuo
dolor de cabeza para los cónsules que durante más de seis años se fueron
turnando, tratando, con aplastante superioridad numérica, finalizar la guerra.
Pero tampoco había conseguido la victoria para Cartago, algo que sus enemigos
políticos tratarían de aprovechar de inmediato.
No podemos dejar de lado el destino que sufrían los
generales cartagineses (y en realidad los de cualquier ciudad-estado del
Mediterráneo, a excepción de Roma) que salían derrotados de sus campañas. La
muerte o el exilio eran prácticas habituales. Sin ir más lejos, Hannón, el
almirante derrotado ese mismo año en las islas Egates fue ajusticiado.
En cambio Hannón el Grande había logrado ascender gracias a
sus victorias contra los númidas. La balanza de la política cartaginesa de
decantaba hacia el lado de los grandes terratenientes, con Hannón a la cabeza.
Para solventar su incómoda situación, Amílcar buscó apoyo
entre los demás aristócratas púnicos. Uno de ellos fue Asdrúbal, apodado el
Bello, que posteriormente se convertiría en su yerno, y que Apiano describe
como “el más popular de los hombres principales”. Al parecer, otro aliado fue
un tal Bomilcar “el Rey”, ya que Polibio nombra en el ejército de Aníbal en
Italia a “Hannón, hijo de Bomilcar, sobrino de Aníbal”; es decir, se casó con
otra de las hijas de Amílcar.
Es probable que el Barqa midiera ya la idea de expandir los
territorios de Cartago hacia el Oeste para abrir nuevas rutas comerciales y así
rehacerse tras la pérdida de Sicilia, además de pagar la deuda con Roma. Pero
por el momento, ya obligado por los grandes hombres de Cartago, ya por su
propia seguridad ante aquellos, se mantuvo alejado de la escena política.
Tal fue su prisa por volver y reorganizar sus asuntos, y
quizás también por orgullo y enfado con su patria por no haber continuado la
guerra, que dejó a Gescón al mando de la operación de retirada de tropas de
Sicilia, a las que además se les debía pagar el dinero atrasado por sus
servicios.
El ejército de mercenarios que había estado a las órdenes de
Amílcar contaba con más de 20.000 hombres, la mayoría libios, pero también
galos, ligures, baleares, mestizos griegos (un término oscuro[2])
y también desertores romanos e itálicos. Todos soldados profesionales con gran
experiencia[3].
No hay descripción detallada del ejército, pero podemos
deducir algunos puntos. Como veremos más adelante, tras la derrota en Bagradas,
Spendio sale con “6.000 hombres de varias nacionalidades”[4],
acompañado por los 2.000 galos de Autarito. Por tanto, las tropas no libias
debieron contar con un número de al menos 8.000 hombres, quizás 9.000 contando
con que se producirían bajas y deserciones; pudiéndose cifrar a los libios en
unos 12.000 o 13.000.
Las tropas serían mayoritariamente de
infantería (ligera y de línea) pero también habría un pequeño contingente de
caballería, como se pudo ver en una acción en Erice, donde 200 jinetes salvan
de una derrota mayor a Bostar, lugarteniente de Amílcar. Además, durante las
negociaciones con Cartago, los mercenarios pidieron indemnización por los
caballos muertos. Así pues, el ejército contaría con una escuadra de caballería,
si bien, muy reducida en número.
Los oficiales de cada contingente solían ser del propio
origen de estos, pero los comandantes a los que estaban subordinados eran
cartagineses (como Gesco) o fenicios de las ciudades aliadas como Útica e Hippo
Acra.
Tras sofocarse el motín de 247 a.C., los mercenarios, salvo
un grupo de 1.000 galos, fueron fieles y profesionales con Amílcar, año tras
año, pese a la difícil situación. Como se puede ver a lo largo del relato, las
familias de al menos la mayoría de ellos permanecían en la misma Cartago o en
centros cercanos. Lo cual era una fuerza de presión para ellos. También hay que
destacar la doble intención cartaginesa en ello, con los niños criándose entre
los cartagineses, al volver a sus tierras reforzaban la política exterior y las
posibilidades de reclutamiento.
La cuestión de los libios es difícil de analizar, pues no
queda claro si eran mercenarios o simplemente “sirvientes” militares que las
comunidades bajo control cartaginés estaban obligadas a aportar[5].
De cualquier modo también recibirían un sueldo, aunque fuera menor al del
resto, punto muy interesante en los devenires de las negociaciones que veremos.
El plan de Gesco de pasar a las tropas poco a poco para que
el pago fuera también fragmentado y más llevadero, fue anulado por la
despreocupación de las autoridades de Cartago. No supieron encontrar los medios
para pagar y enviar a los mercenarios a sus casas, quedando acuartelados cada
vez en mayor número en la ciudad.
Declaración de Guerra
Una vez todos en Cartago, los disturbios no tardan en
aparecer. Los mercenarios, ociosos y sin dinero para subsistir, se vieron
obligados a realizar toda clase de rapacerías. El senado cartaginés en seguida
pidió a los jefes que llevaran a sus tropas a Sicca[6],
entregándole a cada mercenario una moneda de oro para las urgencias.
Los mercenarios querían dejar sus equipajes, mujeres e hijos
en Cartago, pero los gobernantes se negaron, ya que esto hubiera sido un motivo
para que aquellos regresaran y volvieran los desórdenes. Sicca era una ciudad
lo suficientemente alejada para poder despreocuparse de los mercenarios durante
un tiempo, mientras Cartago dedicaba su escaso dinero a propósitos más
urgentes: como pagar deudas y reconstruir la flota. Estaba también situada en
un valle fértil donde aquellos hombres podrían aprovisionarse sin excesivos
problemas. No hay que olvidar, el gran número que eran, además habría que
sumarle sus familiares, haciendo un total demasiado grande para ser alimentado
con facilidad en la propia Cartago.
Aún así, los mercenarios seguían demandando sus pagas, y es
enviado Hannón el Grande (según Polibio (1, 67’ 1) “gobernador por entonces de
los cartagineses en el África”) para negociar con ellos. Pero lejos de
satisfacer sus esperanzas, les dice que debido a la situación deberían perdonar
una parte de lo pactado. Se levantó entonces disensión y alboroto entre todos
los presentes y al no hablar el mismo idioma todo el campamento se llenó de
confusión.
Hannón el Grande anuncia a los mercenarios las nuevas condiciones de Cartago. |
Como apunta Polibio, esta diferencia idiomática era beneficiosa
para los cartagineses a la hora de que las tropas se mantuvieran fieles a sus
jefes, pero para instruirlos, mitigar y corregir a los llevados por la ira era
todo lo contrario.
La desconfianza creció entre todos, algunos oficiales no
tradujeron el discurso de Hannón según este lo había dicho, bien por ignorancia
o por pura malicia, ya que tampoco ellos confiaban en él. Hannón no era el
general que los había mandado en Sicilia, lo cual, sin duda, entorpeció toda la
negociación.
Llenos de desprecio, los mercenarios marcharon a Cartago y
acamparon en Tunis hacia mediados de otoño del 241 a.C. En ese momento los
cartagineses se dieron cuenta del error de haberlos acantonado a todos en un
mismo lugar, así como haberles remitido sus equipajes, mujeres e hijos. Hubiera
sido más inteligente haberlos retenido como rehenes y tener así una mejor baza
negociadora.
Tratando de aplacarlos les enviaron gran cantidad de víveres
para que pudieran comprarlos a un precio fijo; y senadores les remitieron
promesas de que se haría todo a su gusto. Envalentonados y viendo el temor de
los cartagineses, los mercenarios no dejaron de demandar cada día de forma
creciente: además de los sueldos, pedían el precio de los caballos muertos[7];
recibido, pidieron el precio de los víveres que les adeudaban, etc. Sedientos
de oro, buscaban dificultar las negociaciones.
El senado cartaginés por fin decidió enviar un general en quien pudieran confiar para cerrar las negociaciones. El elegido fue Gesco, segundo de Amílcar en Sicilia, ya que en Cartago se pensaba que el mismo Amílcar Barca era la causa del desprecio hacia ellos[8].
Llegado Gescón a Tunis, convocó a los jefes, a los que en
primer lugar reprendió por su conducta y seguidamente empezó a pagar por
naciones.
Sin embargo, había entre los soldados un campanio llamado
Spendio, al que las fuentes describen como un siervo fugitivo de los romanos,
fuerte y audaz. Temiendo este que su señor le echara mano y lo crucificara,
según dictaban las leyes romanas, quiso interrumpir el convenio. Lo acompañaba
Mathos, un libio libre, pero que por haber sido motor de los altercados tenía
miedo de las represalias.
Mathos convenció a los libios de que, después de haber
despachado a los de las demás naciones, los cartagineses descargarían sobre
ellos la ira que les albergaban y atemorizarían a los demás africanos con su
castigo. Spendio y Mathos acusaron y difamaron a Gescón y a los cartagineses y
el ambiente se enardeció tanto que si alguno, fuera soldado u oficial,
intercedía por los púnicos era apedreado hasta la muerte. Y así, con los ánimos
caldeados hasta el exceso, se eligió a Spendio y Mathos jefes de los libios.
Mientras tanto, Gesco negociaba con los demás, y entonces
llegaron los libios pidiendo con insolencia las raciones que se les debía. Pero
el general cartaginés respondió que se las pidieran a Mathos. Esto los irritó
aún más y le arrebataron el dinero y luego apresaron a Gesco y su comitiva. Los
líderes rebeldes pensaron que si cometían un delito contra la ley y el derecho
encenderían la guerra que tango ansiaban; y poco después la declararon
formalmente (finales de 241 a.C.).
Elefantes de guerra cartagineses. |
Llamamiento a Amílcar y Batalla de Bagradas
Enseguida Mathos envió legados a las ciudades de África,
proclamando libertad y rogando que les socorrieran y que tomaran parte en la
guerra. La propuesta fue acogida con alegría de forma casi unánime, tan solo
las ciudades de población fenicia: Útica, Hippo Acra y las ciudades de la zona
de Byzacena (Thapsus, Hadrumeto, Leptis Minor) se mantuvieron del lado de
Cartago, tal y como ya sucediera con la invasión de Agatocles y de Régulo.
Durante la anterior guerra, los libios habían sido
maltratados con altos impuestos, por lo que no hacía falta mucha presión para
convencerlos de que se rebelaran. Toda la población se volcó con los exmercenarios,
pagando las deudas sobradamente.
Cartago se enfrentaba a un peligro aún mayor del que había
sufrido en la larga guerra contra Roma: aniquilados tras la guerra en Sicilia,
ahora no tenían las tropas ni las provisiones que tomaban de las ciudades de
África, pasadas al enemigo; carecían de armas y fuerzas marítimas, sin acopio
de víveres y sin aliados de quien recibir ayuda.
Cartago mandó a Hannón el Grande al mando de un pequeño
ejército, pero en el que se incluían al menos 100 elefantes,[9]
y prepararon las naves de tres y cinco órdenes que aún les quedaban. Esto
seguramente les llevó un tiempo, saliendo Hannón probablemente en primavera de
240 a.C.
Por su parte, al ejército de Mathos se le habían unido
70.000 libios, pudiendo asediar Útica e Hippo Acra (que podían ser mantenidas
gracias a la exigua, pero suficiente, flota púnica) y mantener una fuerte
guarnición en Tunis al mismo tiempo. Todas las comunicaciones de Cartago con el
resto de África quedaban así cortadas por completo.
Hannón era un buen organizador, pero no era un hábil
general. Se dirigió a Útica y atemorizó a sus enemigos con el gran número de
elefantes. Estos se retiraron y Hannón, confiado, entró en la ciudad
descuidando el campo de batalla, al que volvieron los rebeldes que atacaron por
sorpresa e hicieron huir a los púnicos, asaltaron el campamento y se apoderaron
de todo el bagaje y la maquinaria de asedio que había llevado consigo Hannón.
Con esta debacle, el senado cartaginés decidió llamar de
nuevo a Amílcar Barca, que volvía a la palestra política. El general reunió un
ejército de 10.000 hombres compuesto de extranjeros, desertores del enemigo,
caballería e infantería ciudadana y 70 elefantes[10].
No hay que pensar que con esto se excluía a Hannón de la
guerra. El general siguió operando con su ejército, aunque estas acciones no
sean descritas por ninguna fuente, salvo lo poco aportado por Polibio, que lo
sitúa “días más tarde” cometiendo nuevos errores en un lugar llamado Gorza (sin
identificar). Quizás maniobrara en torno a Útica o fuera en ayuda de Hippo
Acra; en cualquier caso sin resultados positivos.
Por su parte, Mathos había mandado guardar todos los pasos
de montaña que rodeaban Cartago por el Norte mientras Spendios defendía el
único puente sobre el río Bagradas (actual Medjerda), junto al que los rebeldes
habían construido una ciudad para ayudar a defenderlo.
El río era invadeable debido a su enorme caudal, pero
Amílcar era conocedor de un camino alternativo. Sabía que en verano, los
vientos arrastraban arena hacia la desembocadura, embarrándola y creando una especie
de camino. Amílcar partió de noche y cruzó el Bagradas por sorpresa.
Spendio le salió al paso con 10.000 hombres de la ciudad del
puente, a los que se le unieron otros 15.000 del asedio de Útica. Amílcar
marchaba con los elefantes en vanguardia, en el centro la caballería y la
infantería ligera y en retaguardia la infantería pesada. Advirtiendo que el
enemigo atacaba precipitadamente, manda invertir el orden de la marcha, pasando
la infantería pesada al frente y la vanguardia atrás.
Los rebeldes, creyendo que los cartagineses huían,
abandonaron toda formación y atacaron en tromba. De improviso se encontraron
con la infantería púnica haciéndoles frente y en cuanto la caballería y los
elefantes amenazaron sus flancos huyeron tan rápido como habían atacado. Se
inició una persecución en la cual las tropas móviles de Amílcar dieron buena
cuenta de sus enemigos, matando a 6.000 entre libios y extranjeros y tomando
2.000 prisioneros. Los demás pudieron salvarse al llegar a la ciudad y al
campamento de Útica. No se dan cifras de las bajas en el ejército cartaginés,
pero fueron a todas luces insignificantes.
Amílcar no tardó en sacar provecho de la victoria y tomó al
asalto la ciudad junto al puente, huyendo ahora sus ocupantes a Tunis. Luego se
dirigió a los demás pueblos cercanos, que se rindieron sin dudar, recobrando
así el espíritu y valor de los cartagineses. Seguramente el asedio sobre Útica
fuera levantado (aunque las fuentes no lo especifican) dada la imposibilidad de
mantenerlo con el ejército de Amílcar tan cerca y habiendo huido Spendio, el
general, a otro lugar.
Jinete númida. |
Amílcar es Cercado, Pacto con Naravas y Victoria
Mathos continuaba el asedio de Hippo Acra, pero necesitaba
tener controlado a Amílcar, que recorría el interior del país recobrando para
Cartago la lealtad de pueblos y ciudades. Para ello envió a Spendio junto a
Autarito, comandante de los galos, con la misión de cercar al general púnico,
aconsejándoles que evitaran los llanos dada la superioridad que tenía en
caballería y elefantes. Así mismo mandó mensajes a númidas y libios pidiendo
ayuda e instándolos a que no perdieran la oportunidad de ganar su libertad.
Spendio salió de Tunis al mando de 6.000 hombres de varias
nacionalidades y acompañado por Autarito con sus 2.000 galos, es decir, los
veteranos de Sicilia; llegando al lugar donde Amílcar se hallaba acampado: una
llanura coronada por todas partes de montañas[11].
Los ejércitos eran similares en número, pero el de Amílcar tenía clara ventaja
en el llano, por lo que los rebeldes no se atrevían a bajar de su campamento
situado en los montes. Pero entonces llegaron los númidas y libios que habían
acudido al llamamiento de Mathos, unos 10-15.000 hombres.
Amílcar se encontró de repente en un serio aprieto, rodeado
por los libios por el frente, los númidas por la espalda y Spendio por el
costado; y superado ampliamente en número.
Sin embargo, entre los númidas había cierto jefe, llamado
Naravas, que se inclinaba hacia los cartagineses, influencia heredada de sus
padres según Polibio, que pensó que esta sería una buena oportunidad para
reconciliarse con Cartago. Marchó al campamento de Amílcar acompañado de 100
númidas, donde se entrevistó con el general, demostrando gran valor, osadía y
coraje. Ambos acordaron una alianza, en la que Amílcar le prometió a su hija si
Naravas se mantenía fiel a Cartago.
Mapa de situación de los primeros compases del conflicto. |
Hecha la alianza, llegó Naravas con 2.000 númidas bajo su
mando acompañando a los cartagineses que se colocaron en orden de batalla. Por
su parte, los hombres de Spendio se unieron a los libios y bajaron todos al
llano para combatir.
El combate fue duro, pero Amílcar resultó victorioso. Los
elefantes tuvieron gran protagonismo, pero, según Polibio, Navaras se
distinguió entre todos.
En el lance murieron 10.000 rebeldes y otros 4.000 fueron
hechos prisioneros, pero Spendio y Autarito consiguieron huir nuevamente.
Amílcar, en un intento de acercamiento con los rebeldes, dio
permiso a quien quisiera para que se uniera a su ejército. A los demás les
perdonó la vida y los invitó a ir donde quisieran, pero bajo la amenaza de que
si levantaban de nuevo las armas contra Cartago serían castigados sin remedio.
Entre los rebeldes que se le unirían y las tropas de
Navaras, el ejército de Amílcar ascendería ahora a los 15.000 hombres.
Imagen que reconstruye los puertos de Cartago. |
La Guerra se Recrudece. Acción en "La Sierra"
Mientras esto sucedía en África, los mercenarios de la
guarnición que defendía Cerdeña se rebelaron a imitación de Mathos y Spendio.
Un tal Hannón con un nuevo ejército compuesto de mercenarios fue enviado, pero
estos mataron a su general y se unieron a los rebeldes. Cartago perdía así el
control de la isla.
Ya en el 239 a.C., Mathos, Spendio y Autarito, temerosos de
que la política de reconciliación de Amílcar dividiera al ejército urdieron un
plan para impedirlo. Los reunieron a todos y en ese momento hicieron como si
llegara un mensajero desde los rebeldes de Cerdeña, aconsejando tener cuidado
con Gescón y los demás apresados en Tunis, porque había en el ejército quien
pretendía liberarlo. Spendio exhortó a que no creyeran en el perdón de Amílcar
porque pretendía con ello capturarlos a todos, y que no liberaran a Gescón,
pues este hábil general no tardaría en regresar para atacarlos con un ejército.
En ese momento llegó otro mensajero desde Tunis con el mismo mensaje que el de
Cerdeña. Entonces Autarito exhortó a todos a matar a Gescón y a los demás
prisioneros y a todo aquel que capturaran en un futuro.
Algunos trataron de interceder por Gescón, dado el buen trato
que aquel había tenido con todos en el pasado, pero esto no hizo otra cosa que
acrecentar los odios y les dieron muerte a cada uno.
Los hombres de Spendio sacaron a Gescón y sus 700 compañeros
del campamento, les cortaron primero las manos, luego los pies, les rompieron
las piernas y los arrojaron vivos a un hoyo.
Enterado de la noticia, Amílcar llamó a Hannón el Grande
para unir ambos ejércitos, convencido de que así podrían poner fin a la guerra
rápidamente; y desde Cartago se ordenó a ambos que vengaran a sus compatriotas,
mientras mandaban emisarios a recoger los cadáveres. Pero, dando nuevamente
muestra de poca humanidad, los rebeldes los expulsaron con la amenaza de sufrir
la misma suerte.
Tras esto, para alcanzar un punto de no retorno en las
hostilidades, los rebeldes publicaron un bando de común acuerdo con orden de
matar con tortura a todo cartaginés apresado y que se le cortara las manos a
cualquier aliado de aquellos. Lo cual se llevó con todo rigor a partir de
entonces.
En el campo púnico, aunque las intenciones eran buenas, los
dos generales no llegaban a ponerse de acuerdo en el modo de dirigir la guerra,
salvo en que debían matar a los rebeldes capturados por derecho de represalia;
y desaprovechaban las ventajas que les surgieron. La situación llegó a tal
punto, que Cartago ordenó que uno de los dos abandonara el generalato, a
elección de la tropa, y es aquí donde se impuso el carisma de Amílcar, quedando
sustituido Hannón por el más maleable Aníbal.
Mientras esto sucedía, una flota con provisiones proveniente de los llamados emporios[12] por las fuentes, se hundió en una tormenta, dejando desabastecidas a Útica e Hippo Acra, que ahora se pasaron al enemigo sin presentar mucha
resistencia y matando de paso a la guarnición de 500 hombres que Cartago había
mandado en su socorro, arrojando después los cuerpos por las murallas e
impidiendo que fueran enterrados. Sin duda las acciones de los rebeldes para
con los aliados de Cartago caló hondo en los habitantes de las dos únicas
ciudades que aún les podían apoyar.
Guerrero con coraza de triple disco; en un vaso de Campania. Infantes como este serían contratados por Cartago. |
La situación se volvió tan comprometida que Spendio y Mathos
pudieron sitiar la propia Cartago en la primavera de 239 a.C. Pero lejos de
desfallecer, Amílcar envió a Navaras y sus númidas a cortar la línea de
suministro enemiga, acción que llevaron con gran éxito. Aunque no lo suficiente.
Cartago se vio obligada a pedir ayuda a sus antiguos enemigos. Hierón respondió
satisfactoriamente pues le interesaba que Cartago equilibrara el poder de Roma[13].
La loba también ayudó pese al incidente de unos 500 comerciantes italianos que
fueron capturados cuando trataban de vender a los rebeldes. Cartago los entregó
sin rescate, lo que Roma agradeció del mismo modo, entregando al resto de
prisioneros la de guerra de Sicilia y animando a sus comerciantes a que
vendieran a la propia Cartago. La actitud romana fue tan correcta que incluso
rechazaron la propuesta de los mercenarios de Cerdeña, que habían sido
expulsados, de entregarles la isla; y tampoco admitieron la petición de amparo
de Útica[14].
Así, poco a poco, Amílcar fue privando de suministros a los
asediadores, obligándolos a retirarse a principios o mediados del 238 a.C.
Pero, ahora, habiéndose librado de la carga de mantener los
asedios de Útica e Hippo Acra, los rebeldes pudieron concentrar sus fuerzas
para mandar un gran ejército para que controlara los pasos de Amílcar.
Reuniendo una tropa de 50.000 hombres, contando con los libios de Zarjas[15],
su idea era mantener a ralla al cartaginés, anticipándose a él y ocupando las
colinas y los pasos. Pero a pesar de que Amílcar era muy inferior en número,
quizás algo más de 20.000 hombres, los rebeldes trataban de ser cuidadosos
evitando los llanos, dada la superioridad en elefantes y caballería que tenía
aquel.
Sin embargo, dada la mayor pericia estratégica del general
púnico, no podían impedir que Amílcar atrajera al combate a pequeños grupos o
los emboscara. Tal fue la presión a la que los sometió, que el miedo aparecía
en los enemigos cuando Amílcar se dejaba ver, tanto de día como de noche,
sabedores de a los que cogía vivos los arrojaba a los elefantes, que los pisoteaban
hasta la muerte[16].
Finalmente Amílcar los cercó en un lugar ventajoso, llamado
Sierra, por la similitud que tenía con esta herramienta (lugar no identificado[17]).
Angustiados, los líderes rebeldes buscarían un lugar seguro donde acampar
creyendo que el ejército púnico estaría a una distancia prudencial. En este
punto, la caballería númida y la mayor habilidad de Amílcar para usarla
resultarían cruciales, teniendo vigilados a los rebeldes. Los cartagineses
aparecerían de improviso y aprisionaron entre las montañas a sus enemigos,
tapando la única salida del valle con un foso y una empalizada[18].
Mapa de situación en el momento más peligroso para Cartago. |
Los rebeldes no podían escapar y tampoco se atrevían a
combatir. El hambre comenzó a hacer estragos, llegando incluso a comerse unos a
otros. Su esperanza era que llegaran refuerzos desde Tunis, pero en vista de
que estos no aparecían, Autarito, Zarjas y Spendio decidieron entregarse y
tratar un acuerdo con Amílcar.
Este quedó sellado de la siguiente manera: “Será lícito a
los cartagineses escoger de los enemigos diez personas, las que ellos quieran;
y a los demás se les remitirá con su vestido.”
Entonces Amílcar, hecho el engaño, escogió a esos diez,
entre los que estaban Autarito, Zarjas y Spendio y otros capitanes
distinguidos. El resto del ejército, ignorando el tratado y temeroso, acudieron
a las armas de forma inútil dada su precaria situación. Amílcar los rodeó y los
pasó a cuchillo en número de más de 40.000[19].
Asedio de Tunis
La victoria de Amílcar inspiró de nuevo a los cartagineses.
El general púnico, junto a Aníbal y Naravas batieron la campiña y tomaron
varias ciudades, acorralando a los restos del ejército rebelde en Tunis.
Asegurada la retaguardia, el estado mayor preparó el asedio
de la ciudad, que se levantaba en un “pasillo” entre la Bahía de Tunez y el
lago Al-Seyoumi, siendo una posición fácilmente defendible. Aníbal cerca la
ciudad desde el Norte, mientras que Amílcar lo hace desde el Sur.
Pero Aníbal actuó de forma excesivamente confiada. Primero
llevó a Spendio frente a las murallas de la ciudad donde lo crucificaron. Las
tropas estaban poco preparadas para el combate y Mathos se dio cuenta de
aquello, atacando de inmediato, matando a muchos y haciendo huir al resto hasta
la misma Cartago, y apoderándose de camino de todo el bagaje. El propio Aníbal
fue capturado y crucificado en la misma cruz en la que había estado Spendio;
así como a los 30 senadores cartagineses que formaban la comisión que había
enviado con él la ciudad.
Mercenarios rebeldes crucificados ante Tunis. |
Amílcar no pudo ayudarlo al enterarse tarde de la noticia y estar
al otro lado de la ciudad, separados por un enorme lago. Sin más que poder
hacer, Amílcar se vio obligado a levantar el campo y apostarse en la
desembocadura del río Bagradas, allí donde su superioridad en caballería lo
mantendría seguro y en una posición donde podría acosar a Mathos en caso de que
este avanzara hacia Cartago.
Victoria Final de Amílcar
Nuevamente cundió el desánimo en Cartago, que sin embargo no
se daba por vencida. Envió con Amílcar de nuevo a Hannón el Grande, acompañado
de todos los ciudadanos en edad militar y por otros 30 senadores que mediaron
entre ambos, rogándoles que ajustaran sus diferencias y que obraran de
concierto.
Mathos veía reducidas sus opciones y se desplazó al Sur, a
la región de Byzacena, tratando de destruir la fuente de suministros de
Cartago. Allí es perseguido por los generales cartagineses, dándole alcance en
torno a la ciudad de Leptis Minor[20],
donde le tienden numerosas pequeñas emboscadas haciéndole perder hombres y
esperanza. Finalmente Mathos se decide a plantar batalla y los púnicos,
deseosos, la aceptan.
Dicho encuentro no es descrito por las fuentes, salvo
escasos detalles. En la batalla participaron todos los hombres disponibles por
ambos contendientes, que serían unos 20.000 hombres por parte rebelde y en
torno a 25.000 por Cartago. La victoria cartaginesa fue rápida, muriendo la mayor
parte de los libios y huyendo el resto a cierta ciudad poco antes de rendirse
por completo. Mathos fue apresado, y llevado a Cartago junto a sus
colaboradores, donde sufrió toda clase de oprobios.
Mapa de situación al final del conflicto. |
El resto de ciudades de África pronto se entregaron de nuevo
a la subordinación de Cartago, salvo Útica e Hippo Acra, que dada la actitud
con la que habían actuado, no tenían pretexto alguno para pedir la paz y
persistieron en la rebelión. Pero tan pronto Hannón acampó frente a una y
Amílcar frente a la otra a principios de primavera de 237 a.C., fueron
obligadas a aceptar las condiciones que Cartago quiso.
Tras tres años y casi cuatro meses[21]
(diciembre 241 a.C. – marzo 237 a.C. aproximadamente), terminó así la guerra de
los mercenarios y Cartago recobró el dominio sobre África.
Epílogo
Amílcar había
salvado a la ciudad de (en palabras de Polibio) la situación más peligrosa a la
que se enfrentó, salvo cuando fue destruida. Fue un conflicto cruel y
despiadado por ambas partes, en el que la estrategia agresiva de Amílcar logró
la victoria. Contrastando con el accionar mucho más dubitativo de los generales
púnicos de la época, reflejados aquí en Hannón el Grande. Amílcar cambió el
concepto estratégico de Cartago, siendo en la Guerra de los Mercenarios cuando
se plasma más claramente. También innova en el apartado táctico, dando mayor
importancia a la caballería y los elefantes, algo que se había gestado tres
lustros antes con el mercenario espartano Jantipo, pero que al parecer no había
cuajado entre los generales de la urbe africana; y haciendo uso perfecto de
emboscadas y marchas forzadas y nocturnas para aparecer cuando y donde el
enemigo menos lo esperaba.
Dos décadas más tarde, será su hijo Aníbal Barqa el que
lleve al culmen estos dos factores.
Pero los males de Cartago no terminaron con esta guerra.
Roma, atraída por los rebeldes de Cerdeña, decidió pasar a la isla (ver Cerdeña y la Segunda Guerra Púnica). Los
cartagineses se quejaron airadamente de esto mientras preparaban una expedición
para retomar el control. Pero los romanos, argumentando que el ejército no se
dirigía contra los sardos sino contra la propia Roma, les declararon la guerra.
Cartago se vio superada por los acontecimientos, imposibilitada de reanudar una
nueva contienda tras 28 años de lucha ininterrumpida, entre la que había
sostenido en Sicilia y la recién terminada en África. Se ve obligada para
obtener la paz no solo a ceder Cerdeña sino a añadir otros 1.200 talentos a la
deuda de 3.200 de la Primera Guerra Púnica.
Este acto totalmente oportunista y desleal por parte de Roma
encendió más la ira púnica que la anterior derrota, y a la postre fue la mecha
que hizo estallar el siguiente conflicto entre las dos potencias del
Mediterráneo Occidental. Y por otra parte, Cartago, ya sin territorios
ultramarinos, se vio obligada a buscar recursos y comercio en otras tierras. Y
así es como Amílcar recaló en Hispania, tema de su vida que analizaremos en un
próximo trabajo.
Autor: Alejandro
Ronda
BLIBLIOGRAFÍA:
Fuentes antiguas (en orden de importancia):
Polibio de Megalópolis: Historia
universal bajo la República Romana.
Diodoro Sículo: Biblioteca
histórica.
Zonaras: Epítome.
Apiano: Historia
Romana, V.
Cornelio Nepote: Sobre
los hombres ilustres.
Tito Livio: La
Historia de Roma.
Eutropio: Abreviación
de la historia romana.
Fuentes modernas:
Jaime Gómez de Caso Zuriaga; Amilcar Barca, Táctico y Estratega. Una valoración.
Nic Fields; Carthaginian
Warrior.
Dexter Hoyos; Hannibal’s
Dinasty.
Dexter Hoyos; Truceles
war, Carthage fight for survival 241-237 BC.
Fernando Quesada Sanz; En
torno a las instituciones militares cartaginesas.
Fernando Quesada Sanz; Soldada,
moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo
mediterráneo: el caso de Grecia
[1]
Un talento equivalía a 27 Kg.
[2]
Polibio los menciona como “mixellenes”. Aunque Cartago había contado con
griegos entre sus mercenarios, entre los cuales el más ilustre fue Jantipo, al
parecer ya no quedaba ninguno.
[3]
Polibio I, 67’7.
[4]
Polibio 1, 77’ 4.
[5]
Apiano (Sic. 2, 7) es el único que se decanta por describirlos como súbditos de
Cartago.
[6]
Actual Al-Kâf, a algo más de 180 Km. al Sudoeste de Cartago.
[7]
Diodoro (25, 6 ‘1) narra como fue la excesiva compensación que exigieron por
los caballos muertos y los hombres asesinados lo que fue el detonante de la
guerra.
[8]
Apiano (Sic. 2, 7) va más allá y dice que Amílcar había prometido regalos a los
mercenarios más allá de lo que Cartago podía conceder.
[9]
Polibio 1, 74’ 1-4. Se trataría de parte del ejército movilizado algunos años
antes en África, comandado por el mismo Hannón, con el que tomó Hecantompilos
(la Theveste romana).
[10]
Polibio 1, 75‘ 1-2.
[11]
Dada la vaga descripción que hace Polibio, la mencionada llanura se podría
localizar en distintos lugares como en el curso medio del río Mellane, a 15 Km.
al Noroeste de Ziqua; en una pequeña llanura entre el Bagradas y el Siliana, a
unos al Oeste 22 Km. de Thugga; o las tierras cercanas a la unión del Bagradas
y el Muthul; entre otros.
[12]
Este es el territorio que posteriormente se conocería como Byzacena, en torno
al Golfo de Hammamet. Curiosamente en esta zona la familia Barca tenía tierras.
[13]
Polibio 1, 83’ 1-4.
[14]
Apiano (Sic. 2, 10) y Zonaras (8, 17’ g-h) añaden que Roma permitió a Cartago
reclutar mercenarios en Italia solo por esta guerra, haciendo excepción de una
de las cláusulas del tratado de paz de 241 a.C. Aunque es el único autor que
menciona este detalle, esto no carece de sentido, dado que África, principal
fuente de mercenarios de Cartago, estaba levantada en armas contra ella. E
incluso sitúan unos mediadores romanos para alcanzar una paz, que,
evidentemente, no lograron.
[15]
Esta es la primera vez que Polibio (1, 84’ 3) hace referencia a este personaje.
Es imposible asegurarlo, pero probablemente fuera uno de los líderes de los
libios que acudieron al llamamiento de Mathos en 241 a.C.
[16]
Diodoro 25, 3’ 1.
[17]
Los historiadores modernos han propuesto tres opciones. La más antigua es un
valle triangular a 95 Km. al sur-suroeste de Tunez, en un lugar que los romanos
llamaron pagus-Gunzuzi. El segundo se halla en el Cabo Bon, entre la moderna
Grombalia y Hammaman Lif, en el golfo de Tunez. El tercero, y más aceptado, se
encuentra en Prion, a unos pocos Km. del pueblo de Hammamet y a 12 Km. al sur
de Grombalia. (Dexter Hoyos, )
[18]
Polibio 1, 84’ 9.
[19]
Polibio 1, 85’ 7.
[20]
Actual Lampta, en las costas del golfo de Hammamet.
[21]
Polibio (1, 88’ 7); según Diodoro Sículo (25, 6’ 1) duró 4 años y 4 meses.
Nuevo artículo en Anábasis Histórica!! La prometida segunda parte del trabajo sobre Amílcar Barca. Esta vez, sobre su destacada participación en "La Guerra de los Mercenarios".
ResponderEliminarNo dejes de leerlo! y no olvides dejarnos un comentario! Te esperamos..
Fascinante
ResponderEliminarExcelente, estoy leyendo una novela historica "Anibal de Hisbert Haefs", para corroborar y centrarme en la situación geopolitica consulte este blog....
ResponderEliminarBuenas. Quisiera utilizar los mapas de esta página para una publicación.
ResponderEliminar¿Hay algún inconveniente?
Gracias.
fasciante relato
ResponderEliminarGracias por los comentarios!!
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