sábado, 28 de noviembre de 2020

Agis III, un rey contra Macedonia


Sumida en una profunda crisis militar, Esparta había sido incapaz de intervenir en Queronea, batalla que le dio a Filipo II de Macedonia la hegemonía sobre toda Grecia. Alejandro Magno heredó poco después las ambiciones de su padre y se embarcó en la conquista de Asia, lo que quiso aprovechar Agis III de Esparta, que abrió hostilidades con intención de colocar de nuevo a su ciudad como principal potencia helénica. Por su parte, los persas, necesitados de aliados contra el audaz Alejandro, no querrían desaprovechar la oportunidad que les brindaba el rey espartano.

 

Arquidamo III de Esparta
Busto de Arquidamo III
Esparta a mediados del S. IV a.C.

                En 371 a.C. el general tebano Epaminondas vencía duramente a los espartanos en Leuctra, quedando la antigua polis de Laconia muy debilitada. Pero esto no fue más que el reflejo y la culminación de un problema que venía de lejos, y que poco a poco le había hecho perder ese aura de invencibilidad que la había rodeado. Y es que si a principios del S. V a.C. el número de espartiatas (ciudadanos de pleno derecho o, como ellos se llamaban, “homoioi”, iguales) era cercano a los 8.000, para la época de Leuctra se había reducido a unos 1.200. Este proceso (llamado oligantropía) se debió a la alta mortalidad, a los matrimonios tardíos y al empobrecimiento general por el que muchos tuvieron que vender sus tierras, perdiendo con ellas sus privilegios. La situación iba a empeorar aún más, pues los eleos y los arcadios aprovecharon para abandonar la Liga del Peloponeso, base de la hegemonía espartana. Al mismo tiempo Epaminondas liberaba Mesenia, cuya población, hasta ese momento, había estado absolutamente sometida al Estado espartano, trabajando las tierras de los espartiatas y participando en sus guerras. Tras esto, el rey Agesilao II trató de revertir la situación, pero fue derrotado en la batalla de Mantinea (362 a.C.).

                A partir de ese momento, perdida la hegemonía en el Peloponeso y el resto de Grecia, Esparta empezó a mirar con mayor interés hacia Occidente como un intento de mantenerse como potencia militar intervencionista. De ahí las expediciones del rey Arquidamo III, hijo de Agesilao II, a Creta primero y en apoyo de la italiota Taras (Tarento) después (342 a.C.). La larga guerra contra las tribus italianas finalizó abruptamente en 338 a.C. cuando Arquidamo murió ante los muros de Manduria. Justo ese mismo año Filipo II derrotaba a la coalición tebano-ateniense en Queronea, consiguiendo para si el control de la práctica totalidad de Grecia. Esparta ni siquiera había intervenido en aquella crucial batalla, por su negativa a participar en cualquier campaña que no liderara, pero sobre todo, por estar inmovilizada en sus fronteras por Mesenia y Argos, además de carente de recursos humanos y económicos.

Plano de Esparta

                A Arquidamo le sucedió su hijo Agis III, quien se negó a participar en la Liga de Corinto, creada por Filipo con el propósito de lograr una absoluta paz entre las poleis, proveerse de soldados y atacar al imperio aqueménida y así “liberar” a los griegos del otro lado del mar Egeo. La negativa provocó no solo que Esparta quedara aún más aislada y sin ningún peso político, sino que además Filipo les arrebató territorios de la frontera interior y, lo que era más importante,  algunos asentamientos costeros de periecos. Aunque conservaba el puerto de Githion, su territorio ahora comprendía poco más que las llanuras de Esparta y Helos y las penínsulas montañosas de Tainaron y Malea.

                A la muerte de Filipo en 336 a.C. su hijo Alejandro III (futuro Magno) heredó el reino de Macedonia, el liderazgo de la Liga de Corinto y el deseo de invadir Asia. Cuando dos años más tarde Alejandro cruzó el Helesponto para iniciar la guerra contra Dario III, rey de reyes, el veterano general Antípatro (de unos 63 años) quedó en Macedonia como gobernador y guardián de los asuntos del rey en Europa.

 


Escena de figuras rojas de un kylix (copa de vino)
representando ephebes (el equivalente de los
hebontes espartanos) equipándose para la guerra.
Movimientos en el Egeo

                Aprovechando la lejanía de Alejandro Magno y apoyándose en que el conflicto en el Egeo entre macedonios y aqueménidas aún estaba vivo, e incluso era favorable a estos últimos, el rey espartano, Agis III, inició un movimiento antimacedonio en Grecia. Navegando con un solo trirreme acudió a la isla de Sifnos (en las Cicladas) para entrevistarse con Farnabazo y Autofradates, almirantes de la flota persa, con intención de convencerlos para que le suministraran dinero y fuerzas navales y terrestres y así llevar la guerra contra Alejandro al corazón de Grecia. Para Agis, obviamente, el devenir de aquel conflicto le era indiferente más allá de que le permitiera rehacer la Liga del Peloponeso y recobrar para Esparta la hegemonía en la Hélade. Y para ello no era extraño que solicitara ayuda a los persas, bien a sátrapas o al mismo rey de reyes: no hay que olvidar que los persas habían financiado a Esparta durante la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), con cuya victoria la polis se colocó en una posición de completo dominio del mundo griego. Por su parte, para los persas esta era una propuesta realmente interesante. La programada invasión de la isla de Eubea, frente al Atica y Beocia, había sido recientemente cancelada por la muerte de Memnón de Rodas, su precursor, y por la concentración de tropas por parte de Dario III para tratar de detener a Alejandro antes de que penetrara en Siria. Retomar la idea de obligar a Alejandro a desviar los recursos hacia su propio territorio era una gran oportunidad para tratar de revertir el discurrir de una guerra que de momento les era muy adversa. Al menos así era para Farnabazo, cuñado de Memnón y heredero de su estrategia[1]. Sin embargo, durante las negociaciones llegó la noticia de la derrota de Dario en Issos (noviembre de 333 a.C.), lo que provocó que los almirantes persas tomaran una estrategia defensiva y de repliegue, no fuese que las ciudades del Egeo bajo su dominio decidieran cambiar de bando. Así pues, Agis tan solo recibió la ridícula cantidad de 30 talentos de plata y 10 trirremes.

                Con estos recursos Agis envió a su hermano Agesilao a Creta “para poner las cosas en orden allí” (Arriano 2, 13). La intención sería la de cambiar la voluntad en los gobiernos locales que apoyaban la causa macedonia, pero aún sin entrar en conflicto directo. No fue hasta el año siguiente (332 a.C.), cuando Agis contrató los servicios de aquellos 8.000 mercenarios griegos que, sirviendo a Dario III, habían escapado de la derrota en Issos, que pudo tomar “la mayoría de las ciudades [de Creta] y las obligó a tomar el lado persa” (Diodoro 17, 48). Esto forzó a Alejandro a enviar a su almirante Anfótero, hermano de Crátero, con toda la flota macedonia.

 

Ruinas de Megalópolis
La batalla de Megalópolis

                Hacía otoño de 331 a.C.[2], ahora sí, Agis decidió emprender una guerra abierta contra Macedonia. En muchas poleis del Peloponeso se percibía cierto ambiente antimacedonio animado en parte por el propio Agis, que trataba de sacar rédito del deseo de libertad de los griegos. Además, el rey espartano quería aprovechar el desastre de Zopirión[3] y la distracción de Antípatro, que se encontraba en Tracia combatiendo a Memnón, gobernador macedonio en la zona (no confundir con el mercenario rodio recientemente fallecido) que se había revelado. Por contra, ya sería imposible recibir apoyo de los persas, pues tras el asedio de Tiro por parte de Alejandro (primavera de 332 a.C.) 80 capitanes fenicios y 120 chipriotas decidieron abandonar a Farnabazo y la flota aqueménida del Egeo se desintegró. Y para los persas, tras la pérdida de Siria, Fenicia y Egipto, el conflicto se trasladaba al corazón del imperio, donde Dario III se jugaría el todo por el todo en Gaugamela. El escenario griego quedaba así demasiado lejos y sin interés práctico, pasando Agis y su campaña de ser poco atractivos a totalmente intrascendentes para el rey de reyes.

                Los lacedemonios pensaron que había llegado el momento de emprender una guerra y lanzaron un llamamiento a los griegos para que se unieran en defensa de la libertad” (Diodoro 17, 62). La convocatoria tuvo un éxito muy relativo, uniéndose Elis y casi todas las ciudades aqueas y arcadias, a excepción de Pelene y Megalópolis, enemiga de Esparta desde su fundación[4]. Tampoco se adhirieron Atenas ni Argos, eternas rivales de Esparta, tampoco Corinto o cualquier otra gran ciudad del Peloponeso, ni por supuesto Mesenia. En total Agis contaba con “no menos de 20.000 infantes y cerca de 2.000 jinetes” (Diodoro 17, 62). Con esta fuerza el rey espartano derrotó a un comandante macedonio llamado Corrago y puso sitio a Megalópolis.

                En cuanto Antípatro se enteró de los hechos se apresuró a poner fin a la campaña de Tracia, llegando a un acuerdo con Memnón, por el cual este seguiría con su cargo de gobernador. Marchó entonces al Peloponeso movilizando a todo el ejército y añadiendo a aquellos griegos que aún eran leales. Según las fuentes (Diodoro 17, 63 y Curcio 6, 1) tenía a su mando un total de 40.000 hombres. Cuando Antípatro llegó al Peloponeso, Megalópolis estaba a punto de rendirse.

A pesar de la clara inferioridad numérica los lacedemonios no rechazaron el enfrentamiento. Agis desplegó a sus hombres en un lugar estrecho que no permitía a los macedonios extender su fuerza por completo, impidiéndoles sacar provecho de su ventaja. La lucha fue reñida e incluso siendo herido Agis, los lacedemonios lucharon furiosamente y mantuvieron su posición. Sin embargo, sus aliados del Peloponeso fueron superados y todo el ejército se vio obligado a retroceder para no ser rodeado. Diodoro (17, 63) narra que “[Agis] había luchado gloriosamente y cayó con muchas heridas frontales. Mientras sus soldados lo llevaban de regreso a Esparta s encontró rodeado por el enemigo. Desesperado por su propia vida, ordenó a los demás que huyeran a toda velocidad y se salvaran para el servicio de su país, pero él mismo, armado y poniéndose de rodillas, se defendió, mató a algunos de los enemigos y él mismo fue asesinado por un lanzamiento de jabalina. Había reinado nueve años”.

                Según el propio Diodoro aquel día murieron más de 5.300 de los lacedemonios y sus aliados y 3.500 de Antípatro, aunque Curcio Rufo asegura que fueron no más de 1.000 macedonios. Acababa así una de las mayores batallas de la historia griega, con más de 60.000 hombres sobre el campo.

 

Espartiatas descansando
Consecuencias y conclusiones

                Los lacedemonios se vieron obligados a pedir la paz a Antípatro, quien remitió su respuesta al Consejo de la Liga del Corinto. Este decidió no informar a Alejandro, quien ignorando el devenir de los acontecimientos había enviado 3.000 talentos como ayuda desde Susa. Antípatro tomó 50 rehenes de entre los nobles espartiatas y los lacedemonios enviaron emisarios a Asia para pedir perdón a Alejandro. Por su parte, los aqueos y los eleos tuvieron que pagar 120 talentos a Megalópolis por sitiar la ciudad.

                La derrota, aunque no especialmente severa, fue suficiente para que Esparta no actuara militarmente (al menos de forma oficial) en varios años. De hecho, a la muerte de Alejandro, siete años más tarde, no tomó las armas para unirse a la coalición griega, encabezada por Atenas, en contra de Antípatro. Aunque mantenía el orgullo de su glorioso pasado reciente, sus años de apogeo y hegemonía ya nunca volverían.

                A diferencia de su padre, Arquidamo III, Agis no llegó a comprender que los tiempos habían cambiado y que ahora Esparta era una potencia de segunda clase y que para vencer a Macedonia no bastaba con reunir un puñado de pequeñas poleis bajo su mando. Además, Esparta ya no contaba con los hilotas de Mesenia ni con los periecos de los territorios perdidos en los años precedentes. Tampoco había evolucionado en ninguno de los resortes de la guerra: las tácticas, la disciplina e incluso el armamento habían cambiado en el mundo griego, a excepción de Esparta, que aún veía al hoplita como núcleo del ejército y a los demás tipos de tropa como simples asistentes. Incluso la férrea disciplina y entrenamiento espartanos por los cuales había alcanzado fama en el campo de batalla se habían relajado. Por otro lado, ni Agis III ni ningún otro rey antes que él trató de frenar la caída demográfica, que hacía tiempo había alcanzado cuotas más que alarmantes. Por todo esto, más allá de que solo pudiera reunir la mitad de efectivos que Antípatro para la batalla de Megalópolis (y casi la mitad de ellos eran mercenarios), lo realmente preocupante es que perdido el primer enfrentamiento nada quedaba para probar fortuna en una segunda ocasión. Así de débil era el Estado espartano en aquel entonces, algo que el orgullo no le permitió ver a Agis.  

                Este fue el penúltimo intento de renacer de una polis que vivía a la sombra de su antigua gloria. Esta era la nueva realidad de una Esparta, cuya idiosincrasia la había llevado a liderar Grecia y a sumirla en la más profunda de las crisis y que en el futuro la convertiría en una caricatura de sí misma.

 

Por Alejandro Ronda


BIBLIOGRAFÍA:

Fuentes antiguas
-Diodoro Sículo; Biblioteca Histórica.
-Curcio Rufo; Historias de Alejandro Magno de Macedonia.
-Flavio Arriano; Anábasis de Alejandro.
-Heródoto de Halicarnaso; Historias
-Jenofonte; Helénicas.

Fuentes modernas
-Duncan Head; Armies of the Macedonian and Punics Wars.
-Shipley Graham; El mundo griego después de Alejandro 323-30 AC.
-Claudia V. Alonso; Esparta, una sociedad para la guerra.
-Pier Giovanni Guzzo; Condotieros al servicio de Tarento.



[1] Memnón de Rodas se había casado con Barsine, una de las hermanas de Farnabazo. Anteriormente Barsine había estado casada con Mentor, hermano mayor de Memnón.

[2] Diodoro 17, 62 sitúa estos hechos poco después de la batalla de Gaugamela, 1 de octubre de 331 a.C.

[3] General macedonio que al mando de 30.000 hombres asedió sin éxito Olbia, en el mar Negro, y en el camino de vuelta fue muerto por los escitas, que aniquilaron a todo el ejército.

[4] Fundada por el tebano Epaminondas al año siguiente de su victoria en Leuctra (371 a.C.).

4 comentarios:

  1. Viendo unos documentales presentados por Bettany Hughes, comencé a preguntarme sobre los años finales de Esparta. Es chocante la brutal disminución demográfica y que a pesar de la evidencia, no tomaran medidas sobre el tema. Y no me deja de resultar, algo inquietante, los paralelismos, que se pueden trazar entre eventos de diferentes épocas, sobre distintos aspectos del desarrollo de una de una civilización, en este caso, el ocaso y fin. Un ligero escalofrío se siente, al leer sobre el fin de la Grecia clásica, y ver las noticias de occidente en los últimos 30 años. No recuerdo donde lo leí o escuche, pero las civilizaciones no se acaban de un día para otro, es un proceso que cuesta percibir en el día a día. Algo para tener en cuenta.

    Un placer leer su trabajo. Y el doble en estos días, donde hay tiempo para reflexionar.

    Saludos... y larga vida y prosperidad!😁

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  2. Muchas gracias por tus comentarios, Heitai!!

    El caso de Esparta es especialmente llamativo por la rapidez de su caída, justo cuando estaba en su cénit de hegemonía, aunque labrado gracias a la Liga del Peloponeso. En cambio su ejército ciudadano había disminuido peligrosamente. Perdida la batalla de Leuctra, todo se derrumba como un castillo de naipes. Como relatamos en el trabajo sobre la batalla de Selasia (222 a.C.) hubo dos reyes que trataron de revertir esa caída demográfica y como vemos, aunque era evidente la necesidad por el bien, no ya de alcanzar una nueva hegemonía, sino para la propia supervivencia de la polis como ente autónomo, las reticencias dentro de la propia Esparta eran muy grandes. Para ser ciudadano había que tener tierras, y está claro que los que en ese momento tenían tierras no querían compartirlas con nadie, mucho menos si eran periecos o extranjeros. La lógica para el bien del Estado nos dice una cosa, pero si empatizamos con los terratenientes la lógica nos dice lo contrario.

    Interesante reflexión la que dejas entrever. Escribiendo de memoria, creo que fue de Isaac Asimov de quien leí que las civilizaciones alcanzan su esplendor para luego caer por tribus bárbaras más atrasadas y nómadas; estas luego adoptan las costumbres de los conquistados, para así hacerse sedentarios y civilizados; para luego ser derrotados por nuevas tribus atrasadas y nómadas. Es un ciclo que se ha ido repitiendo una y otra vez a lo largo de la historia.

    De nuevo gracias. Esperamos poder escribir más seguido.

    Un cordial saludo!!

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  3. Muchas gracias por el articulo.

    Esparta había perdido las tierras más ricas, no tenia comercio y haba perdido buena parte de los esclavos.

    Tantas guerras le produjeron como a Macedonia, una crisis poblacional. Roma se aprovecho de eso, igual que Macedonia con Esparta.

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  4. Gracias a ti por el comentario!!

    Más allá de las pérdidas de ciudadanos debido a las guerras, el problema de Esparta fue no saber (o no querer) subsanar dichas pérdidas. Si hacemos un repaso rápido vemos como la práctica totalidad de las poleis griegas o la misma Roma o Cartago estuvieron en guerra prácticamente todos los años de su historia. Evidentemente una derrota siempre trae malas consecuencias, pero el caso de Esparta es especialmente notorio debido a la fragilidad mostrada tras Leuctra.

    A parte de la pérdida de ciudadanos de pleno derecho (espartiatas), como bien apuntas, Esparta había perdido las tierras más ricas y población de periecos e hilotas, e incluso así Agis III buscó un enfrentamiento directo contra la gran potencia del momento.

    Un saludo!

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