Amílcar Barca fue uno
de los grandes generales de la Antigüedad. Comenzamos con este trabajo una
serie de tres en los que trataremos de narrar los distintos episodios de su
vida y de cómo intervino en su tiempo y en el devenir de su patria, Cartago. En
este primero exponemos su participación en la Primera Guerra Púnica, conflicto
en el que se dio a conocer y en el que combatió con ahínco y astucia a la
República Romana.
"Es verdad que respecto de
los soldados eran mucho más sobresalientes los romanos; pero también debemos
apreciar como el más prudente y valeroso capitán de su tiempo a Amílcar, por
sobrenombre Barca, padre natural de Aníbal, aquel que en la consecuencia hizo
la guerra a los romanos."
(Polibio I, 64’6)
Infantería romana. Esta se había mostrado muy superior a la empleada por los cartagineses a lo largo de todo el conflicto. |
SITUACIÓN DE LA I GUERRA PÚNICA EN 247
La Primera Guerra Púnica había comenzado por un asunto menor en
apariencia, que sin embargo desencadenó en el más largo conflicto de la
antigüedad clásica. En 264 a.C. Cartago no se imaginaba que los romanos
realizarían una acción tan hostil como expulsar a su guarnición de Mesana y
confiaba en que su potente flota sería más que suficiente para disuadirlos. Sin
embargo, una vez el ejército consular había llegado a tierra firme, los púnicos
no contaban con fuerzas suficientes para hacerles frente, y para cuando
consiguieron reunirlas, los romanos ya asediaban la importante ciudad de
Akragas (Agrigento) que caería dos años más tarde. Al imparable avance por
tierra de Roma había que añadir además los continuos varapalos sufridos por las
flotas cartaginesas, que se veían incapaces de hacer frente al nuevo artilugio
naval romano, el corvus, que les
sirvió para vencer en Milas (260), Tindaris (257) y Ecnomo (255). Para colmo de
males, el cónsul Régulo invadió el propio suelo africano en 255, salvándose
Cartago in extremis gracias a la intervención del mercenario griego Jantipo [Batalla de Bagradas].
Sin embargo, la falta de pericia marinera de los romanos, igualó las fuerzas,
perdiendo cientos de naves y miles de hombres en varias tormentas, a lo que
habría que añadir la victoria del general púnico Adherbal en Drepana en 249, lo
que les hizo renunciar a la construcción de más flotas.
Pese a todo, los romanos había conseguido
arrinconar a los cartagineses en el extremo occidental de la isla de Sicilia y
con la toma de Erice en 249, el cerco se estrechaba aún más.
Para 247 Roma había perdido el 17% de su población
ciudadana, a lo que habría que añadir las pérdidas de su aliados, muy similares
en números absolutos. Dentro del senado había varias visiones de cómo afrontar
el futuro cercano: por un lado, los Fabios, tradicionalmente favorables a una
política de moderación con Cartago y con intereses en las tierras del Norte de
Italia, renovaron sus alianzas políticas e incrementaron su influencia en la opinión
política. Por otro lado, los Claudios, quienes querían ganar peso político
expandiéndose hacia el Sur, empezaron a tener descrédito debido a las
considerables pérdidas y al revés sufrido en la batalla de Drepana (año 249), pues,
después de todo, el cónsul vencido había sido Publio Claudio Pulcro, que había
desoído los malos augurios siendo acusado de impiedad. Así pues, en Roma se
tomó una política más tranquila respecto a la guerra. Para empezar no se
construiría ninguna nueva flota, manteniendo los navíos suficientes para
mantener las comunicaciones con Sicilia, en la que, eso sí, se mantendrían los
dos ejércitos consulares.
La situación en Cartago no era mejor. Tenían el control de
los mares, pero en tierra habían sido barridos y ya tan sólo mantenían un
territorio que se reducía a los bastiones de Drepana y Lilibeo, que además
estaban bajo un duro asedio. Las arcas públicas estaban prácticamente vacías y
la moral se hundía a pasos agigantados, ya no había esperanza de remontar la
guerra, pudiendo aspirar tan sólo, y como máximo, a una paz honrosa que les
permitiera al menos mantener aquellas dos ciudades como emporios comerciales.
Aquí, igual que en Roma, había diversas visiones sobre el conflicto, tantas
como familias aristócratas (no de la forma tan esquemática que nos muestra
Polibio), que podían oscilar a uno u otro extremo dependiendo de los intereses
políticos y económicos en los que estuvieran envueltas en aquel momento.
Viéndonos obligados por la escasa documentación, se podría abreviar dividiéndolos
entre los terratenientes, con intereses en una expansión de tierras por los
fértiles valles del Norte de África, con los Hannonidas a la cabeza; y los
grandes comerciantes, que querían mantener abiertas las rutas por todo el
Mediterráneo, siendo Sicilia un punto clave en sus intereses, entre los que
ahora aparecen los Barquidas, aunque sin duda habría muchas más familias con
intereses similares. Tras la derrota en Panormos (251) no fue enviado a la isla
ningún gran ejército que pudiera disputarle a Roma el control terrestre, lo que
se traducía en la renuncia a tratar de reconquistar las plazas perdidas.
Ambas repúblicas estaban agotadas tras 18 años de guerra
ininterrumpida, en los que batallas y desastres naturales habían diezmado a su
población, cortado las rutas comerciales, empobrecido los campos y debilitado
las alianzas. La única diferencia era que para Roma la guerra era una cuestión
de Estado y para Cartago un suceso más supeditado a los intereses económicos.
Oficial cartaginés. |
AMÍLCAR NOMBRADO GENERAL
Lo habitual era que los generales y almirantes de Cartago fueran
nobles cartagineses a los que se les dotaba de un poder enorme durante el
tiempo que durara el conflicto, siempre y cuando no fueran destituidos,
dimitieran o sufrieran una gran derrota. En este último caso sufrían un duro
castigo, bien con el exilio o incluso pagando con sus vidas. Es extraño pues
que habiendo conseguido en Drepana la única gran victoria naval de la guerra
contra Roma relevaran a Adherbal dos años después sin explicación aparente. Quizás,
como apuntan Lazenby y Hoyos, entre otros, muriera de causa natural.
Se nombró entonces a Cartalón como jefe de las operaciones
en Sicilia, pero su mandato fue corto y sin incidencia en la guerra. Tras
tratar de disuadir a los cónsules de dejar los asedios, atacó la costa italiana
en un intento de desviar las fuerzas consulares. Pero ante la proximidad del
pretor se retiró de inmediato. En el viaje sufrió el motín de sus mercenarios,
que se quejaban por la falta de pagos. Como respuesta, según las fuentes, dejó
abandonados a algunos en una isla desierta y a otros los mandó de vuelta a
África, creando gran malestar en la tropa. Puede que esto fuera la razón de su
destitución como general y la llegada de Amílcar, de 33 años de edad.
A pesar de la afirmación de Polibio (I, 56’1) de que Cartago
le confió las operaciones navales, está claro que Amílcar era el comandante en
jefe de la guerra de Sicilia desde que llegó. Zonaras (8, 16) afirma que
Amílcar llegó en el consulado de Cotta y Geminus; y Polibio que fue en el año
18 de la guerra, por lo que debió ser en verano de 247, cercano en el tiempo
con los motines de los mercenarios.
Poco se sabe de Amílcar, o su familia, antes de este año.
Orosio (4, 9’9) narra que el general tomó represalias contra los númidas tras
la derrota de Régulo en 254, aunque esto es prueba insuficiente como para
afirmarlo con rotundidad. El apodo de su familia probablemente significaba
“rayo” o “espadazo”, del semítico Brq
(Bârâq), sobrenombre al cual, como veremos, Amílcar le hizo justicia.
“Tenía fama de ser
hombre de inteligencia excepcional, superando a todos sus conciudadanos tanto
en audacia como en habilidad con las armas.” (Diodoro, 24.5’2)
Llegado a la isla, en Zonaras (8, 16) encontramos mención a
una primera acción suya. Se trató del intento de Amílcar de defenderse de un
ataque en la pequeña isla de Pelias, frente a Drepana. El cónsul Numerio Fabio Buteo
realizó un ataque nocturno a Pelias, matando a la guarnición cartaginesa que se
encontraba en ella, acto seguido, de madrugada, Amílcar trató de retomar el
control de la isla, pero un ataque romano a las murallas de la ciudad hizo que
tuviera que desviar su atención hacia allí, quedando finalmente la isla en
posesión del enemigo.
Tras esto, los romanos rellenaron el estrecho que separaba
la isla del “continente”, haciendo un tramo de tierra firme por el cual atacar
la muralla de Drepana por aquel lado, el cual afirma Zonaras era más bien
débil. Sin embargo, no parece que esto supusiera una gran ventaja en el asedio de
la plaza, pues esta resistió seis años más, hasta el final del conflicto, sin
ser tomada; o puede que Pelias fuera retomada por los cartagineses algún tiempo
después.
Antes de acabar el verano, Amílcar preparó la flota y
realizó una fuerte incursión en la costa italiana, arrasando Locri y el Brucio.
Tratando de imponer una estrategia ofensiva, dando a sus hombres un objetivo
más allá de la mera defensa pasiva de las dos plazas que aún mantenían, Drepana
y Lilibeo.
La teoría de Thomas Arnold, que afirma que Amílcar pretendía
formar una infantería capaz de enfrentarse a la romana, con duro y constante
entrenamiento y enseñando a los hombres a confiar en sus generales me parece
demasiado ambiciosa. Ni en la mejor de las previsiones podría Amílcar imaginar
que podría contar con el número suficiente de hombres como para enfrentar a los
romanos en batalla campal; ni contaba con tropas ciudadanas que le sirvieran
como base a una posible expansión en el ejército para futuros conflictos.
Como no podía ser de otra manera, la estrategia de Amílcar
se veía supeditada al número de hombres con los que contaba, y este era muy
reducido. Al final del conflicto, cuando los mercenarios son llevados de vuelta
a África, Polibio (I, 67’13) afirma que eran más de 20.000, entre los que había
iberos, celtas, ligures, baleares y un buen número de mestizos griegos, pero
siendo la mayor parte libios (Polibio I, 67’7). A estos habría que sumar los
1.000 galos que desertaron a los romanos en los últimos compases del conflicto,
más las bajas que sufrirían los cartagineses a lo largo de los seis años que le
restaban al conflicto. Las fuentes tan sólo hacen referencia a mercenarios, y
no mencionan ni tropas de ciudadanos de Cartago, que no combatían fuera de
África desde mediados del S. IV a.C., ni a tropas otorgadas por los súbditos,
como libios. Puede ser que las fuentes incluyeran a estas últimas dentro de
aquellos 20.000 mercenarios, de hecho Polibio afirma que la mayoría eran
libios; pero de cualquier manera, tras la invasión de Régulo, el poder
cartaginés en África se había tambaleado, como explica la campaña de Hannón “el
Grande” hacia el interior del continente, por lo que muchas ciudades súbditas
se podrían haber negado a aportar tropas. En cualquier caso, no parece que para
el año 247 Amílcar hubiera podido contar con más de 25.000 hombres, con los que
tendría que defender las ciudades de Drepana y Lilibeo, asediada cada una por
un ejército consular de 21.000 romanos y aliados itálicos. Es difícil hacer un
cálculo para averiguar cuántos hombres llevó consigo Amílcar en su incursión,
pero quizás fueran alrededor de 8.000, 10.000 como máximo.
Sferracavallo vista desde el camino de ascenso al Monte Castellaccio, al fondo el Monte Gallo. |
HERCTE
Tras esta primera incursión, Amílcar, en lugar de volver a
Drepana, se estableció en Hercte, un monte cercano a Panormos, cuya mejor
descripción nos la dio Polibio:
“Hercte, situado junto
al mar, entre Erice y Palermo, y teniendo sin disputa por el paraje más cómodo
para situar un campamento con seguridad, aunque dure mucho tiempo. Se trata de
una montaña escarpada por todas partes, que se eleva de la región circunvecina
a una altura suficiente. Su cumbre no tiene menos de cien estadios de
circunferencia, en cuyo espacio se encuentra un terreno muy apto para pastos y
cultivos, defendido de los vientos del mar y libre absolutamente de todo animal
dañino. Está rodeado de eminencias inaccesibles, tanto por el lado del mar como
por el que se une la tierra, entre las cuales el espacio intermedio necesita de
pocos reparos para su defensa. En este llano se eleva un promontorio que al
mismo tiempo sirve de acrópolis y de cómoda atalaya para observar que pasa en
la región cercana. Tiene un profundo puerto, muy conveniente para los que
viajan a Italia desde Drepana y Lilibeo. Para subir sólo hay tres caminos, y
éstos muy difíciles, de los cuales dos están por el lado de tierra y uno por el
del mar.” (PolibioI. 56 ‘2-9)
Tradicionalmente se ha identificado este lugar con el Monte
Pellegrino, situado justo al Norte de la ciudad de Palermo. Pero como ya
apuntara Kromayer, y como apoyan Lazenby y Hoyos entre otros, es más probable
que se trate del Monte Castellaccio, situado a unos 8 Km. al Noroeste de la
misma ciudad.
La cima del Monte Pellegrino es demasiado pequeña para lo
que dice Polibio, además existe el hecho de que es difícil identificar un
puerto cercano accesible desde esta posición. Por su parte, el Monte
Castellaccio se ajusta mejor a las dimensiones dadas por el historiador de
Megalópolis, pudiendo ser el puerto el de la actual Isola delle Femmine.
En cualquier caso, nada más fortificar la cima de la montaña
Amílcar decide realizar una nueva incursión en la costa italiana, esta vez en
Cumas. Hay que señalar que esta ciudad campana se encuentra a menos de 150 Km.
de la propia Roma, lo que nos hace ver no solo la audacia del general
cartaginés, sino también la incuestionable superioridad marítima con la que
contaba.
Ante tal golpeo incesante, los romanos se vieron obligados a
proteger mejor sus costas, con lo que se fundaron nuevas colonias ese mismo año
en Alsium (Ladispoli) y Fregenae (Fregene), justo al Norte de Ostia; y la colonia
latina de Brindisium en 244. Además, siguiendo el texto de Zonaras (8. 16’h),
los ciudadanos romanos aportaron naves para formar una pequeña escuadra con la
que azotar las costas de África, a cambio de recibir el botín que se
consiguiera; haciendo una importante incursión en Hippo Acra aquel mismo año.
Pero Hercte no sólo era un punto desde el cual incursionar
hacia Italia. Situado a medio camino entre Mesana y las dos ciudades asediadas
que aún conservaban los púnicos, era ideal para entorpecer las líneas de
comunicación romanas tanto por mar como por tierra. Desde las alturas de la
montaña podía vigilar el camino entre Panormos y Drepana, hostigando a
cualquier convoy que pasara por él; y con la superioridad marítima con la que
contaba podía detener y apoderarse de cada una de las flotas de suministro que
cruzaran aquellas aguas. Teniendo en cuenta que entre otoño y primavera
aquellos mares eran peligrosos, los romanos se verían en serias dificultades
para abastecer a los dos ejércitos consulares en Sicilia, penalidades que las
fuentes indican en más de una ocasión.
Todo ello hizo que los romanos desviaran tropas para vigilar
de cerca a los cartagineses, tomando posición frente a Panormos, a menos de un
kilómetro del campamento enemigo. Es probable que estas tropas fueran tomadas
de las que asediaban la ciudad de Drepano, que era la posición más cercana
donde se encontraba un ejército consular. Aunque igualmente es posible que se
desviaran también desde Lilibeo. En cualquier caso es muy poco probable que
fueran enviadas nuevas tropas desde Roma.
No parece, como apuntan algunos historiadores, que la
intención de Amílcar fuera retomar Panormos. Primero porque las fuentes no
registran ningún movimiento hostil hacia la ciudad. Su única posibilidad
hubiera sido tomar la plaza por sorpresa, con lo cual perder tiempo en
fortificarse y luego navegar hasta Cumas carece de sentido; o por traición,
algo que leyendo a Polibio parece descartarse al decir “Amílcar asumió el riesgo de establecerse allí, ya que no tenía el
apoyo de los pueblos cercanos […]”. Y desde luego tomar la ciudad por
hambre era un imposible táctico dado el reducido número de sus hombres.
Establecidos los romanos cerca del campamento de Amílcar,
las escaramuzas se sucedieron tal y como nos apunta Polibio:
“y luego, después de
que los romanos habían tomado una posición en tierra frente a la ciudad de
Panormos y a una distancia de alrededor de cinco estados de su propio
campamento, les acosa durante casi tres años con constantes y astutos ataques
por tierra. Estos combates soy incapaz de describir con detalle aquí.”
(Polibio I, 56, 11)
Como vemos, los datos son muy vagos. Pero con la ayuda de
los fragmentos de las fuentes podemos reconstruir la situación de forma algo
más detallada. Posteriormente (I, 57’1-8), el mismo Polibio nos da las razones
por las cuales Amílcar no consiguió ningún éxito decisivo en aquellas
escaramuzas: los campamentos estaban demasiado cerca, por lo que si alguno de
los bandos sacaba ventaja en los combates, el otro se retiraba rápidamente sin
sufrir graves daños; así mismo, los campamentos estaban bien fortificados y era
muy difícil asaltarlos; y por último, el número de hombres era muy similar. A
estos motivos me atrevo a añadir el hecho de que Amílcar no podía arriesgarse a
sufrir grandes bajas y mucho menos a perder una batalla, ya que sus recursos
humanos eran escasos e irremplazables. Contando con las guarniciones en Drepana
y Lilibeo, Amílcar difícilmente superaba los 20.000 hombres, mientras que los
romanos contaban en suelo siciliano con 4 legiones, más sus respectivos aliados
itálicos, en total unos 42.000 hombres (sin contar los ingenieros y
trabajadores ocupados en los asedios).
Acciones de Amílcar entorno a Hercte. (clic para ampliar) |
Es deducible, dada la superioridad naval, que Amílcar
realizó más razias en territorio enemigo, aunque tan solo se nos dé un apunte
más de ellas. Es Diodoro Sículo (24.6’1-7’2) el que nos cuenta que, ya en 244
Amílcar ataca un fuerte llamado Italium, cerca de Longon, perteneciente a Catana.
Esta ciudad estaba en la órbita de influencia de Siracusa, que había podido
mantenerla tras el tratado de paz con Roma. Quizás pretendiera presionar a los
siracusanos para alejarlos de la alianza con Roma, aunque nos parece más
probable la explicación que describe Hoyos. La ciudad de Longon no ha podido
ser identificada, pero existió una Longane, llamada así por un río de nombre
similar, cerca de Milas y Mesina (río donde Hierón destrozó en 269 a los
mamertinos[1]).
Es posible que los mamertinos cedieran el fuerte a sus nuevos aliados romanos,
lo cual lo convertiría en un objetivo para Amílcar dada su estrategia de acoso
a la línea de suministros romana. Además, el nombre Italion se ajustaría a los
ocupantes mamertinos, ya que originariamente procedían de Italia. Quizás el
situar este fuerte cerca de Catana no sea más que un error del copista de
Diodoro, al confundir Catana con Mesana.
Por otro lado, Aníbal Barca nació en 247 (Polibio II, 1’6;
Nepote 23. 2’3; Livio XXI, 1’4; Zonaras 8. 21’d) y sus hermanos Asdrúbal y
Magón pocos años después. Ya que es imposible que la mujer de Amílcar lo
acompañara en este tipo de guerra que llevaba a cabo, es obvio pensar que el
general cartaginés visitó la metrópolis en más de una ocasión a lo largo de
estos años, quizás con la misión de detener las pequeñas incursiones romanas en
la costa Norte de África.
Actual ciudad de Trapani (antigua Drepana) dominada por el monte Erice. |
ERICE
Tras tres años de escaramuzas en torno a Panormos y de
incursiones por la costa de Sicilia e Italia, una noche Amílcar decidió embarcar
a sus hombres y trasladarse a Erice[2].
“Es Erice un monte
inmediato al mar de Sicilia, en la costa que mira a Italia, entre Drepana y
Panormus, pero más inaccesible por el lado que confina con Drepana. Es la más
alta montaña sin comparación de todas las de Sicilia, a excepción de Etna. En
su cumbre, que es llana, está situado el templo de Venus Ericina, el cual sin
discusión alguna es el más famoso en riquezas y de más magnificencia de cuantos
tiene la isla. Bajo esta cima se asienta la ciudad, a la que se sube de todas
partes por un largo y escabroso camino.” (Polibio I, 55’7-10)
Amílcar y su ejército realizaron una marcha forzada
escalando los 5 Km. que separan la actual Cala Bonagia, lugar del desembarco,
para atacar a la guarnición romana que se hallaba en el pueblo, al que logran
derrotar matándolos a todos[3].
Sin embargo los que se encontraban en el santuario[4]
logran repeler los ataques púnicos, haciendo incómoda la posición de Amílcar,
atrapado entre aquella guarnición y el ejército consular situado en el valle.
Aunque muchos historiadores se han lanzado a criticar la torpeza de Amílcar en
abandonar su fácilmente defendible posición en Hercte, tan sólo para quedar
atrapado en lo alto de una montaña, pienso que de haber sido tan acuciante su
situación no hubiera logrado resistir durante los dos años que la mantuvo. Sin
una flota romana de importancia, Amílcar podía ser abastecido sin problemas
desde el mar; y el mero hecho de estar en Erice durante dos años demuestra que
era la mejor opción que barajaba. Prueba de la facilidad con la que podía
moverse desde la cima a la costa es que la población entera del pueblo de Erice
fue embarcada y trasladada a Drepana[5].
De todos modos ¿por qué abandonó Hercte, posición que tan
buenos resultados le había dado? Es posible que los romanos estuvieran
presionando con mayor fuerza sobre Drepana y así Amílcar se viera obligado a
ofrecer un apoyo más cercano a la ciudad. Y Hoyos también apunta un posible
motivo en la reducción de su ejército debido a las bajas que imposibilitaría la
defensa de Hercte y las incursiones en suelo enemigo al mismo tiempo.
Es curioso que a partir de 244 no se mencione ninguna otra
operación de la flota púnica. ¿Es posible que fuera retirada en esta fecha y
eso fuera la razón por la que Amílcar decidió desplazarse a Erice? Como las
fuentes indican, cuando la flota cartaginesa fue refletada en 241, esta carecía
de remeros entrenados, prueba más que suficiente para afirmar que en algún
momento entre 244 y ese mismo año la flota había sido llevada de vuelta a
Cartago. Mantener una flota era algo realmente caro, teniendo que pagar remeros
y marineros, además del coste de los trabajos de carenado y demás
mantenimientos.
Que Cartago enviara una embajada a Ptolomeo II en busca de
un préstamo de 2.000 talentos, el cual el rey lágida rechazó dar[6];
y los motines de los mercenarios en 247 y sobre todo los que realizaron una vez finalizada la
guerra, son una evidencia imposible de eludir que dan a conocer la realidad
económica de la metrópolis púnica. Es posible también que los avances de Hannón
“el Grande” en sus conquistas africanas hiciera que se desviaran más recursos
allí, viendo el senado cartaginés lo beneficioso de aquella guerra en contraste
con la mantenida contra Roma, dejando a Amílcar sin la posibilidad de continuar
una guerra de guerrillas tan activa como la que había ejercido hasta aquel
momento[7].
Quizás Amílcar calculara que Hercte era un punto demasiado
alejado de sus bases de abastecimiento como para poder mantenerlo sin una flota
numerosa. En ese caso se vio obligado a un repliegue, pues ¿cuáles eran sus
opciones? El haberse guarnecido en Drepana lo hubiera obligado a perder la
iniciativa, echando al traste su estrategia, y verse sin la posibilidad de
obtener una paz honrosa; por otro lado, plantar batalla en campo abierto a los
romanos era un suicidio. Erice le ofrecía la posibilidad de hostigar a los
romanos que asediaban Drepana a la vez que podía abastecerse de forma
relativamente fácil y segura.
Acciones de Amílcar entorno a Erice y Drepana. (clic para amplicar) |
Al igual que antes, aquí las fuentes tampoco dan una
narración extensa de los hechos, a parte de la mención general de que la lucha
duró dos años, tan sólo se mencionan tres situaciones concretas.
En una de ellas Diodoro[8]
nos relata que Vodostar (seguramente Bostar) desobedece las órdenes de Amílcar
de no saquear. Como consecuencia perdió muchos hombres y el resto solo pudo ser
salvado gracias a la intervención de Amílcar comandando una escuadra de 200
jinetes. Esta acción parece ser que se dio en 243 o principios de 242, ya que
el cónsul al mando del ejército romano era C. Fundanio. Haciendo una
reconstrucción de los hechos (teniendo en cuenta lo que sucedió después),
podríamos afirmar que Amílcar repelió un ataque desde la llanura, y el oficial
Bostar, desobedeciendo la orden de mantener la posición, emprendería junto con
sus hombres una persecución de los romanos que huirían colina abajo. Una vez
llegados al llano, los romanos se recompondrían o serían apoyados por tropas de
refresco, infligiendo a los cartagineses serias pérdidas.
Acto seguido, el cónsul Fundanio rechazó con arrogancia la
solicitud de Amílcar de una tregua para recobrar a los muertos, diciendo que
sería mejor que pidiera una tregua para salvar a los vivos. Sin embargo, las
tornas se cambiarían poco después, cuando el mismo cónsul sufrió muchas bajas
en otro ataque y fue él el que solicitó la tregua. Amílcar, con ingenio,
respondió que estaba en guerra con los vivos, pero había llegado a un acuerdo
con los muertos, accediendo a la petición.
El tercer suceso se trata de la traición de un grupo de
galos mercenarios[9].
En número de 3.000 habían servido de guarnición en Agrigento, donde ya habían
causado problemas al producir saqueos por problemas de pago. Ahora, unos 1.000
de ellos trataron de traicionar a Amílcar y entregar Erice a los romanos, pero
siendo su plan descubierto desertaron al enemigo, siendo puestos como
guarnición del templo de Venus, al cual, para variar, saquearon[10].
Combate naval entre romanos y cartagineses. |
EL FINAL DE LA GUERRA
La situación de la guerra seguía en un punto muerto, Roma
era incapaz de tomar las dos últimas ciudades púnicas en Sicilia por culpa de el hostigamiento de Amílcar y Cartago no
podía romper los asedios por falta de recursos.
Finalmente fue Roma la que se decidió a romper este
estancamiento. En 243 el Senado resolvió que se debía construir una nueva
flota. A pesar de que las arcas del Estado estaban vacías, la voluntad romana
no tenía fin, y se instó a que ciudadanos por separado o en grupos de dos o
tres pagaran la construcción y equipamiento de un quinquerreme[11].
El coste sería reembolsado si finalmente la guerra se resolvía de forma
favorable, y así 200[12]
naves fueron fletadas siguiendo el modelo del barco de Aníbal el Rodio,
capturado en Lilibeo en 250[13].
La numerosa flota sería comandada por el cónsul Lutacio
Cátulo y el pretor urbano Quinto Valerio Falto, saliendo de Ostia al inicio del
año consular, primavera-verano de 242.
Ahora, sin la oposición de la flota cartaginesa, la romana
logró hacerse con el puerto de Drepano y los fondeaderos de Lilibeo. Diodoro
(59.9’12) sugiere que los romanos anclaron en el puerto de los ericinos, lo
cual parece ser el puerto que Amílcar usaba para abastecerse. Este movimiento
inesperado por los cartagineses había puesto en grave peligro no sólo a Amílcar
y su ejército, sino también a las ciudades de Drepano y Lilibeo, que dejarían
de poder abastecerse por mar y estando acosadas por asedios que duraban ya 7 y
9 años respectivamente.
Nada más llegar las noticias a África, Cartago trató de
preparar una flota y suministros para enviarlos a Sicilia, que sin embargo
tardaron ocho o nueve meses en estar listos. Puesto que, como apunta Lazenby,
para 249 contaban con entre 170 y 200 navíos, capturando además 93 romanos en
Drepana y algunos más poco después en una misión de Cartalón, es imposible que
tanto tiempo fuera invertido en la construcción de nuevos barcos. La
explicación puede estar en la búsqueda de tripulación para la flota. Si tenían
250 navíos como dice Polibio, harían falta nada más y nada menos que 75.000
remeros, a los que habría que sumar los infantes de marina.
El relato de las fuentes clásicas sugiere esta idea, pues
nos cuentan que la intención de Hannón (no el apodado “el Grande”[14]),
el almirante de la flota, era descargar los suministros en Erice y allí
embarcar a Amílcar y a los mejores de sus hombres. Hay que recordar que de
llevar tan sólo 40 infantes por navío, harían falta un total de 10.000 para
armar la flota entera, algo que, si la campaña de Hannón “el Grande” en Numidia
seguía en curso, serían difíciles de encontrar.
Durante todo ese tiempo, el cónsul Lutacio, previendo que
tarde o temprano Cartago enviaría una flota, impuso un riguroso entrenamiento a
sus hombres, que salían a bogar y realizar maniobras cada día. Y así, cuando un
día de marzo de 241, llegaron informes de que la flota púnica había anclado en
la más occidental de las islas del archipiélago de las Egusas, conocida como
“Isla Sagrada”, la escuadra romana estaba preparada para hacerles frente, con
tripulaciones más entrenadas y experimentadas.
Sin entrar en los detalles de la batalla naval que siguió
(no es el objeto de este trabajo), la victoria romana fue aplastante. Lutacio
se adelantó a los movimientos púnicos y el 10 de marzo (según Eutropio 11) les
hizo frente, haciéndoles perder 120 navíos de los cuales 50 fueron hundidos y
70 capturados con 10.000 prisioneros, según Polibio; y 117 según Diodoro, de
los cuales 20 serían hundidos, siendo capturados 6.000 cartagineses (según
datos de Filino o 4.040 según otras fuentes).
Siguiendo las cifras de Polibio, las cuales considero más
fiables, vemos como por cada navío capturado solo se apresan a 140 hombres.
Teniendo en cuenta que para un quinquerreme lo normal, al menos en la flota
romana, eran 300 remeros y 40 infantes de marina, se observa que los navíos
púnicos estaban escasamente tripulados, aún teniendo en cuenta que se
produjeran bajas. Esto refuerza la hipótesis anterior de la problemática y
tardanza en zarpar de la flota de Cartago, y la necesidad de llegar a Erice
antes de enfrentarse a los romanos.
Las pérdidas romanas también fueron considerables teniendo
en cuenta que ganaron la batalla: Polibio no da datos, pero Diodoro afirma que
perdieron 30 navíos y otros 50 sufrieron daños. Estas parecen bajas muy altas
comparadas con las de otras batallas de la misma guerra[15],
lo cual se puede interpretar (apoyado además por el escaso número de navíos púnicos capturados) como un cambio en la táctica romana, pasando del
abordaje a espolonear al enemigo, y de ahí, que el reducido número de infantes
de marina cartagineses no supusiera un hándicap aún mayor.
El resto de la flota púnica puso rumbo de regreso a Cartago,
mientras que Lutacio se dirigió a Lilibeo para recuperarse y continuar con el
asedio de la plaza.
Cartago carecía de recursos para armar una nueva flota,
dejando el dominio del mar a Roma, lo que se traducía en abandonar al ejército
de Amílcar y a las ciudades de Drepana y Lilibeo. Así pues, Cartago se vio
obligada a pedir la paz y entregó a Amílcar plenos poderes para negociarla con
los romanos.
Mapa resumen de los últimos años del conflicto, tiempo en el que Amílcar fue protagonista. (clic para ampliar) |
Aún en la derrota Amílcar mostró una gran astucia. Usó al
comandante de la guarnición de Lilibeo, Gesco, como intermediario con Lutacio,
seguramente para tratar de mostrarse contrario a la paz y poder negociar en
mejores condiciones[16].
Los hombres de Amílcar abandonarían Sicilia como ejército, con las armas y el
honor intactos. Y quizás también para retrasar todo lo posible las
negociaciones, lo cual, teniendo en cuenta que el mandato de Lutacio estaba a
punto de expirar, era otro punto a favor para los púnicos, ya que este tendría
una prisa extra por alcanzar el honor de ser él el que pusiera fin a la
duradera guerra[17].
Aún así las condiciones de paz impuestas por Roma fueron
duras, dado que no se encontraban negociando en términos de igualdad:
-Los cartagineses evacuarían toda Sicilia.
-Ninguna de las dos partes haría la guerra contra los
aliados de la otra, ni trataría de cambiar la lealtad de aquellos aliándose de
manera directa con ellos o llevando a cabo injerencias en sus asuntos internos.
No podrían reclutar soldados o conseguir dinero para la construcción de
edificios públicos en el territorio de la otra parte.
-Los cartagineses tendrían que liberar a todos los
prisioneros romanos sin recibir indemnización por ellos, mientras que deberían
pagar un rescate por los propios.
-Los cartagineses deberían pagar una indemnización al Estado
romano de dos mil doscientos talentos eubeos durante un periodo de veinte años.
Ya que un cónsul no tenía la autoridad para firmar un
acuerdo de paz, estando esto en manos en los Comicios Centuriados, Lutacio
Cátulo envió las condiciones a Roma para su aprobación. Allí se estimó que
estas eran demasiado indulgentes con los derrotados y se envió una comisión
senatorial para modificarlas. Finalmente se incrementó a tres mil doscientos
talentos la indemnización, de los cuales mil se deberían pagar de inmediato y
el resto en diez años en lugar de veinte. Esto es prueba de la prisa que tenía
el Estado romano por devolver el préstamo para la construcción de la última
armada. Por otro lado, se añadió otra pequeña cláusula consistente en que
además de Sicilia, los cartagineses deberían abandonar todas las pequeñas islas
entre Sicilia e Italia[18].
Estas islas se resumen en dos archipiélagos, el de las Eolias, cuya isla y
ciudad más importante era Lipara; y las propias Egadas. Las primeras ya estaban
en posesión romana desde 251, mientras que las otras tenían poca importancia
para Cartago sin ninguna posesión en Sicilia. Así pues, esto no alteraba de
forma dramática la primera propuesta de paz y Amílcar la aceptó.
Amílcar transfirió sus fuerzas de Erice a Lilibeo y allí renunció
al mando a favor de Gesco, que tomó medidas inteligentes para enviar las tropas
a África. A sumar a los problemas económicos con los que contaba ya Cartago,
había que añadir los 1.000 talentos de indemnización a los romanos, con lo que
las arcas púnicas se preveían vacías. Así pues, Gesco embarcó a los mercenarios
en intervalos para que los cartagineses pudieran pagarles según iban llegando y
enviarlos a sus países.
Según Polibio (I, 67’7) había iberos, celtas, algunos
ligures, algunos baleares, un buen número de mestizos griegos, en su mayoría
desertores y esclavos, pero la mayor parte eran libios. En total más de 20.000
(Polibio I, 67’13).
Pero en Cartago no fueron tan prudentes como sus generales,
alargando el momento del pago y acantonándolos a todos en Sicca, donde
finalmente Hannón les pidió que renunciaran a parte de su salario, ya que
Cartago estaba agotada. Todo esto enfureció a los mercenarios que marcharon
contra la metrópolis, comenzando así la Guerra de los Mercenarios, donde
Amílcar, nuevamente, tuvo un papel destacado que analizaremos en el próximo
trabajo.
Amílcar Barca había finalizado la guerra sin haber sido
derrotado y mostrando la eficacia de su estrategia tanto en cuanto las
circunstancias con las que se encontró en su entrada al conflicto y los
recursos de Cartago se lo permitieron. El apodo con el que pasó a la historia,
“el Rayo”, es muestra de su actuación en la guerra contra Roma, golpeando al
enemigo en rápidas incursiones. Demostró ser un general que supo medir con prudencia
las posibilidades que tenía, haciendo un uso inteligente de sus fuerzas, pero
que se mostró audaz y firme cuando la ocasión lo requiso.
Autor: Alejandro
Ronda
BLIBLIOGRAFÍA:
Fuentes antiguas (en orden de importancia):
- Polibio de Megalópolis: Historia universal bajo la República Romana.
- Diodoro Sículo: Biblioteca histórica.
- Zonaras: Epítome.
- Cornelio Nepote: Sobre los hombres ilustres.
- Paulo Orosio: Historiae adversus paganus.
- Dion Cassio: Historia de Roma.
- Tito Livio: La Historia de Roma.
- Eutropio: Abreviación de la historia romana.
Fuentes modernas:
- Jaime Gómez de Caso Zuriaga; Amilcar Barca, Táctico y Estratega. Una valoración.
- Jaime Gómez de Caso Zuriaga; Amílcar Barca y el Fracaso Militar Cartaginés en la Última Fase de la Primera Guerra Púnica.
- J. Francis Lazenby; The First Punic War.
- Thomas Arnold; From Gaulish invasión to the end of the First Punic War.
- Nigel Bagnall; The Punic Wars: Rome, Carthage and the Struggle for the Mediterranean.
- Nic Fields; Carthaginian Warrior.
- Dexter Hoyos; Hannibal’s Dinasty.
- Adrian Goldsworthy; La caída de Cartago: Las Guerras Púnicas, 265-146 a.C.
[1]
Polibio I, 9’6-8 y Diodoro 22, 13’2-8.
[2]
Actual monte San Giuliano, al NE de Drepana.
[3]
Diodoro (24, 8’1).
[4]
Santuario de Astarté para los púnicos, Afrodita para los griegos y Venus para
los romanos.
[5]
En Diodoro (23, 9’4) leemos que los habitantes de Erice ya habían sido
desplazados a Drepana en 259. Quizás volvieran algún tiempo después, antes de
que el pueblo fuera capturado por sorpresa por L. Junio en 249.
[6]
Apiano 1.
[7]
En algún momento entre 247 y 241, Hannón conquistó la importante ciudad de
Hecantompylos, también conocida como Theveste. Actual Tebessa.
[8]
24, 9’1.
[9]
Polibio I, 77’5 y II, 7’8-9; y Zonaras 8, 16’g-h.
[10]
Posteriormente, los 800 galos que aún quedaban del grupo de 1.000, fueron
expulsados de Italia en cuanto terminó la guerra, siendo contratados por la
ciudad epirota de Phoinike, a la cual traicionaron desertando a los ilirios.
Los otros 2.000, con su comandante Autaritos, fueron llevados a África donde se
unieron al motín de los mercenarios.
[11]
Polibio I, 59’7.
[12]
300 naves de guerra y 700 transportes según Diodoro (24, 11’1).
[13]
Este era un modelo más ligero y rápido que los que los romanos habían
construido hasta entonces. Eliminado el corvus, tal vez por ser causa de
inestabilidad en los navíos, y en última instancia de los desastres que
azotaron a las últimas flotas romanas hundidas bajo tormentas, los romanos
confiaban ahora en una tipo de batalla naval más enfocado a la embestida y
repliegue, en lugar de en los abordajes.
[14]
Tampoco parece probable que fuera el Hannón que estuvo al mando de las
operaciones en Agrigento y Ecnomo, dado el castigo cartaginés a los generales
derrotados.
[15]
En Ecnomo, por ejemplo, los romanos tan sólo perdieron 24 navíos (Polibio I,
28’14).
[16]
Según Nepote (1, 5) y Diodoro (24, 13’1) Amílcar se negó a rendir las armas y
entregar a los desertores.
[17]
Lutacio y Falto celebraron un triunfo por su victoria en las Islas Egadas el 4
y 6 de Octubre, respectivamente.
[18]
Polibio I, 62’1-9 y III, 27’2-6. Y una versión ligeramente diferente en Zonaras
8, 27.
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