En este artículo pretendemos analizar la evolución táctica de los ejércitos cartagineses en los campos de batalla terrestres durante los dos últimos siglos de su historia, así como las distintas tropas que los compusieron. Por tanto, no estudiaremos los enfrentamientos navales ni los asedios, aspectos en los que, por otra parte, Cartago destacó enormemente.
Demasiadas
veces se ha descrito a Cartago como una ciudad comercial, poco interesada en
los asuntos militares y que en todo caso su poder era esencialmente naval. Pero
lo cierto es que la urbe púnica era tan agresiva como cualquier otra ciudad
Estado de la época.
Durante
los primeros tiempos de la ciudad, los ejércitos de Cartago se formaban como
una milicia ciudadana de tipo político que combatía en orden cerrado. Sin
embargo, su número nunca fue muy grande, lo cual es extraño para una ciudad del
tamaño de Cartago. La razón descansa en lo poco numerosa que era la clase de
pequeños agricultores que trabajaban las tierras fuera de la ciudad y que
formaban la mayoría de la infantería romana o griega. En cambio, la mayoría de
las tierras estaban organizadas en grandes latifundios en manos de la nobleza y
trabajada por súbditos libios. Es a partir de las reformas de Magón, en el
Siglo V a.C., cuando empieza a tener importancia la figura del mercenario, que,
en cualquier caso, no desplazó a la tropa ciudadana hasta mediados del Siglo IV
a.C.
Para
la época de nuestro trabajo, los ejércitos estaban dirigidos por generales en el
sentido estricto de la palabra, sin que ejercieran ninguna función política, lo
cual era extremadamente inusual en el Mundo Antiguo, cuando no único. Si bien
esto no siempre había sido así: en 409 a.C. Amílcar es sufete[1]
y fue a la guerra contra Siracusa, al igual que en 397 a.C. cuando, esta vez,
un tal Himilcón, sufete también, luchó contra Dionisio I[2].
Eran probablemente elegidos por el Senado, aunque debían ser ratificados por la
asamblea popular y en principio no tenían un tiempo límite en su mando, sino
que permanecían hasta terminar la guerra, muriera o cosecharan un fracaso tal
que se decidiera sustituirlos. Incluso, un general derrotado podía ser
ejecutado, pero son más frecuentes las referencias de que eran retirados del
mando o multados. Aunque, evidentemente, la suerte que corriera dependía en
gran medida del poder que tuviera su familia y los contactos en el Senado. En
todo caso, no podemos olvidar que en otras ciudades se seguía esta misma
práctica[3].
Este
sistema, con una palpable división de poderes y un mando a priori vitalicio de
los ejércitos tenía sus desventajas, y es que los generales, como los
ejércitos, eran considerados empleados con un trabajo que hacer y había
tendencia a dejarlos con sus propios propósitos y no eran apoyados con decisión.
Quizás esto cambiara tras el primer choque con Roma ya que en la Segunda Guerra
Púnica, más que nunca antes, asistimos al continuo envío de tropas, generales y
dinero a todos los teatros de operaciones.
Por
otro lado, esta extraña práctica parece más una solución al creciente número de
mercenarios en los ejércitos, ya que el mercenario, sobre todo el bárbaro,
“firmaba” su servicio de forma personal y no con un ente tan abstracto como un
Estado. Lo cierto es que apenas se conocen intentos de asaltar el poder por la
fuerza, por lo que parece improbable que esta fuera la causa[4];
y quizás, las largas campañas en tierras lejanas como Cerdeña y Sicilia
influyeran también en esta separación, al alejar al magistrado de sus
obligaciones en la ciudad durante demasiado tiempo.
Esta
profesionalización de los generales se extendía también al estado mayor y oficiales,
que solían ser ciudadanos cartagineses o libiofenicios. Sin embargo, las tropas
mercenarias eran mandadas en el campo por oficiales subalternos de su propia
nacionalidad.
Tal
y como indica Diodoro[5],
al menos desde finales del Siglo V a.C., además de los ciudadanos, se podía
distinguir varios tipos de tropas diferentes según su estatus.
En
primer lugar tenemos a los súbditos de Cartago obligados a aportar contingentes
(y también tributo[6]). En su
mayoría formaban parte de los pueblos que Polibio denominaba “libios”,
“africanos” para Livio, siendo durante mucho tiempo la columna vertebral de los
ejércitos púnicos, siendo las tropas más seguras y disciplinadas. Cuando
Cartago extendió su dominio por la Península Ibérica, pueblos como los
turdetanos también podrían hallarse bajo este estatus.
En
segundo lugar tendríamos a los cuerpos militares aliados, que en algunos casos
estarían en situación de cierta dependencia. Aquí nos encontramos
principalmente con los númidas, que aportaban una excelente caballería y que
solían ser dirigidos por sus propios príncipes, cuyas casas tenían excelentes
relaciones con los nobles púnicos[7].
Por
último, Cartago se nutrió con contingentes mercenarios, reclutados en grupos
negociando con su caudillo o de forma individual. En general los grupos
tribales eran de elevada calidad pero escasa disciplina. Su número fue en
aumento a lo largo de la historia cartaginesa: apenas unos 2.000 en Himera (311
a.C.), un puñado de miles en Agrigento (261 a.C.) y quizás unos 8-10.000 a las
órdenes de Amílcar Barca (247-241 a.C.). Estas fuerzas eran extremadamente
diversas, procedentes de la mayoría de naciones del Oeste mediterráneo: iberos,
celtíberos, baleares, galos, ligures, griegos… también sardos y campanos habían
luchado bajo la bandera cartaginesa, pero para el periodo de este trabajo no
son mencionados por las fuentes.
Reclutamiento de mercenarios baleares |
Es
difícil comprender el papel de las ciudades fenicias en cuanto a su aporte
militar, pues en muy contados casos aparecen mencionadas tropas o personajes de
este origen. Es posible que los autores los confundieran o los integraran a los
cuerpos ciudadanos o libios, pero en cualquier caso su número no debió ser muy extenso.
La
población del “imperio” cartaginés era enorme, tanto o más incluso que la
confederación romana, sin embargo, la enormemente jerarquizada estructura de
poder y el desigual reparto de tierras y riqueza hacían que no pudiera
aprovechar sus recursos humanos para la guerra. Además, Cartago siempre fue
enormemente reticente a la hora de extender la ciudadanía, lo cual era una
piedra más en el camino.
En
conclusión, los mandos púnicos podían contar con buenos contingentes de
infantería y caballería (la cual podía suponer un 10-25% del total, una
proporción mucho mayor a la de sus enemigos griegos y romanos y suficiente para
sacar ventaja), pero tenían gran dificultad para coordinarlos debido a la
disparidad de elementos. A su vez, las órdenes se transmitirían de forma lenta
debido a tener que traducirlas al idioma de la tropa en cuestión. Por este
motivo, cuanto mayor tiempo estaban al mando de un mismo general, más
eficientes tendían a volverse, pues se acostumbraban a operar de manera
conjunta y el comandante y sus oficiales se familiarizaban unos con otros.
Cartago
tardaba relativamente poco en reclutar un ejército, pero si en hacerlo eficaz.
Es por esto que un ejército veterano era algo muy preciado y los generales
púnicos solían ser menos agresivos que sus oponentes.
Representación de la batalla de Crimiso. Los cartagineses, vencidos, son empujados al río, donde muchos perecen. |
Al
igual que el resto de poleis del ámbito mediterráneo, a lo largo del Siglo IV
a.C. el ejército cartaginés se componía de una milicia ciudadana de tipo
político. Pese a las reformas de Magón en el Siglo anterior, desde las cuales
se había ido introduciendo un número creciente de mercenarios, el cuerpo
central del ejército lo seguían constituyendo los ciudadanos cartagineses, tal
y como se puede apreciar en la batalla de Crimiso (341 a.C.), en la que se
puede conjeturar que lucharon en número de 10.000[8],
número llamativamente pequeño teniendo en cuenta el tamaño de la ciudad. Y es
que Cartago contaba con gran riqueza, pero esta estaba enormemente mal
repartida, no solo carecía de un extenso cuerpo ciudadano con tierras, base en
los ejércitos griegos y romanos, sino que la urbe era muy reacia a extender la
ciudadanía. Estos luchaban en orden cerrado y con un armamento similar al del
hoplita griego, aunque con lanzas más cortas[9].
Entre la tropa ciudadana destacaba el Batallón Sagrado, en número de 2.500
según Diodoro[10], compuesto
por hombres procedentes de “las filas de
ciudadanos que se distinguen por su valor y reputación, así como por la riqueza”.
Sin embargo, a pesar de su prestigio y de su buen papel combativo, no son
nombrados más tras Tunis (310 a.C.). Fueron descritos con yelmos de bronce;
corazas de hierro, probablemente de escamas o laminares, aunque las de lino
también serían muy usadas; y escudos grandes y redondos, pintados de color
blanco. Además de esto, y la lanza, contaban con una espada corta y recta, de
unos 65 cm. de largo, o de tipo griego como el kopis, de hoja curva, tal y como
se muestra en el relieve de Kbor Klib[11].
Se
contrataba un número reducido de mercenarios procedentes de Iberia, Galia y
Liguria, 1.000 en 311 a.C., y aportaban ante todo tropas ligeras con un papel
poco importante. Mención especial merecen los ya afamados honderos baleares,
que tuvieron un papel vital en la victoria sobre Agatocles en Himera (311
a.C.). Los baleares eran famosos por ser instruidos en el manejo de la honda
desde niños. No usaban ningún tipo de protección, tan sólo cubriéndose con
túnicas ribeteadas (seguramente dadas por los cartagineses como pago por sus
servicios). De hecho, muchos iban descalzos. Según Estrabón llevaban tres
hondas para lanzar proyectiles de distinto peso y a distancia variable,
teniendo las de más longitud un mayor alcance que los arcos. Según Diodoro,
incluso podían lanzar proyectiles de una mina de peso (436 gr.), que aunque
parece exagerado, nos da una idea de su potencia de fuego. La honda tenía otras
ventajas sobre el arco y es que sus proyectiles, a diferencia de las flechas,
no se veían en su trayectoria, haciendo más difícil cubrirse de ellos, a parte
de que las heridas que producían podían llegar a ser mucho más graves. Es por
todo esto que los honderos baleares fueron tropas muy cotizadas y durante
Siglos se mantuvieron inalteradas en su escasa panoplia, siendo reclutadas por
Cartago en importantes números (1.000 en Himera, 311 a.C.; en 218 a.C. 870 son
enviados a África, mientras que 500 quedan con Asdrúbal en Iberia; quizás unos
2.000 en la expedición de Magón a Italia en 205 a.C.).
Honderos baleares. |
Hemos
de destacar el mal uso que hacían de la caballería, con la que, sin embargo,
contaban en gran número respecto a sus enemigos. No parece que hicieran tareas
de reconocimiento, como puede apreciarse en Crimiso, ni de patrulla para atacar
a los forrajeadores enemigos, pues no es nombrada en los sucesos previos a la
batalla de Himera, quizás debido a la naturaleza noble de sus integrantes que
verían con malos ojos unas tareas tan sacrificadas y carentes de gloria. Tan
sólo la caballería númida tiene un papel que pudiera destacarse en estos
aspectos, cuando en 309 a.C. se dedicaron a hostigar el avance del ejército de
Agatocles por Libia. En batalla normalmente se colocaba delante de la
infantería para abrir la batalla (Tunis 310 a.C.) junto a un buen número de
carros (unos 300 en Crimiso y 2.000 en Tunis), arma exótica de tradición fenicia
de época asiria y ya en desuso en los ejércitos de oriente; tremendamente
efectiva contra tropas bisoñas y no bien organizadas, con un papel aceptable
contra la caballería pesada, como pudo verse en Crimiso, cuando protegen el
despliegue de la infantería ante el ataque de los jinetes siracusanos; y
totalmente ineficaces contra una infantería bien dispuesta, como ocurre en la
propia Crimiso; y en Tunis donde no solo son derrotados, sino que en su huida
crean un tremendo caos en sus propias filas, hecho crucial en el desarrollo de
la batalla que terminaría en derrota aplastante. Este hecho marcará el final de
su uso, pues ya no vuelven a ser mencionados en ningún conflicto posterior.
Un
cambio tremendamente significativo tras la derrota en Crimiso fue que se
decidió no enviar más tropas ciudadanas fuera de África[12],
con lo que el papel de los aliados, mercenarios y pueblos subordinados creció
enormemente. Pese a esto, aún podemos ver años más tarde en Himera a “dos mil soldados ciudadanos, entre los que
se encontraban muchos nobles”[13],
quizás el Batallón Sagrado.
Infante libio. |
Jantipo arengando a las tropas cartaginesas antes de la batalla de los Llanos de Bagradas. |
Con
el estallido de la primera guerra entre Roma y Cartago asistimos a un cambio
táctico fundamental con la introducción de elefantes de guerra. La primera
aparición en las fuentes se da en la batalla de Agrigento (262 a.C.), en número
de 60, aunque parece que aún no sabían darle un buen uso. Su uso había sido
copiado del epirota Pirro, que los había traído consigo en su expedición a
Italia y, poco después, a Sicilia, para combatir a romanos primero y
cartagineses después. El rey epirota solía colocarlos en segunda línea, tal y
como hizo Hanón en Agrigento, pero aquel había contado con un número muy
inferior (menos de 20), y manejable, de elefantes, y los usaba para dar golpes
de efecto en el momento adecuado. Quizás los cartagineses trataron de hacer lo
mismo, inconscientes no solo del poder de carga con el que contaban sino además
de lo inestables que eran, sobre todo en un número tan elevado; o puede que no
confiaran en que estaban del todo entrenados para la batalla y no quisieran
arriesgarlos a las primeras de cambio. En cualquier caso cuando la primera
línea, compuesta por mercenarios, fue obligada a retirarse tras un duro combate
arrastraron a los paquidermos, que entraron en pánico y desorganizaron al resto
del ejército que huyó envuelto en caos.
Pero
en Cartago no se dejaron amilanar por este fracaso, conscientes del potencial
de este animal como arma. Como hemos dicho, en Agrigento (262 a.C.) estaban
presentes 60 elefantes, en los Llanos del Bagradas (255 a.C.) había 100 y nada
menos que 140 en Panormos (250 a.C.); y según Apiano, en Cartago se
construyeron establos con capacidad para 300 elefantes. Aunque la cifra parezca
exagerada, hemos de recordar que el entrenamiento de estos paquidermos podía
durar varios años, por lo que los cartagineses debían tener disposición de
ellos con mucha anterioridad.
El
general lacedemonio Jantipo fue el que mostró el camino a seguir a los
cartagineses en el uso de elefantes, colocándolos en vanguardia con el objetivo
de romper las primeras líneas romanas en Bagradas y, no menos importante,
impedir el tan importante y característico relevo de tropas durante la batalla.
Si bien en Panormos los cartagineses aprendieron lo vulnerables que podían ser
al ser usados para abrir las batallas si lo hacían de forma precipitada.
El
elefante de la selva (Loxodonta africana cyclotis) era una raza
autóctona de la zona de los bosques no muy lejanos de la ciudad, las laderas
del Atlas y de las costas del actual Marruecos. Tenía un peso que rondaba los
2-4.5 toneladas, una altura hasta la cruz de 2,15-2.5 m. y una velocidad de
hasta 16 km/h, siendo de un menor tamaño que el elefante indio[16].
Los elefantes eran conducidos por los mahouts, que aunque suelen ser
representados vistiendo solo una capa y un gorro, el sentido común nos indica
que esto no podía ser así. Si el mahout resultaba muerto, y seguramente la
mayoría de los proyectiles debían dirigirse hacia él, el elefante se volvería
incontrolable, arremetiendo contra todo lo que tuviera a su alrededor, fueran
tropas enemigas o propias. En cualquier caso, si esto ocurría, Asdrúbal Barca
en Metauro (207 a.C.) desarrolló la idea de que el mahout llevara consigo un
mazo y un cincel, que debía clavar en la base del cráneo si el animal se
descontrolaba.
Moneda cartaginesa que muestra un elefante de guerra conducido por un mahout. Claramente se aprecia que no carga con ninguna torre, lo cual, sin embargo, no es prueba de que no las usaran. |
No
hay seguridad sobre si los cartagineses montaban torres a lomos de los
elefantes, para colocar allí arqueros o lanzadores de jabalinas. Por un lado
tan solo hay dos autores que mencionen torres en los elefantes cartagineses,
Lucrecio y Juvenal, siendo estos de poca fiabilidad al respecto; y tampoco la
arqueología o la numismática[17]
pueden corroborarlo. Sin embargo, Pirro sí que contaba con torres sobre los
suyos, y aunque estos eran indios, de tamaño algo mayor, en el Egipto
Ptolemaico acostumbraban a hacerlo sobre elefantes de la selva (como se puede
ver en la batalla de Rafia, 217 a.C.) y el rey númida Juba, poseía elefantes de
la selva con torres en el 46 a.C.
Representación de un elefante cartaginés equipado con torre. |
Con
o sin torre, con su enorme fuerza y potencia el elefante era un arma en sí,
capaz de arrollar a todo cuanto se pusiera por delante, además del devastador
efecto psicológico que ejercían sobre la tropa enemiga. Y especialmente
efectivos eran contra la caballería, pues las monturas que no estaban
acostumbradas a su olor se negaban a acercarse a ellos.
Fue
también Jantipo el general que estableció los parámetros de entrenamiento y
disciplina a seguir en adelante. “Y una
vez que desplegó el ejército ante la ciudad y lo hizo formar, apenas comenzó a
mover sus secciones en buen orden y a ejecutar maniobras regulares, tanta
diferencia dejaba ver frente a la impericia de los generales anteriores, que el
común, prorrumpiendo en gritos, instaba a plantar batalla de inmediato”[18].
Esta cita de Polibio nos deja entrever varios asuntos. Por un lado la poca
preparación de las tropas ciudadanas cartaginesas, no por falta de cualidades
intrínsecas, sino por la falta de preparación por el hecho que ya no combatían
en guerras fuera de África y la creciente dependencia de mercenarios. Pero en
el 255 a.C. no hay tiempo ni a penas recursos para contratar soldados y libios
y númidas habían dejado de suministrar tropas casi por completo. Además vemos
también como el orden de marcha es fundamental para el modo de lucha púnico,
algo que solo cobra sentido si este es en orden cerrado, algo que por otra
parte el mismo Polibio remarca al describir a la tropa como falange. Un detalle
que nos hace intuir que los ciudadanos cartagineses luchaban en falange
hoplita, más allá de las constantes referencias de Polibio de que formaban en
falange, es que Jantipo colocó a sus mercenarios, seguramente thureoforoi, en
el ala derecha, protegiendo el lado más vulnerable de la rígida falange.
Relieve de Chemtou, en el que se muestra una panoplia típica hoplita, compuesta de coraza de lino y escudo argivo |
Vemos
preciso hacer un inciso para explicar cierto aspecto en el armamento del ciudadano
cartaginés que lleva pululando durante años: y es que se ha especulado mucho
sobre si estos pudieron armarse al estilo de una falange helenística de
piqueros. Jantipo, como griego y gran conocedor del arte de la guerra que era
debía conocer esta formación táctica que tantos éxitos les había dado a Filipo
II y Alejandro Magno hacía ya un Siglo. Pero lo cierto es que ni en la propia
Grecia la falange helenística había desplazado por completo al hoplita y muchas
ciudades, incluida la Esparta natal de Jantipo, no la habían adoptado. No fue
hasta las reformas de Cleómenes III (227-226 a.C.) cuando los lacedemonios
arman una tropa de periecos con picas asidas con las dos manos. Tampoco hay
evidencias arqueológicas ni en las fuentes que sugieran la introducción de la
falange helenística en Cartago para esta época, ni tampoco más adelante. Quizás
fuera el gran Peter Connolly el primero que lanzó esta idea, que sin embargo se
basaba en una mala traducción de Loeb, en la que entendía piqueros cuando
Polibio hablaba de longchai, una lanza corta y de hoja ancha que servía tanto
de acometida como para ser arrojada.
Tetradracma de Agatocles. Muestra a la diosa Niké con una armadura trofeo compuesta por coraza de lino, escudo argivo y casco cónico con carrilleras, seguramente de origen púnico |
En
cualquier caso, Cartago podía contar en África con distintos tipos de
caballería, pesada y ligera, encuadrados, de forma básica, según su
procedencia.
Jinete númida. |
Jinete cartaginés. |
Por
otro lado la propia nobleza cartaginesa y libiofenicia también aportaba un
pequeño contingente de caballería (1.000 en Tunis, 310 a.C.; unos 1.500 en
Bagradas, 240 a.C.; 450 libiofenicios en Dertosa, 215 a.C.). Basándonos en la
única representación que se ha hallado de jinetes púnicos, se puede decir que
estos estaban fuertemente armados, con un yelmo semiesférico con carrilleras,
de estilo asirio, escudo de unos 60 cm. de diámetro, una larga lanza de
acometida, espada y una valiosa capa. Aunque el torso del jinete aparece oculto
por el escudo pero es probable que también se protegieran por corazas, que
irían de escamas y laminares a lo largo del Siglo IV a.C. hasta que poco a poco
se irían imponiendo las musculadas y de lino. A diferencia de los númidas si
usaban bocado para manejar al caballo y aunque no usaban silla, según Silio
Itálico montaban sobre una manta, al igual que los griegos.
Al
igual que ocurría con la infantería libia, tampoco existe descripción alguna
sobre su caballería y es, nuevamente, al igual que con la caballería
cartaginesa, la arqueología la que arroja algo de luz. Según una figurilla de
terracota hallada en el Norte de África los jinetes libios disponían de una
coraza anatómica musculada, aunque las de lino también serían habituales,
incluso es probable que algunos llevaran túnicas de paño grueso como
protección; escudo circular con umbo y borde reforzado; y jabalinas pesadas,
quizás útiles tanto para ser arrojadas como para el cuerpo a cuerpo. Con toda
probabilidad contarían también con una espada y, aunque en la figurilla aparece
con la cabeza descubierta, luciendo un peinado dispuesto en capas de rizos al
estilo de los númidas, es probable que se protegieran con yelmo, pues tras el
escudo era la protección más esencial.
Así
pues, y siguiendo a varios autores[19],
llegados a este punto de la historia, los ejércitos púnicos cumplen gran
cantidad de requisitos para considerar que se ajustan al modelo helenístico.
Contaban con variedad y especialización de tropas, tendencia a la
profesionalización y empleo de mercenarios, hacían uso de caballería ligera y
pesada así como infantería de uso mixto, empleo de armas exóticas, complejidad
étnica de los ejércitos y profesionalización de los mandos, liderazgo carismático
en el campo de batalla, logística y pagos complejos, guarniciones permanentes
con mercenarios y poliorcética desarrollada.
Imagen de la batalla de Metauro. Se aprecia la enorme heterogeneidad del ejército púnico. |
Hacia
el final de la Primera Guerra Púnica emergió la figura del que, para Polibio,
fue el mejor general de todo el conflicto: Amílcar Barca. Aunque planteó una
estrategia mucho más agresiva que sus predecesores en el mando, su inferioridad
en recursos y en cantidad y calidad de infantería hizo que no se atreviera a
plantar batalla en campo abierto, sino que se dedicó a realizar incursiones,
acosar las líneas de suministro y a sostener frecuentes escaramuzas contra las
tropas consulares. Contaba con tropas adaptadas a este tipo de guerra, como
eran sus mercenarios iberos, celtas, ligures y, sobre todo, baleares, pero
siendo, en teoría, el núcleo del ejército los hoplitas libios, aproximadamente
la mitad de sus tropas, que basaban su fuerza en el choque cerrado, ¿cómo pudo
sostener durante seis años este tipo de enfrentamientos?
Desde
la batalla de los Llanos de Bagradas (255 a.C.) hasta la llegada de Amílcar a
Hispania (237 a.C.) las tropas del ejército cartaginés, nos referimos aquí a
ciudadanos y libios fundamentalmente, sufrieron un cambio drástico en su
armamento, en base a que todo apunta que cambiaron el tradicional escudo
argivo, redondo, pesado y con doble asidero, por el thureo, oval y con asidero
central horizontal.
Debemos
aceptar que para mediados del Siglo III a.C., las tropas ciudadanas de Cartago
usaban el escudo hoplita, pues Polibio no deja de referenciarlos como falange
en la batalla dirigida por Jantipo: “…desplegó
a los elefantes en una sola línea delante de toda la formación, mientras que la
falange cartaginesa la situó detrás de aquellos, a una distancia moderada”
(I, 33), unido al hecho de que, como dijimos antes, el lacedemonio colocara a
un nutrido grupo de mercenarios griegos, seguramente tureoforos, a la derecha,
es decir, en el lado más vulnerable de una falange hoplita, nos da pistas muy
claras del tipo de soldado que era el cartaginés.
Estela cartaginesa donde se muestra un escudo oval. |
Sin
embargo, no solo escudos ovales aparecen representados en varias estelas
cartaginesas (El Hofra, Cirta…), sino que además es a partir de la expansión
cartaginesa en Hispania, llevada a cabo por la familia Barca durante el último
tercio del Siglo III a.C., cuando empieza a hacerse común en el valle del
Guadalquivir y el sureste peninsular según revelan las fuentes literarias,
iconográficas y arqueológicas. Además, un hecho que no debe pasarse por alto es
el relativo a la adopción de armas romanas por parte de los libios del ejército
de Aníbal tras las batallas de Trebia y, sobre todo, Trasimeno. Cambiar el
característico escudo hoplita, que determina enormemente el estilo de lucha,
por armamento romano en medio de una campaña militar en el extranjero y sin
tiempo para entrenamiento hubiera sido un riesgo innecesario impropio de
Aníbal. En cambio, si el infante libio ya contaba con escudo oval no hubiera
percibido gran diferencia, salvo que el scutum romano era convexo, en forma de
teja, lo cual, según Livio, protegía mejor al usuario. Cotas de malla y cascos
de tipo Montefortino pudieron sustituir sin dificultad a las linothorax y
capacetes cónicos con carrilleras. ¿Pero qué hay del armamento ofensivo? Entre
los romanos estaba extendido ya el uso del pilum[20],
que se lanzaba en salvas, para luego avanzar hasta el cuerpo a cuerpo espada en
mano. ¿Era este modo de lucha el que ya usaban los libios o seguían usando la
tradicional lanza? Es más ¿alguna vez los libios usaron de forma generalizada
la lanza de choque del hoplita griego o en su lugar preferían la jabalina o
lanzas más ligeras como el longchai, con el doble uso de ser lanzada o golpear
con ella? Desgraciadamente no existen
datos que puedan arrojar luz a estas incógnitas. De cualquier modo, parece
claro que las tropas libias, y seguramente también las ciudadanas, para la
época de la Segunda Guerra Púnica usaban escudo oval, apto tanto para
escaramuzas como para combates cerrados, y una formación algo más abierta que
la falange hoplita. Cabe recordar la magnífica, y complicada, maniobra que
realizaron en Cannas (216 a.C.) para atacar los flancos de las legiones
romanas, algo bastante complicado para la rígida falange hoplita.
¿Y
por qué este cambio y justo en este momento? Como hemos visto en capítulos
anteriores, desde el 341 a.C. Cartago había decidido contratar mercenarios
griegos (seguramente ya lo hacía desde antes, pero desde el episodio de Crimiso
lo haría en grandes cantidades). Es a lo largo del Siglo IV a.C. cuando en
Grecia emerge el peltasta como el mercenario característico, armado con un
escudo ligero, jabalinas, espada y, en el mejor de los casos, yelmo, y que eran
capaces de luchar tanto en orden abierto como cerrado. Con el tiempo fueron
evolucionando, protegiéndose mejor con armaduras de lino y adoptando el thureos oval como escudo[21],
pasando entonces a denominarse thureoforoi,
convirtiéndose en un tipo de tropa muy versátil y móvil y en el arquetipo del
mercenario griego. Es posible que fueran tureoforos los que combatieran en el
ala derecha cartaginesa en los Llanos de Bagradas, y en cualquier caso era un
infante bien conocido en Cartago, y no menos por Amílcar, hombre tan unido al
mundo griego como era[22].
Tampoco podemos olvidar que también los griegos siciliotas los conocerían y
usarían en sus guerras contra la propia Cartago, así como Pirro; y tampoco
podemos olvidar que las tropas galas, las cuales Cartago contrataba como
mercenarios desde hacía generaciones, contaban también con escudos ovales desde
hacía Siglos. A parte de toda esta argumentación, resulta demasiado evidente
que el mundo cartaginés conocía el escudo oval itálico, scutum, a través de la larga lucha contra Roma.
El
relieve de Sicilia determinó enormemente las distintas operaciones a lo largo
de la Primera Guerra Púnica. La difícil orografía, donde escasean las llanuras
y abundan las colinas fácilmente defendibles hizo que las batallas campales
fueran escasas, contabilizándose tan solo dos en la isla, siendo estas frente a
grandes ciudades fortificadas: Agrigento (262 a.C.) y Panormos (250 a.C.). El
relieve tremendamente accidentado impedía el despliegue de grandes números de
caballería y, en cualquier caso, dificultaba su maniobrabilidad al igual que no
era propicio para los infantes de tipo hoplita, poco versátiles y escasamente
ágiles, como parece ser que eran los aliados libios y algunos de los
mercenarios griegos. Con estas premisas, como es lógico, siempre que
cartagineses y romanos habían cruzado las armas, estos últimos habían
demostrado ser muy superiores.
Tureoforos griegos |
No
podemos pensar que el cambio fue repentino ni iniciado por algún tipo de
reforma al estilo de la de Filipo II en Macedonia (con todos los matices con
los que debe observarse dicha reforma). En cambio, las necesidades de la
guerra, la demostración de la superioridad del tureo en ese tipo de
circunstancias y la fuerte influencia griega hicieron que las tropas
cartaginesas en Sicilia empezaran a adoptar ese escudo, proceso que duraría
años e incluso puede que ya se iniciara, de forma tímida, desde tiempo antes.
De
cualquier modo, parece bastante claro que hacia el final del conflicto con Roma
el escudo oval se había convertido en el más habitual entre las tropas
cartaginesas, cambio que se mantendría hasta el final de la ciudad.
Pero
más allá del cambio de armamento producido, Amílcar aportó al ejército cartaginés un
enorme refuerzo del liderazgo carismático, mayor grado de profesionalización,
mayor cooperación entre las distintas tropas y un mayor grado, si cabe, de
multietnicidad.
La
desagradable experiencia de la guerra en Sicilia le había mostrado que para
lograr sus objetivos bélicos y políticos debía lograr que el ejército se
“alimentara” a si mismo y esto, irrevocablemente, requería conquistas. El lugar
elegido fue la inhóspita Hispania, cuyas costas eran bien conocidas por los
comerciantes cartagineses, pero cuyo interior estaba poblado por pueblos más
belicosos. Aunque no es el objeto de este artículo, vemos aquí el funcionar de
la política de la urbe púnica (y en general, con sus diferencias y
particularidades, de cualquier polis mediterránea, incluida Roma), en la que
cada familia actúa según sus intereses primero y en segundo plano por los
intereses de su ciudad. El ejército de Amílcar es el ejército de la familia
Barca no el ejército de Cartago y así se demuestra a lo largo de la época de
expansión en Hispania y durante la Segunda Guerra Púnica[23]
hasta su heroico final en Zama, muy representativo de lo que estamos diciendo
al alinearse por separado las tropas ciudadanas y los veteranos de Aníbal
traídos desde Italia. Y por tanto, puesto que es Amílcar el que consigue el
estipendio para sus soldados, estos le son fieles a él, no a la alejada y, en
muchos casos, desconocida Cartago.
En
la batalla de Bagradas (240 a.C.), a la postre única batalla de Amílcar
mínimamente detallada, vemos la compleja maniobra que realizan sus tropas, en
este caso ciudadanas en su gran mayoría, pero también extranjeros y algunos de
los mercenarios de Sicilia. Amílcar marchaba con los elefantes en vanguardia,
en el centro la caballería y la infantería ligera y en retaguardia la
infantería de línea. Advirtiendo que el enemigo atacaba precipitadamente, mandó
invertir el orden de la marcha, pasando la infantería pesada al frente y la
vanguardia atrás. Los rebeldes, creyendo que los cartagineses huían,
abandonaron toda formación y atacaron en tromba. De improviso se encontraron
con la infantería púnica haciéndoles frente y en cuanto la caballería y los
elefantes amenazaron sus flancos huyeron tan rápido como habían atacado. Se
inició una persecución en la cual las tropas móviles de Amílcar dieron buena
cuenta de sus enemigos, matando a 6.000 entre libios y extranjeros y tomando
2.000 prisioneros. Sin duda este es buen ejemplo de las nuevas tácticas que introdujo
el general cartaginés, en las que la movilidad y número de la caballería, la
potencia de los elefantes y la versatilidad de una infantería más móvil (y
probablemente de uso mixto, como hemos visto antes) que en tiempos anteriores
cobran importancia y todos los cuerpos del ejército cooperan entre sí con un
plan complejo y preestablecido.
Sobre
el campo de batalla, como podemos ver en Trebia (218 a.C.) y Dertosa (215
a.C.), las mejores tropas de infantería, o al menos las más fiables en cuanto a
moral y disciplina, se colocaban en las alas, junto a la caballería, con la
intención de aprovechar y potenciar la presumible victoria de esta sobre la más
débil de los romanos. La táctica era el doble envolvimiento, ya perpetrado por
Jantipo en los Llanos de Bagradas (255 a.C.), pero ahora con una línea más
flexible y heterogénea. Los elefantes, en un número menor que en la Primera
Guerra Púnica, se colocaban en apoyo de la caballería, como en estas dos
batallas. En caso de que el terreno impidiera un despliegue más amplio, se
trataba de ganar uno de los flancos, potenciándolo con las mejores tropas, toda
la caballería y los elefantes, como en Metauro (207 a.C.). No ocurre así en
Ilipa (206 a.C.) o los Grandes Campos (203 a.C.), ambas dirigidas no por un
bárcida, sino por Asdrúbal Giscón, en las que la mejor infantería queda
colocada en el centro. La infantería ligera, jabalineros y honderos, eran
usados de forma mucho más agresiva que antes, cubriendo el despliegue de la
infantería de línea, apoyando a la caballería, desplazándose para atacar los
flancos y la retaguardia enemigos, tomando y protegiendo colinas, realizando
emboscadas… mostrándose enormemente superiores a la infantería ligera romana en
la primera mitad de la Segunda Guerra Púnica.
Atendiendo
a la descripción que hace Livio de la batalla de Dertosa (215 a.C.), vemos como
menciona que el ala derecha de Asdrúbal estaba compuesta por cartagineses. No
debemos pensar, sin embargo, que aquel decreto de 341 a.C. de no enviar tropas
ciudadanas a guerras fuera de África había sido revocado o que, quizás, estos
eran voluntarios. En cambio, lo más probable parece que con “cartagineses” se
refiera a ciudadanos de las poblaciones fenicias del Sur de la Península
Ibérica, que, en cualquier caso, usarían un armamento similar al de los libios:
escudo oval, yelmo, coraza ligera, espada corta, lanza o jabalinas… con cierta
influencia local.
Desde
hacía Siglos, los ejércitos púnicos se habían nutrido con mercenarios
procedentes de Hispania. El uso mixto que tenía la infantería hispana, capaz de
luchar en escaramuza y terreno abrupto así como en batalla campal en toda
regla, los hacía guerreros muy apreciados. Que Amílcar tuviera que hacerles
frente en, al menos, tres batallas desde que desembarcara en Gades en 237 a.C. da
suficiente crédito de sus cualidades como infantería de línea, en contra de los
estereotipos que los describían (y algún autor se empeña en seguir describiendo)
como poco más que bandoleros[24].
Dentro
de esta visión general del guerrero hispano (iberos, celtiberos, lusitanos,
etc.) se pueden percibir con claridad diversas diferencias regionales en la
panoplia. Así, al Norte del Ebro era ya habitual el escudo oval, de influencia
celta, mientras que en el resto de la Península, se protegían con la típica caetra, un escudo redondo y ligero de
unos 60 cm. de diámetro como máximo, fabricado en madera o planchas de cuero
pegadas, con umbo central metálico. Las
corazas no eran habituales y en todo caso los discos metálicos y las grebas de
los Siglos V y IV a.C. fueron quedando relegados en importancia por modelos más
ligeros y baratos, hechos con lino o cuero. La lanza y la jabalina estaban muy
extendidas, así como un tipo de jabalina pesada, toda de hierro, llamada soliferreum. La espada corta era un arma
de gran prestigio, siendo habitual la
falcata hacia el Sureste y el gladius
hispaniensis en el centro y Norte. La primera lucía una estilizada hoja
curva, parecida al kopis griego, mientras que la segunda era de hoja recta,
pero ambas de unos 45-60 cm. de largo y capaces de herir de filo y de punta.
Conforme
el dominio púnico en Hispania se iba acrecentando, los ejércitos de la familia
Barca (y también los de los demás generales púnicos durante la segunda guerra
contra Roma) se hicieron con los servicios de un número creciente de tropas
hispanas, ya fuera en calidad de súbditos (tras las primeras conquistas, sobre
todo entre los turdetanos), aliados (como Cástulo y otras comunidades oretanas)
o mercenarios (celtíberos, lusitanos…), estos últimos de forma creciente una
vez mediada la Segunda Guerra Púnica. Tras la primera batalla de Amílcar en
Hispania, este incorporó a 3.000 de los hombres de la coalición que se le había
enfrentado[25]. Al
comienzo de la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.) son enviados a África 13.850 infantes
y 1.200 jinetes[26];
mientras que Aníbal llega a Italia (218 a.C.) con unos 8.000 infantes iberos y
aproximadamente 2.000 jinetes[27].
En 211 a.C. 7.500 iberos (suesetanos según Livio, pero más probablemente
ilergetes, ambas, en cualquier caso, tribus iberas al Norte del Ebro) dirigidos
por Indíbil apoyan a Magón Barca y Asdrúbal Giscón contra los hermanos
Escipión. Y son 4.000 mercenarios celtíberos en la batalla de las Grandes
Llanuras (203 a.C.) al mando de Asdrúbal Giscón.
Infante ibero. |
Vaso de Liria. Se puede observar una serie de guerreros portando escudos ovales. |
Relieve de Osuna. |
Jinete ibero |
Aunque
en su base el de Aníbal se ajustaba al modelo de los demás ejércitos
cartagineses de la época, hemos de destacarlo en este artículo no solo por ser
el que, con diferencia, más éxitos cosechó y más refinamiento alcanzó en todas
sus tareas, sino por las particularidades que fue acumulando conforme su
aislamiento en Italia se iba alargando.
Anteriormente
hemos destacado el carácter esencialmente helenístico de los ejércitos cartagineses
del Siglo III a.C., pero el de Aníbal destacó sobremanera en dos aspectos
fundamentales: la profesionalidad de la tropa y la personalidad y carisma del
general. El núcleo del ejército, esto es, libios e hispanos, ya habían luchado
durante años en Hispania, algunos incluso bajo las órdenes de su padre y su
cuñado. Y conforme la segunda guerra contra Roma avanzaba, estando aislados en
Italia y cortadas las comunicaciones con sus tierras de origen, fueron
comportándose cada vez más como una comunidad móvil de soldados, fieles
únicamente a sus compañeros y a su general, cuyo, carisma, liderazgo y
habilidades fueron reconocidos incluso por quienes lo odiaban[29].
Esto contrasta con los demás ejércitos púnicos de la época, en los que cada vez
se dependió de tropas locales para ir supliendo las bajas, lo que hacía que
carecieran de ese núcleo veterano tan importante. Tampoco el liderazgo y capacidad
para operar con las tropas en el campo de batalla fue comparable entre Aníbal y
el resto de sus congéneres. Tan solo podríamos destacar a su hermano Asdrúbal y
en segundo plano a su otro hermano Magón.
Uno
de los rasgos más destacables de Aníbal como general era su capacidad para
preparar tretas y emboscadas. Así sucede en Trebia (218 a.C.) cuando embosca a
1.000 infantes y 1.000 jinetes a las órdenes de su hermano Magón para, una vez
iniciada la batalla, atacaran la retaguardia romana. Operación que repetiría
contra Fulvio Flaco en Herdonea (212 a.C.). Y también Marcelo sufrió una
emboscada que le llevaría a la muerte cerca de Venusia (208 a.C.). Pero ante
todo, debemos destacar la batalla de Trasimeno (217 a.C.), en la que todo un
ejército consular fue emboscado y destruido. La infantería ligera y la
caballería númida tenían un papel fundamental en este tipo de operaciones, arrasando
los campos para provocar (Tesino, 218 a.C. y Trasimeno, 217 a.C.), hostigando
el campamento enemigo para incitar la batalla cuando y donde él había previsto
(Trebia, 218 a.C.), rodeando el campo de batalla sin ser vista para atacar la
retaguardia por sorpresa (Herdonea, 212 a.C.) o acosando al enemigo y
atrayéndolo allí donde Aníbal había preparado su treta (Geronium, 217 A.C.).
Nada
más atravesar los Alpes y llegar a la Galia Cisalpina, Aníbal empezó a reclutar
galos para su ejército. En Trebia (218 a.C.) ya alineaba a unos 8.000 infantes
y 4.000 jinetes; mientras que en Cannas (216 a.C.) la cifra ascendió a 20.000 y
4.000 respectivamente. Aníbal los uso como “carne de cañón”, siendo la parte
más prescindible de su ejército, sin el entrenamiento y disciplina de sus
veteranos.
El
guerrero galo era famoso por su altura y ferocidad, aunque también por su
indisciplina e inconstancia. Aunque los galos portaban lanza, algunas de hasta
2,5 metros, la espada era claramente el arma principal, y se especula que la
lanza era arrojada al iniciarse el combate. A lo largo del Siglo IV a.C. los
galos usaban espadas con hoja de unos 55-65 cm., pero para la época de las
Guerras Púnicas la mayoría iban armados con espadas largas (75-90 cm.) sin
punta, que eran usadas solo de tajo. La práctica de combatir desnudos se había
ido perdiendo con el tiempo, aunque aún era habitual que lucharan tan solo
vestidos con un pantalón y una capa, aunque algunos jefes podrían cubrirse con
cotas de malla. El escudo era el característico oval (de 100 x 55 cm.
aproximadamente), hecho de madera cubierta de cuero, con espina central y umbo
reforzado en hierro. Y el yelmo de tipo Montefortino, en bronce o hierro y
provisto de carrilleras, aunque no todos los guerreros lo llevaban.
La
caballería usaba un escudo redondo, con espina horizontal, o el típico oval
galo. La mayoría de los jinetes usaban yelmos y cotas de malla, como así lo
muestran las imágenes del caldero de Gundestrup. También era frecuente que
portaran espada larga y una lanza de empuje, cuya punta podía tener gran
cantidad de tamaños y formas, aunque la más habitual era en forma de hoja con
una curva hacia adentro desde la punta hacia la parte más ancha. Los galos
usaban silla de montar, de invención propia, así como espuelas y bridas para
manejar el caballo.
Batalla de Zama. Aníbal y Magón se unen a la lucha comandando las tropas galas |
Como
vemos en Trebia, Aníbal mantenía los parámetros básicos que con el tiempo se
habían ido imponiendo: número importante de caballería para ganar los flancos y
envolver al enemigo por ambos lados, lo más granado de la infantería en las
alas para dar continuidad a la victoria de los jinetes, elefantes dando apoyo a
estos, infantería ligera especialista, flexibilidad en toda la línea… Sin
embargo, vemos también como es capaz como nadie de elegir el terreno de batalla
a su favor y combatir bajo sus normas y cuando él consideraba oportuno. Por
ejemplo, pocos días antes de esta batalla, había rechazado sacar a sus tropas
del campamento cuando una escaramuza de caballería se iba desarrollando en su
contra al considerar que una batalla en aquellas circunstancias tan
precipitadas era dejar muy al azar el resultado final.
En
cambio en Cannas (216 a.C.) asistimos a algo nunca antes visto. En apariencia
el despliegue táctico no difiere mucho de Trebia, sin embargo ofrece una serie
de geniales diferencias. ¿Cómo podía un ejército de 50.000 hombres vencer a
otro de 86.000? Es más, ¿cómo logró Aníbal rodearlo y aniquilarlo? Aníbal no
contaba con la baza de los elefantes, perdidos a lo largo de los Alpes y en el
invierno siguiente; tampoco, a priori, el angosto campo de batalla elegido por
los romanos era favorable para poder sacar provecho de su superior caballería y
tampoco ofrecía posibilidades para tender una emboscada. Para empezar Aníbal no
desplegó su caballería de forma equitativa en número y tipo entre las dos alas,
como era habitual, sino que situó a todos los númidas (unos 4.000) en la
derecha con el objetivo de entretener a los équites aliados, o vencerlos, si
podían. Concentró a toda su caballería de choque (aproximadamente 6.000) en la
otra ala, en gran profundidad y con gran superioridad numérica sobre sus
contrarios, para poder barrerlos rápidamente y así ganar la retaguardia antes
de que la potente infantería rival rompiera el centro de la línea, como había
pasado en Trebia. Ese precisamente era el punto más delicado del dispositivo,
allí colocó a las flexibles formaciones de galos e hispanos (unos 24.000-26.000
en total), bajo su mando directo y el de su hermano Magón, con una línea
convexa hacia el enemigo para atraerlo mientras su centro retrocedía y se iba convirtiendo
en cóncava. En un frente de infantería que ocuparía entre 1,5 y 2 Km., los
romanos, llenos de ímpetu al ver retroceder al enemigo, no se dieron cuenta de
que ellos mismos avanzaban para ser rodeados. Por último, lo mejor de su
infantería, los libios (8.000-10.000 hombres), esperaba en reserva, libre para
maniobrar sobre el campo de batalla y rodear, llegado al momento, a los romanos
por ambos flancos. Y así, como los engranajes del mecanismo de un reloj, cada
una de sus piezas se movió con precisión para realizar su cometido. Aníbal no
solo aprovechó la flexibilidad y profesionalidad de su infantería y la
velocidad de su caballería ligera y la potencia de la pesada; también tuvo en
cuenta y supo sacar beneficio de las características del ejército romano.
No
podemos obviar tampoco el gran trabajo de sus altos oficiales, no sólo Magón,
también de Maharbal, que suponemos que dirigía a los númidas, y Asdrúbal, que
tenía la crucial y difícil tarea de reagrupar a una caballería vencedora para
que, en vez de perseguir a los derrotados romanos, diera apoyo a los demás
cuerpos del ejército. Precisamente, un año antes, en la batalla de Rafia, el
rey seleucida Antíoco III había vencido con claridad en el ala que él mismo
comandaba pero perdió la batalla al dedicarse a perseguir a los jinetes que
huían en lugar de apoyar al resto de su ejército. Cannas, en definitiva, fue
una obra maestra de la táctica, la disciplina y la preparación, el culmen de
toda una serie de lecciones aprendida durante, sobre todo, la Primera Guerra
Púnica y la Guerra de los Mercenarios y con el toque genial de uno de los
mejores tácticos de la historia… Pero, sin embargo, no debemos pensar que el
resultado era predecible de antemano, a lo largo de la batalla hubo momentos
críticos en los que se podía haber perdido: si Asdrúbal no hubiera vencido con
suficiente rapidez a la caballería romana, si iberos y galos se hubieran desorganizado
en su retroceder o si su línea no hubiera aguantado suficientemente la presión
de hastati y princeps o si la caballería númida no hubiera resistido los
envites de la enérgica caballería aliada.
En
Zama (202 a.C.), por el contrario, Aníbal había tenido que improvisar un plan
táctico usando los recursos que tenía. Por primera vez se enfrentaría a los
romanos con inferioridad en caballería (2.000 contra 6.100), gracias a los
4.600 númidas que aportaba Massinisa para Escipión. En cambio tenía
superioridad numérica en infantería, a la que colocó en tres líneas, recordando
al triple accies romano. Sin embargo, no había tenido tiempo de realizar
entrenamientos que coordinaran cada una de las fuerzas con tres orígenes
distintos: los restos del ejército de su hermano Magón, la bisoña tropa
ciudadana y sus veteranos traídos de Italia, entre los que ahora también había
itálicos. Al final, tan solo estos últimos dieron la talla. Por otro lado
colocó a sus 80 elefantes mal entrenados frente a la infantería. El objetivo
era que la caballería aguantara lo suficiente para dar tiempo a que su
infantería batiera a la de Escipión. Pero no fue así. En cierto modo, Zama es
un esbozo de lo que había aprendido Aníbal en Italia y de los romanos.
Entre
las tropas veteranas en Zama se encontraba algún millar de brucios, aunque
otros pueblos itálicos habían luchado junto a Aníbal, especialmente desde
Cannas. Así tenemos a 17.000 infantes, la mayoría brucios y lucanos, en
Beneventum (214 a.C.). Aunque fue en la segunda guerra contra Roma cuando se
emplearon en grandes cantidades, ya desde hacía Siglos se habían ido contratando
como mercenarios, como los 300 etruscos en Himera (311 a.C.) y un número
incierto a las órdenes de Amílcar Barca, dado que uno de los líderes rebeldes
era campano.
Infante brucio |
Los
soldados de la mayoría de los pueblos oscos (samnintas, lucanos, brucios…),
iban equipados con un escudo oval similar al usado por los romanos, cóncavo,
con bordes reforzados y espina central, pero algo más ligero. Aunque en las
zonas costeras también sería usual un escudo redondo con borde reforzado,
similar al aspis hoplita, pero más liviano y, quizás, con un único asidero
central[30].
Además, según Sexto Pompeyo Festo, los brucios usaban la parma, un escudo
redondo y ligero. El yelmo de bronce de tipo ático era de lejos el más común, aunque
también el Montefortino era usado. Los más acomodados se protegerían también
con grebas y corazas de disco, triple disco[31]
o cuadradas, fabricadas en bronce, que cubrían parcialmente el torso. El arma
principal era la jabalina, de 1,8 m. de longitud, con lazo para lanzarla y
cabeza de hierro, pero sin contera. No hay evidencias de que usaran el pilum, a
pesar de que la tradición romana afirmaba que lo adoptaron de los samnitas.
También usaban lanzas cortas de empuje, con pesadas cabezas de hierro. Las
largas dagas y espadas rectas y cortas que los oscos usaban originalmente
fueron siendo sustituidas por el kopis griego, adoptado desde las ciudades
costeras.
Guerrero ligur |
Con
la derrota de Aníbal, Roma impuso unas duras condiciones de paz a Cartago,
entre las que estaba no poder declarar la guerra fuera de África y allí tan
solo con el consentimiento de los romanos. Con Roma dominando el Mediterráneo
desde Iliria hasta Lusitania y el fuerte reino númida de Massinisa en el Norte
de África, Cartago asistió a medio Siglo de tensa paz que, en cualquier caso,
mantuvo inactivos a sus gentes en cuestiones bélicas, toda vez que había hecho
innecesaria la recluta de mercenarios.
Siguiendo
los resúmenes del texto perdido de Livio, Aníbal fue nombrado sufete en el 196
a.C. y siguió una política que favorecía a las clases más bajas, aumentando el
poder de la Asamblea Popular en detrimento de la oligarquía. Está claro que
algunas de sus medidas favorecieron el despertar de la economía púnica y en tan
sólo 10 años las arcas del Estado ya estaban capacitadas para pagar toda la deuda
a 50 años. Del mismo modo, es posible también que las medidas lograran aumentar
el número de ciudadanos capaces de costearse un armamento adecuado para formar
como infantería de línea. Durante la Guerra de los Mercenarios (241-237 a.C.), Cartago
pudo poner en pie de guerra a, como mucho, 20.000 ciudadanos entre los que
contaba Amílcar, unos 9.000 (aproximadamente 7.000 infantes y 1.500 o 2.000
jinetes), más un número similar a las órdenes de Hannón;
mientras que en Zama (202 a.C.), la segunda línea de Aníbal, compuesta por
ciudadanos, ascendía tan sólo hasta unos 10 o 12.000 hombres. En cambio, el ejército
que comandaba Asdrúbal el Beotarca contra Massinisa en 150 a.C., ascendía a
25.400 ciudadanos, a los que se fueron añadiendo reclutas campesinos hasta
sumar un total de 58.000 hombres[32];
y a los que habría que añadir unos 6.000 jinetes númidas aportados por los
jefes Asasis y Suba. A pesar de este incremento de tropas totales es notorio el
descenso de caballería, pues Asdrúbal el Beotarca tan sólo puede alinear a 400
jinetes ciudadanos. ¿Quiere decir que existió un declive entre la aristocracia
capaz de costearse un caballo o más bien esto refleja los desacuerdos entre las
grandes familias en cuanto a la forma de abordar el conflicto con Masinisa y la
situación con Roma? Desde luego Apiano nos informa de la existencia de tres
facciones, una favorable a la guerra, otra pronúmida y otra prorromana. Aunque
siempre que las fuentes nos dan esta visión excesivamente esquemática de la
política hay que estudiarlas con cierto recelo y se requiere un análisis
profundo, nos ayuda a entrar en perspectiva. Parece claro que la situación
política en 150 a.C. estaba muy enrarecida y los partidarios de Masinisa fueron
expulsados de la ciudad poco antes de aquella campaña.
Según
vimos antes, podemos deducir con bastante seguridad que para cuando estalla la
Segunda Guerra Púnica el estilo de lucha hoplita había desaparecido en Cartago
(si es que, repetimos, alguna vez se había desarrollado completamente),
adoptándose el escudo oval en lugar del aspis. Para este periodo, 50 años
posterior, Apiano y Estrabón nos vienen a confirmar aquello, describiéndonos a
los infantes púnicos armados con escudo oval además de espadas y longchai (lanzas
cortas y anchas que se podían arrojar y también usar para el cuerpo a cuerpo)
en lugar de la larga dori (lanza hoplita). El yelmo, en su mayoría de tipo
Montefortino, sería más que usual y el uso de armaduras ligeras, tipo
linothorax, también sería lo habitual, al menos para los más pudientes.
Desgraciadamente
no podemos hacer un análisis táctico sobre los ejércitos de este periodo, pues
la escasez de enfrentamientos y la exigua información que nos han dejado las
fuentes sobre estos nos lo impide. La patente inferioridad logística y numérica
en el tercer conflicto contra Roma determinaron la actitud de los generales
cartagineses, en la que adoptaron posiciones defensivas, como Asdrúbal el
Beotarca en Neferis (149 a.C.), batalla en la que logró una contundente victoria, o limitándose, con mucho existo eso sí, a
hostigar a los forrajeadores romanos, como Himilcón Fameas con la caballería
númida. La homogeneidad de tropas (tan solo caballería e infantería ciudadana y
caballería númida) daba una mayor consistencia a la línea, pero perdía en
flexibilidad. Cartago contó con superioridad en caballería gracias a los 6.000
númidas que aportaron Suba y Asasis, hasta que Gulusa (hijo de Masinisa)
decidió apoyar a los romanos e Himilcón cambió de bando junto con 2.000
jinetes. Hechos que terminaron por sepultar las posibilidades púnicas.
El
devenir de los ejércitos púnicos está relacionado con el propio devenir de los
ejércitos de las potencias cercanas, influenciados por estos, pero también por
su propia idiosincrasia.
La
complejidad logística del ejército cartaginés siempre fue muy elevada, prueba
de ellos son las constantes guerras que sostuvo en territorios alejados como
Cerdeña y Sicilia. Esta capacidad organizativa estuvo durante toda su historia
muy por encima de la de cualquier polis del Mediterráneo, incluso en su
despiadado final. Sin embargo, a pesar de la aparente profesionalidad de sus
generales, en las batallas de Crimiso (341 a.C.) o Tunis (310 a.C.) se puede
apreciar una gran falta de experiencia táctica, no enviando exploradores o no
sabiendo aprovechar la enorme superioridad en caballería; además de mantener un
arma arcaica como el carro de guerra. A lo largo del Siglo III a.C. se produjo
un importante proceso de modernización en este aspecto y ya en las Guerras
Púnicas se puede afirmar que el ejército cartaginés se ajusta al modelo
helenístico. Es, no obstante, un griego, Jantipo, el verdadero artífice del
cambio definitivo, dando un protagonismo sin precedentes al uso de la
caballería y a la táctica de doble envolvimiento. Cambio que precedió a la
aparición de los grandes generales de la familia Barca, cuyas victorias, como
Bagradas (240 a.C.), Trebia (218 a.C.), Trasimeno (217 a.C.) y, sobre todo,
Cannas (216 a.C.), han quedado marcadas en la historia.
En
cuanto a las tropas ciudadanas existe un sinfín de problemas para poderlas analizar,
dado el hecho de su temprano abandono para expediciones extranjeras, lo
neblinoso y hostil de la información que nos llega de fuentes antiguas y que no
haya sobrevivido ningún texto desde la óptica cartaginesa. Todo indica que, al
igual que otros pueblos del Mediterráneo Occidental, los infantes púnicos
fueron adoptando la panoplia y formación del hoplita griego. Sin embargo, por
falta de tradición militar y de entrenamiento, esta falange no llegó al nivel
de eficiencia que cabría esperar por su panoplia y estatus, como el lacedemonio
Jantipo supo ver. No podemos tampoco rebajar su nivel al de una turba sin
ninguna preparación, pues de ser así no habrían logrado imponerse en Cerdeña y
Sicilia, expandirse en África, vencer a grandes personajes como Agatocles o
sobreponerse pese a todas las adversidades en la Guerra de los Mercenarios.
Pese a la gran influencia helenística, la falange macedonia nunca se llegó a
usar en Cartago, y mientras que en los reinos descendientes del Imperio de
Alejandro se tendió a fortalecer y masificar los bloques de infantería,
haciéndolos cada vez más potentes en el choque, pero también menos flexibles,
aquí la directriz fue la contraria: hacia una formación más móvil y versátil,
con la adopción del escudo oval.
En
la cultura popular se tiende a asociar ejército cartaginés con elefantes, sin
embargo, su uso por estos como arma de guerra queda muy restringido en el
tiempo, ya que apenas hay 60 años desde la primera mención, en la batalla de
Agrigento (261 a.C.), hasta la última, en la batalla de Zama (202 a.C.). Con
todo, Cartago los desplegó en los campos de batalla en gran número, aunque no
siempre con eficacia, siendo más protagonistas en las derrotas que en las
victorias.
Paralelamente
a la negación de enviar más tropas ciudadanas fuera de África vino el
inevitable aumento de la contratación de mercenarios y la exigencia de un mayor
aporte de tropas a los pueblos súbditos y aliados. Todas estas heterogéneas
tropas de libios, númidas, lusitanos, iberos, celtiberos, baleares, galos,
ligures, etruscos, oscos, griegos, etc. fueron integradas en el ejército
cartaginés pero manteniendo sus propios estilos de lucha, con los consecuentes
pros y contras. La calidad de todas estas tropas fue, en general, aceptable,
pero el largo tiempo que se tardaba en hacer eficaz un ejército tan complejo
ponía en desventaja a Cartago frente a sus enemigos.
Cuando
estalla la tercera guerra contra Roma el destino de la ciudad estaba sellado
dada la inmensa superioridad de recursos de su rival, y aún así supo
defenderse, con todo perdido, durante tres largos años gracias al gran nivel
organizativo, las inmensas defensas de la ciudad y a la determinación de la
ciudadanía.
En
definitiva, como hemos podido comprobar, el sistema militar cartaginés, pese a
todas sus desventajas, se mostró enormemente eficaz y tanto táctica como
armamentísticamente supo evolucionar, adaptándose a las nuevas circunstancias
que le exigieron los rivales a los que se fue enfrentando. Y pese a sucumbir
finalmente, ningún otro Estado o pueblo se vio, antes o después, en condiciones
de luchar contra Roma con tan incierto resultado en dos larguísimas guerras de
24 y 16 años, respectivamente, y en multitud de teatros de operaciones; y
prueba de esto es el odio con la que fue tratada militar y literariamente tras
su derrota final.
Por Alejandro Ronda
Bibliografía:
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Moderna:
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Grecia y Roma
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Cartago. Las guerras púnicas, 265-146 a.C.
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Fernando Quesada Sanz; De
guerreros a soldados. El ejército de Aníbal como un ejército cartaginés atípico
Fernando Quesada Sanz; En torno a
las instituciones militares cartaginesas
Fernando Quesada Sanz;
Innovaciones de raíz helenística en el armamento y tácticas de los pueblos
ibéricos desde el S. III a.C.
Fernando Quesada Sanz; Carros en
el antiguo Mediterráneo. De los orígenes a Roma
Fernando Quesada Sanz; Armas de
Grecia y Roma
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and Roman world
Jaime Gómez de Caso Zuroaga; Amílcar
Barca, Táctico y Estratega. Una valoración
Dexter Hoyos; Truceles War,
Carthage’s fight for survival, 241-237 BC
[1] Era un
magistrado colegiado elegido anualmente, seguramente significara “juez”, del
hebreo “shophet/shophetim”, y tuviera funciones ejecutivas, probablemente
judiciales, ejercía de tesorero y censor moral y también presidía el Senado.
[2] Diodoro
XIV, 54’ 5 y 13, 43’ 5 respectivamente.
[3] Por
ejemplo, se sabe que en Atenas, entre los años 431 y 322 al menos 28 generales
fueron depuestos; y de los 21 juicios que se conocen, en 14 fueron condenados a
muerte.
[4]
A pesar de lo que afirma Diodoro (XX, 10’ 4): “Por lo tanto, algunos de los que se colocan en posiciones de mando, por
temor a los juicios en los tribunales, abandonan sus puestos, pero otros
intentan convertirse en tiranos”
[5] 13, 80’
2 y 16, 73’ 3.
[6] En
ocasiones de extrema necesidad para Cartago llegando incluso al 50% de la
producción.
[7] Por
ejemplo, Amílcar Barca casó a una de sus hijas con Naravas, un príncipe númida;
y en el conflicto final contra Roma encontramos al mando de las operaciones a un Asdrúbal, nieto del rey
Masinisa.
[8]
Plutarco, Timoleón, 27’ 4-5: “Y detrás de
estos, diez mil hombres de armas con escudos blancos. Los corintios
conjeturaron que eran cartagineses, por el esplendor de su armadura y la
lentitud y el buen orden de su marcha.”
[9] Las
representaciones muestran a los cartagineses con lanzas de similar longitud a
la altura de un hombre, en contraste con las de los hoplitas griegos, bastante
más largas.
[10] Diodoro
16, 80’ 4.
[11] Sitio
arqueológico en Túnez, unos 20 Km. al Sur de Siliana.
[12] Diodoro
XVI, 81’ 4.
[13] Diodoro
XIX, 106’ 2.
[14] En
griego significa plumas, era la falda decorativa hecha con tiras de cuero o
tela que caía desde la cintura.
[15] Diodoro
XX, 29’ 6.
[16] Que
alcanzaba los 3,1 metros de altura hasta la cruz.
[17] Existen
monedas púnicas con representaciones de elefantes, los cuales aparecen con el
mahout sobre su cuello pero ni rastro de torre, aunque puede que tan solo
representen elefantes en marcha, caso para el cual, obviamente, no portarían
torre.
[18] Polibio
I, 32’ 7.
[19] Quesada
De guerreros a soldados, 135. González Wagner 1994, 834. Santosuosso 1997, 170.
Brizzi 1995, 309-314. Le Bohec 1996, 39-40. Goldsworthy 2000, 30.
[20]
Jabalina pesada.
[21] Esto
sería en torno al año 300 a.C. o quizás algo después, con la invasión gala de
Grecia del año 281-279 a.C.
[22] El
espartano Sosilo fue el instructor y maestro de su hijo Aníbal y luego lo
acompañó en su expedición a Italia junto al también griego Silano.
[23] Aunque
no se debe tomar al pie de la letra, es representativa la lucha entre los
miembros de la familia Barca y Hannón, cuando este, por ejemplo, lanza un
discurso en contra de enviar tropas a Italia para reforzar a Aníbal.
[24] Existen
muchos ejemplos de la buena capacidad de los hispanos como infantería de línea,
puesto que son usados para este propósito tanto por cartagineses (Trebia,
Cannas, Dertosa, Ilipa...) como por romanos (Ilorci, Ilipa…), además de actuar
así cuando eran dirigidos por sus propios caudillos (en la rebeliones de
Indíbil de 206 y 205 a.C.).
[25] Diodoro
XXV, 10’ 1.
[26] Polibio
III, 33’ 8-11; Livio XXI, 21’ 12.
[27] Polibio
III, 54’ 4.
[28] En la
descripción de las tropas hispanas en la batalla de Cannas (216): Livio XXII,
41’ 50; Polibio III, 113’ 117.
[29] Véase
Polibio III, 11’ 9 o Livio XXIV, 4’ 1.
[30] Así se
muestra en las pinturas de Paestum y Alifae. En las de Paestum los soldados
llevan jabalinas en la mano izquierda de forma horizontal, lo que parece
indicar que el asidero era central y horizontal, como el scutum, ya que si
fuera doble como el aspis las jabalinas irían en posición vertical.
[31] Además
de las representaciones pictóricas, una de estas armaduras, ricamente decorada,
fue encontrada cerca de Cartago, quizás perteneciente a uno de los veteranos de
Aníbal.
[32] Apiano
Púnicas, 54.
me he deleitado con cada articulo desde hace 6 meses y debo de admitir que esto es lo mas cercano que he leído a un diario de historia antigua, por favor no se detengan por nada del mundo, 2 preguntas y 1 consulta: 1) son ustedes españoles?(mera curiosidad; estoy interesado en ir a estudiar a españa, quiero ver numancia;otro posible articulo para el futuro supongo yo), 2 haran una continueacion sobre la revuelta jónica?, seria fascinante leer las consecuencias en las guerras griegas y por ultimo, ayudenme pues me gustaria ingresar en el foro de debate pero el link me dice que esta bloqueado o da error, eso es normal o es porque debo estar registrado, por favor confirmenme en cuanto se pueda.
ResponderEliminarsaludos desde Venezuela de un gran admirador.
Muchas gracias amigo! Nos satisface que sean de tu agrado nuestros trabajos. No pensamos detenernos, simplemente nuestras otras ocupaciones, a veces, no nos permiten subir trabajos con la periodicidad que hubiera gustado.
ResponderEliminarEn cuanto al trabajo de la Revuelta Jónica, tendrá su continuidad, por supuesto, cuando abordemos las Guerras Médicas. En el futuro lo haremos sin duda. Imagina que tenemos más de 3mil años de historia por escribir, se acumulan los temas, trataremos de ir subiendo de a poco, y con la calidad que acostumbramos.
En cuanto al Foro, por el momento está suspendido, tenemos un problema técnico con el servidor, por lo que estamos analizando opciones para relanzarlo. Habrá novedades, pero no puedo anticipar cuando.
Para preguntas personales o ajenas a Anábasis Histórica y los temas aquí abordados, te sugerimos escribirnos a nuestro e-mail.
Muchas gracias, y esperamos seguir viéndote por aquí.
Saludos.
así sera, gracias por sus esfuerzos, por cierto quería hacer una sugerencia, espero que no sea muchas las molestias, pero han pensado en ofrecer los artículos para descargar en pdf?, seria maravilloso
EliminarSi, lo hemos pensado. Es una posibilidad a futuro que demandará más tiempo y esfuerzo. Por ahora no podemos, pero no lo descartamos.
EliminarSaludos!